Roberto Hernández Montoya
Cabrujas decía que el teatro, en cambio, no representa porque presenta, es una realidad en sí mismo; no copia, como pensaba Platón de las «artes de imitación», pintura, poesía, teatro, etc. Por eso, por mentirosos, Platón expulsó a los poetas de su perfecta república. Una cama pintada, decía Platón, no sirve para dormir. La cama real copia la ideal, la pintada es copia de copia.
Escogemos lo que fotografiamos. Elegimos un ángulo, un lente, un formato, una película o cierta configuración digital, blanco y negro o color, una sensibilidad. Hay un cierto revelado o su equivalente digital, se añade nitidez o indefinición, se aclara, se oscurece, se transforman colores y contrastes, se recorta. O se deja igual. Las imágenes son inmóviles. Esas decisiones tiñen nuestra versión de la «realidad», la enriquecen, la empobrecen y/o la falsean. Uno decide, además, si muestra la foto o la engaveta o simplemente la desecha para siempre. Cuántas fotos hay que nunca han sido vistas en público, lo merezcan o no. A algunas les llega el día de salir de la oscuridad de un archivo.
Son obra del azar, salvo las que se planifican cuidadosamente en estudio o las de paisajes. Y aun ahí puede haber sorpresas, por una iluminación inesperada, un fenómeno meteorológico, cosas raras que pasan. El azar es un coautor.
«Las babas del diablo», cuento filmado luego por Michelangelo Antonioni como Blow-Up ('ampliación'), Julio Cortázar cuenta cómo un fotógrafo descubre una realidad atroz en unas fotos inocentemente tomadas cabe el Sena (http://j.mp/snYRtV). Me pasó con estos enamorados que forman, sin saberlo, un cursi corazón a orillas del Sena, que hasta recuerdan un bolero, «anoche soñé que estábamos los dos en París», etc. http://flic.kr/p/6Dr4Xp. Alguien me advirtió luego el corazón, que de otro modo yo no hubiera percibido.
La fotografía es, pues, una negociación, un diálogo, con la realidad y con el que finalmente ve la foto, quien aporta a su vez una selección, un gusto, una cultura, ciertas predisposiciones positivas o negativas hacia cada imagen. Gusto y cultura que varían con el tiempo.
Por eso no hay fotografía inocente, porque cada una es una nueva realidad en sí misma, dialéctica.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
Cabrujas decía que el teatro, en cambio, no representa porque presenta, es una realidad en sí mismo; no copia, como pensaba Platón de las «artes de imitación», pintura, poesía, teatro, etc. Por eso, por mentirosos, Platón expulsó a los poetas de su perfecta república. Una cama pintada, decía Platón, no sirve para dormir. La cama real copia la ideal, la pintada es copia de copia.
Escogemos lo que fotografiamos. Elegimos un ángulo, un lente, un formato, una película o cierta configuración digital, blanco y negro o color, una sensibilidad. Hay un cierto revelado o su equivalente digital, se añade nitidez o indefinición, se aclara, se oscurece, se transforman colores y contrastes, se recorta. O se deja igual. Las imágenes son inmóviles. Esas decisiones tiñen nuestra versión de la «realidad», la enriquecen, la empobrecen y/o la falsean. Uno decide, además, si muestra la foto o la engaveta o simplemente la desecha para siempre. Cuántas fotos hay que nunca han sido vistas en público, lo merezcan o no. A algunas les llega el día de salir de la oscuridad de un archivo.
Son obra del azar, salvo las que se planifican cuidadosamente en estudio o las de paisajes. Y aun ahí puede haber sorpresas, por una iluminación inesperada, un fenómeno meteorológico, cosas raras que pasan. El azar es un coautor.
«Las babas del diablo», cuento filmado luego por Michelangelo Antonioni como Blow-Up ('ampliación'), Julio Cortázar cuenta cómo un fotógrafo descubre una realidad atroz en unas fotos inocentemente tomadas cabe el Sena (http://j.mp/snYRtV). Me pasó con estos enamorados que forman, sin saberlo, un cursi corazón a orillas del Sena, que hasta recuerdan un bolero, «anoche soñé que estábamos los dos en París», etc. http://flic.kr/p/6Dr4Xp. Alguien me advirtió luego el corazón, que de otro modo yo no hubiera percibido.
La fotografía es, pues, una negociación, un diálogo, con la realidad y con el que finalmente ve la foto, quien aporta a su vez una selección, un gusto, una cultura, ciertas predisposiciones positivas o negativas hacia cada imagen. Gusto y cultura que varían con el tiempo.
Por eso no hay fotografía inocente, porque cada una es una nueva realidad en sí misma, dialéctica.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
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