Carola Chávez.
Clara, la de la vida oscura, resiente el sol del lunes que quema sus ojos irritados de llorar. Clara, se hunde en su síndrome de abstinencia. Clara, hace una semana, bloqueó a Globovisión.
Tantos años de lealtad televisiva en segundos lanzados por la borda al mar de la traición. Tantos momentos inolvidables, como aquellas noches de domingo arrullada por las promesas apocalípticas de Nitu y sus ilustres entrevistados, augurando la hecatombe inminente que acabaría con todo, menos con ellos, of course, la gente decente y pensante. Tantas “Buenas Noches” de pesadillas noticiosas, justo antes de dormir… Y llegó el insomnio, y se hizo crónico y Clara sufría satisfecha, porque nadie que sea decente puede dormir bien en el comunismo y ella no duerme, como supone que no duerme Nitu, quien ronca enrollada en un edredón de plumas, o Carla, que abrazada a su osito de peluche sueña con otro patrocinante de alguna marca súper nice y carísima, que contradiga en los cortes comerciales la profunda crisis económica que se traga a su hermoso, pobre y bananero país, o sea.
Arde en la memoria de Clara el recuerdo del Globopotazo. Horas de pie en el semáforo de Prados del Este, a pleno sol, con su pote desafiando, bolívar a bolívar, a la dictadura opresora. “Viole esas leyes chavistas, Don Guillermo, que aquí estamos nosotros para pagar sus multas. Especule pero dé empleos, haga lo que tiene que hacer, que nosotros lo apoyamos.”
Don Guillermo dueño de un canal de televisión en el abismo de la inviabilidad económica, hizo lo que se hace el el libre mercado. Don Guillermo, pensando en su bolsillo, apagó la luz y vendió Globovisión. Su nuevo dueño hizo lo que dicta la libertad de empresa, es decir, lo que le dé la gana porque ese canal es suyo, o sea, propiedad privada. Y Clara, defensora feroz del capitalismo ídem; ella que una tarde le reventó un paquete de arroz en la cara a aquel funcionario chavista hurribli que atentaba contra la libertad de lucro de los pobres comerciantes… Clara, la de la vida oscura, sola, huérfana, desconectada, llora ante su tele apagada negando con su cabeza -¡pobrecita!- que ya no entiende nada.
Y desde una ventana vecina, se cuela una voz lejana: El CNE fija lecciones municipales para el 8 de diciembre. ¡Plop!
Tantos años de lealtad televisiva en segundos lanzados por la borda al mar de la traición. Tantos momentos inolvidables, como aquellas noches de domingo arrullada por las promesas apocalípticas de Nitu y sus ilustres entrevistados, augurando la hecatombe inminente que acabaría con todo, menos con ellos, of course, la gente decente y pensante. Tantas “Buenas Noches” de pesadillas noticiosas, justo antes de dormir… Y llegó el insomnio, y se hizo crónico y Clara sufría satisfecha, porque nadie que sea decente puede dormir bien en el comunismo y ella no duerme, como supone que no duerme Nitu, quien ronca enrollada en un edredón de plumas, o Carla, que abrazada a su osito de peluche sueña con otro patrocinante de alguna marca súper nice y carísima, que contradiga en los cortes comerciales la profunda crisis económica que se traga a su hermoso, pobre y bananero país, o sea.
Arde en la memoria de Clara el recuerdo del Globopotazo. Horas de pie en el semáforo de Prados del Este, a pleno sol, con su pote desafiando, bolívar a bolívar, a la dictadura opresora. “Viole esas leyes chavistas, Don Guillermo, que aquí estamos nosotros para pagar sus multas. Especule pero dé empleos, haga lo que tiene que hacer, que nosotros lo apoyamos.”
Don Guillermo dueño de un canal de televisión en el abismo de la inviabilidad económica, hizo lo que se hace el el libre mercado. Don Guillermo, pensando en su bolsillo, apagó la luz y vendió Globovisión. Su nuevo dueño hizo lo que dicta la libertad de empresa, es decir, lo que le dé la gana porque ese canal es suyo, o sea, propiedad privada. Y Clara, defensora feroz del capitalismo ídem; ella que una tarde le reventó un paquete de arroz en la cara a aquel funcionario chavista hurribli que atentaba contra la libertad de lucro de los pobres comerciantes… Clara, la de la vida oscura, sola, huérfana, desconectada, llora ante su tele apagada negando con su cabeza -¡pobrecita!- que ya no entiende nada.
Y desde una ventana vecina, se cuela una voz lejana: El CNE fija lecciones municipales para el 8 de diciembre. ¡Plop!
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