Estoy segura que si se han metido en redes sociales de un año para acá, se han encontrado más de una vez con los chistes, publicaciones, memes y posterior diagnóstico secular respecto al narcisismo, definido como todo aquello que implica hacer para ser visto, pero, ¿quién es Narciso y por qué está tan de moda hablar del síndrome?.
Se trata de una de las leyendas más clásicas del panteón griego. Es la que nos habla de un joven que solo se amaba a sí mismo y de la maldición que cayó sobre él; sin embargo, no fue hasta principios del siglo XX cuando el mito del narcisismo empezó a aparecer en el área de la psiquiatría y en el vocabulario popular.
El psicoanalista austriaco Otto Rank publicó por primera vez diversas descripciones de este perfil de la personalidad en 1911. Solo tres años más tarde, el propio Sigmund Freud presentaría su conocida obra, Introducción al narcisismo (1914). A partir de entonces, este concepto se asentó en el campo de la psicología de forma progresiva.
Una vez que Raskin y Hall desarrollaron el primer inventario para medir la personalidad narcisista en 1979, tuvimos ya un mecanismo con el que detectar este perfil. Pero el auténtico paso con objeto de reconocer esta característica como entidad clínica, llegó solo unos meses después cuando fueron establecidos los criterios para su diagnóstico.
En tal sentido los rasgos más característicos son, la falta de empatía, la autoimagen distorsionada, las relaciones interpersonales basadas en el daño y el aislamiento a partir de quedar atrapados en su propia imagen y desde aquí es que hoy quiero conversar contigo que hoy me lees y que te dedicas al mundo político en cualquiera de sus niveles; pues en tiempos de selfies, de seguidores en redes sociales y de autopromoción es realmente significativo adentrarnos en la discusión respecto a la insostenibilidad de una política que se desarrolle en las pantallas, en la cultura de la celebración instantánea y no en los territorios.
Pues, llevándolo a la actualidad la verdadera tragedia de Narciso no es que se enamore de sí mismo, sino que se enceguezca ante la existencia de una otredad, lo que desdeña los vínculos sociales y el amor hacia los otros, lo que viene a ser el elemento potenciador de nuestro quehacer revolucionario.
La transformación política, más que una gestión es la diástole, de esta sístole que convoca hacer una Revolución Socialista más allá de las pantallas. Que no se nos olvide.
¡Venceremos, palabra de mujer!.
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