viernes, 25 de noviembre de 2011

Rastro de sangre.

Andrea Coa 



Eran otros tiempos. Tuve un fugaz empleo en la imprenta universitaria de la UCV, de donde me despidieron sin ninguna explicación después del caracazo. Estuve allí en la mañana del histórico día, y salí junto con los demás trabajadores cuando amainó un poco la plomazón que había en las Tres Gracias. Ya mi hijo de diez años había llegado a buscarme, asustado, zigzagueando por entre los dos bandos: Policías y estudiantes. Cuando le dije que era muy peligroso me recordó una frase que le enseñé: “Mantén tu mente fuerte y limpia y todo te saldrá bien”.

Varias cosas aprendí en esos pocos meses en la imprenta universitaria.

LAS SALIDAS TEMPRANO

Cada vez que había “disturbios” en la plaza Las Tres Gracias, el personal de la imprenta, que estaba en la parte baja del edificio del rectorado, era mandado a casa porque las instalaciones se llenaban de gases lacrimógenos. Los trabajadores solíamos salir por el camino de Las Acacias, más allá de la facultad de ciencias, porque las balas perdidas se ensañaban particularmente con nosotros, tanto, que pareciera que tuviéramos una diana en la espalda. El último que supe, cayó justo por el camino de Las Acacias, y se dijo que le habían disparado a propósito. Era un gobierno muy asesino, pero de verdad.

LOS VELORIOS SE HACÍAN EN EL AULA MAGNA

Hoy en día, como este gobierno no asesina estudiantes, el aula magna ha quedado para los conciertos y otros negocios que las “autoridades” universitarias realizan para acumular más platica sobre cuyo uso jamás rinden cuentas. Pero en ese tiempo, cada vez que había manifestaciones, con toda seguridad había por lo menos un muerto. Los estudiantes eran espiados y sapeados, con el fin de acabar con los dirigentes estudiantiles, y de allí nacieron las capuchas, para salvar el pellejo y seguir manifestando.

Los velorios de los estudiantes y trabajadores de la UCV que caían bajo las balas de los gobiernos adeco y copeyano se hacían en el aula magna. Ya era costumbre ver las caras de los revolucionarios en los pasillos, e incluso la cabeza greñuda de cierto agente de la ultraderecha pro imperialista que, en esos tiempos, fingía ser izquierdista e incluso tenía una “cátedra” en donde hacía eventos para la izquierda. Supongo que allí todos fuimos fichados, fotografiados y sapeados por el presunto historiador, cuya historia ha de estar surcada de los peores y más nauseabundos actos contra la patria y contra el pueblo.

EL LARGO RASTRO DE LA SANGRE DE YULIMAR.

Me dijeron que se llamaba Yulimar Reyes, que era estudiante de letras y tal vez la vi muchas veces en los pasillos, en “tierra de nadie” estudiando en grupo, en la cola del comedor, o en la librería pública que era ya en esos tiempos el pasillo de letras de la UCV.

Pero cuando fui aquella mañana, la misma en que me despidieron, lo que ví de Yulimar fue el rastro de sangre que recorría el pasillo de letras y continuaba hacia Las Tres Gracias, marcando la ruta hasta que llegó a la calle interna asfaltada. Como si toda la que tenía en el cuerpo hubiese regado la UCV como un exorcismo contra los demonios que se apoderaban de la universidad, de donde aún no han sido expulsados.

EL COSTOSO DAÑO COLATERAL

El asesinato de estudiantes y trabajadores, el fichaje por medio de los infiltrados, el acoso policial, las maniobras en el CNU, la manipulación de los contenidos que se imparten, entre otros muchos, son parte de los métodos que utilizó la oligarquía pro imperialista que gobernó hasta 1999 para vencer a la casa que antes venció las sombras y que ahora sigue bajo los viscosos fluidos deletéreos de la reacción, con unas autoridades enquistadas cometiendo todo tipo de disparates, doctores perogrullo que aún medran allí, como la última supuración de una pústula social de la cual forman parte y que, hasta que no haya sido extirpada y sanada, no debe abandonarse la lucha.

KEVIN, NO ES EL ÚNICO

Tú, Kevin, y todos los demás estudiantes revolucionarios de esa vanguardia que lucha en la UCV no están solos en la lucha por vencer a las sombras, para que el alma mater deje de un ser antro donde se privilegia la sifrinología y se convierta de verdad verdad en un epicentro del impulso a ciencias, artes y humanidades, donde se realicen investigaciones para beneficio de todos, para la transformación social que demandan los tiempos revolucionarios que vivimos. Y que todos los reales se inviertan en eso.

Muchos les damos todo el apoyo moral, porque son los jóvenes quienes dan impulso a los procesos revolucionarios en todos los tiempos y lugares, no importa lo antigua que sea la idea de la revolución, ni cuántos venerables patriotas como Fernando Soto Rojas, anclados en la eterna juventud, peinen canas en sus cabezas ancestrales.

En el anochecer, caminando por el paseo Los Ilustres cualquiera puede ver, escondiéndose tras las paradas de autobús, entre los recovecos de las paredes, tras los troncos de los árboles y bajo los bancos del paseo, a los fantasmas de los innumerables estudiantes y trabajadores de La UCV que fueron asesinados en la cuarta república, que aún se ocultan como esquivando una bala, pero que esperan con paciencia y tal vez gritan con sus bocas de aire, agitando sus puños de vapor, participando en la lucha para que se haga justicia.

Y jamás debemos dejarlos solos, en indispensable que se le ponga cada día más músculo, corazón y conciencia a esta gesta revolucionaria, para que nunca más hayan rastros de sangre en los pasillos de la universidad.

ADELANTE KEVIN, ADELANTE CAMARADAS DE LA UCV.


andrea.coa@gmail.com


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