miércoles, 23 de noviembre de 2011

Iniciativa.


LUIS BILBAO 


“Gaddafi pagará las consecuencias de violar los derechos fundamentales del pueblo”, declaró Barack Obama el 23 de febrero último, ocho meses antes de que un esbirro completara la faena inconclusa de un caza francés y un avión estadounidense sin tripulación cuando bombardearon la caravana en la que el líder libio se replegaba de Sirte.
Irán “pagará el precio”, volvió a amenazar Obama el 9 de octubre, tras exponer en conferencia de prensa una fantasiosa operación destinada a asesinar al embajador saudita en Washington. “No habríamos presentado el caso a menos que supiéramos exactamente cómo probar las afirmaciones contenidas”, agregó el Premio Nobel de la Paz. Tres semanas después no hay pruebas y, por el contrario, el caso cayó por el propio peso de la absurda fabricación. “El precio”, en cambio, aumentó: horas después el Departamento de Estado volvió a la carga con sus acusaciones a Teherán, por estar supuestamente trabajando en la construcción de una bomba atómica. Simultáneamente fuentes responsables indicaban que en Israel altos jefes militares y ministros de Benjamin Netanyahu se reunían para discutir un eventual bombardeo a instalaciones nucleares iraníes.
El diario israelí Haaretz publicó una nota firmada por Amos Harel, quien informa que el secretario de Defensa de Obama, Leon Panetta, viajó a Tel Aviv para llevar un mensaje: “Estados Unidos apoya a Israel, pero un ataque no coordinado a Irán podría detonar una guerra regional. Estados Unidos defenderá a Israel, pero Israel debe ser responsable. Estamos muy preocupados y trabajaremos juntos para hacer lo que sea necesario a fin de evitar que Irán represente una amenaza para la región”.
Antes de Panetta, provenientes de Estados Unidos llegaron a Israel 50 bombas estratégicas de última generación, destinadas a destruir refugios subterráneos de hierro y cemento construidos por Teherán a gran profundidad. Netanyahu habría aceptado la presión de Obama, pero con un plazo: comienzos del invierno boreal. Por razones inciertas (aparte la quiebra económica estadounidense y los 12.500 millones de dólares mensuales que cuesta la ocupación), el presidente estadounidense anunció sorpresivamente el 22 de octubre que retiraría antes de fin de año los 39 mil soldados emplazados todavía en Irak.
Esto último y el asesinato de Gaddafi, dijo Obama, “son poderosos recordatorios de cómo hemos renovado el liderazgo de Estados Unidos en el mundo”.

Premura

Por “renovación del liderazgo” debe entenderse desesperado intento por recuperar la iniciativa estratégica, perdida por Estados Unidos en la última década. A sangre y fuego el gobierno estadounidense recorre la fase final de una línea de acción aplicada desde hace cinco años con ese objetivo. Acuciado por la necesidad de mostrarse exitoso, Barack Obama dio por alcanzada la meta, precisamente cuando ésta se desdibuja bajo la presión de la crisis capitalista internacional y el inicio de movilizaciones en los centros imperiales.
Si desde una perspectiva militar el punto de partida de ese plan de largo alcance puede señalarse con la invasión a Irak, desde el ángulo político el primer movimiento coincide con el viaje de George W. Bush a Suramérica en 2007 (esta columna caracterizó el periplo en la edición de marzo de 2007). Bajo la férrea mano de Condoleezza Rice el Departamento de Estado dio inicio al contraataque tras la lacerante derrota estadounidense en Mar del Plata dos años antes, cuando se hundió sin remedio la estrategia del Alca (Área de Libre Comercio de las Américas).
En ambos casos los resultados no fueron concluyentes y quedaron muy lejos de reubicar a Washington como autoridad planetaria y centro de un reordenamiento mundial. No obstante, sería incorrecto desestimar lo hasta ahora alcanzado por el guerrerismo desenfrenado, así como las victorias parciales en la tarea de mellar la voluntad unitaria de América Latina. Puede percibirse en los últimos tiempos una peligrosa tendencia a dar por resuelto el desafío que un Estados Unidos en convulsiva crisis le plantea a la humanidad, mediante el superficial expediente de suponer que el eje capitalista hoy apoyado en Washington y Bruselas se traslada a otro, presumidamente virtuoso, con asiento en los Brics.
Es verdad que Estados Unidos ya no puede vencer. Se aplica en cambio a destruir, degradar, promover guerras fratricidas y cobrar los dividendos. Y continúa siendo la economía de mayor tamaño, imbricada además con el aparato bélico más poderoso, con mucho, de todo el planeta, al cual en última instancia se le somete Europa.
Se retira de Irak y de Libia. No sería erróneo entender ese paso atrás como expresión de impotencia. Pero deja tras de sí economías arrasadas, infraestructuras en escombros y, sobre todo, muy en primer lugar, pueblos heridos por profundas fracturas, insanables en el corto plazo. Ésa es y seguirá siendo su estrategia de “renovación de liderazgo”.
Tendencialmente esa línea ya está desplazándose, como amenazante nube, sobre Siria e Irán. En paralelo, con otros matices, la Casa Blanca despliega esa misma estrategia hacia América Latina, con centro en los países del Alba y en particular Venezuela. Cuenta con la conducta timorata y maleable de las burguesías de la región. Y con las vacilaciones de gobiernos ambiguos, irresueltos a la hora de buscar fortaleza en el único arsenal posible: la movilización y organización de las grandes mayorías.
Aviones de la Otan en Libia, calumnias lanzadas como misiles de acción retardada sobre Caracas, La Paz, La Habana, Quito o Managua. Obama es el circunstancial ejecutor de la estrategia imperial por recuperar la iniciativa. Unasur y próximamente la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), tienen la misión inversa. El Alba, con sus netas definiciones en favor del socialismo del siglo XXI obra como pequeño engranaje de un gran mecanismo apuntado a impedir la consumación del propósito yanqui. El 3 y 4 de noviembre se reúne en Cannes la cumbre del G-20. El 2 y 3 de diciembre, en Caracas quedará fundada la Celac. Al compás de la crisis que ya sacude las columnas del capitalismo estadounidense, se aproxima la hora de las definiciones.
El autor es director de la revista América XXI

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