domingo, 27 de octubre de 2024

Vitrina de nimiedades | Vida multitareas

 Meterse en dos ocupaciones a la vez (o más, si se presenta la ocasión). Trabajo, estudios, casa, amigos y cualquier otro espacio donde el deseo de ganar tiempo avive. Intentamos hacer más a la brevedad. En una suerte de omnipotencia y omnipresencia inducidas, apostamos por una vida multitareas, orgullosos de surfearla, aunque lleguemos destruidos al final del día.

Ese esfuerzo no está dirigido a montar el café mientras dejamos la ropa en la lavadora, menos aún a picar verduras a la par de ir revisando mensajes. Cada vez nos atrevemos a llevar en paralelo tareas que demandan uno de los bienes más preciados de estos tiempos, como es la atención atenta y profunda. En una suerte de ventilador intelectual, giramos de una actividad a la otra en vuelos rasantes, con la ilusión de avanzar más rápido en medio del agobio garantizado por semejante locura.

Bajo ese esquema, nos atrevemos a estudiar, trabajar, disfrutar el tiempo libre y socializar. No sabemos si vamos tras la ilusión de la productividad o si queremos permanecer aislados. Nada mejor que parecer ocupado para evitar ser tomado en cuenta, entrar en el espectro de la gente altamente productiva y responder a los afanes de los nuevos tiempos. A veces, eso funciona.

Si nos guiamos por los resultados aparentes, todo va bien hasta que chocamos con dos tareas urgentes, esas que no se resuelven con migajas de atención. Requieren dedicación, concentración y eficiencia. Quienes tienen dos trabajos en paralelo ya descubrieron los daños mentales y físicos provocados por esa extraña alineación de requerimientos.

El saber científico que arrojan los buscadores en línea advierte el fracaso de nuestros intentos por ser hiperproductivos. Nuestros cerebros no están diseñados para hacer dos cosas a la vez. No es posible ser multitarea. Varios medios lo califican como un mito que amenaza nuestras capacidades cognitivas y físicas. ¿Se quieren alertas desde la filosofía? Vayamos con referencias actuales, como un vistazo a La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han.

Podría pasar por una urgente necesidad o por una insostenible manía, pero es indudable la expansión de esta cultura acelerada y frenética. Tenemos demasiados estímulos y una frágil capacidad de atención, hábilmente aprovechadas por los diseñadores de dispositivos que nos enganchan sin obligarnos a pensar. A ello se suma esta extraña sociedad del disimulo: estamos agobiados por dentro, pero no lo demostraremos hasta colapsar. El único talante posible es la eficiencia.

El problema es complejo y está condenado a seguir invisibilizado, porque el entorno social parece empujarnos a vivir rápido, a responder, a ser veloces. En el mundo digital también abundan posibles remedios, como la técnica para la atención plena (el conocido mindfulness), técnicas de concentración y métodos de organización para hacer las cosas mucho mejor. Al final, como si fuera una condena, no importa si nuestro andar es lento o frenético: la autopista de la vida contemporánea siempre tendrá una trampa para arrollarnos.

 

Rosa E. Pellegrino



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