Roberto Hernández Montoya
En todo el mundo los medios despliegan la historia sin fin de la corrupción. No hay minuto en que no se propague por el planeta la crónica pormenorizada y monótona de trastadas, principalmente financieras, pero a menudo salpimentadas de sexo, violencia, orgías y picardías que por menores no se explican en quienes tienen a su cargo las fibras atómicas del planeta, lo que intimida hasta a Bond, James Bond, y sobre todo a él.
A algún bribón le gustan las jovencitas; a aquella desfachatada le fascinan aventones y aventuras en jets de príncipes árabes; aquel truhán se distrae acostándose (por las buenas o por las malas) con toda mujer, sin distingo étnico, religioso o social. Como Don Juan: «Desde una princesa real/a la hija de un pescador,/ha recorrido mi amor/toda la escala social». Su avidez es ramplona, por estratégica que sea su investidura. En Venezuela quienes torturaron, mataron y desaparecieron ahora dan lecciones de derechos humanos.
La corrupción es como la gripe: solo molesta, porque raras veces mata. Pero tiene una ventaja: divierte. Los tabloides venden, televisión y radio ganan audiencia, las aburridas parroquias hallan una comidilla desabrida, municipal y espesa. Un escándalo nuevo sustituye al agotado porque el espectáculo debe continuar.
Los entes encargados de combatir la corrupción, vinculados con la política y los negocios, son los que la practican, de modo que olvídate de que la combatan. Lo peor que puede pasarles es que la comparsa del escándalo de moda salga de la escena definitivamente. Pero es raro, pues casi siempre pasan si acaso un período de descanso, más parecido a un refrescamiento que a una sanción, que permite, de paso, disfrutar el botín a pierna suelta. Cárcel jamás. Su única sanción, si es sanción, es salir en los periódicos.
Cuando una conducta humana es rutinaria es porque hay un artefacto social que la permite o estimula. Siempre hubo corrupción, pero la de ahora es más adeca, o sea, más tupida y/o cotidiana. No es inusual porque es intrínseca al sistema. ¿Cuál sistema? Qué bueno que lo preguntas porque ahí está el nervio…
Esta fase de capitalismo financiero requiere de copeyanos así, los cultiva, los forma, los crea, los cría. Las picardías de las burbujas inmobiliarias sólo pueden ser perpetradas por descarados y rufianes, a veces simpaticones como Berlusconi y siempre malandrines, que no nombro porque no lo merecen y sabes quiénes son. Con razón en la bancada opositora venezolana no hay a quién ponerle una vela, la propia Corte Malandra, colmada por gente que asesina, tortura, desvalija, embrolla. Cuando hablan de experiencia para gobernar, se refieren a eso.
Lo peor: han instalado su cultura en parte de la sociedad venezolana, hasta el punto de que un 40% endémico elige a esa pandilla no a pesar de que es así sinoporque es así. Para demasiada gente ser ladrona, ignorante y estúpida es la máxima aspiración.
El neoliberalismo operó una mutilación radical de la ética cuando declaró que la humanidad es un asco y que eso es precisamente lo bueno. Pero como no es verdad, simplemente la supernova implosiona en catástrofes tan previsibles como catastróficas. Míralas.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
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