martes, 2 de abril de 2024

Punto y seguimos | Se las lleva el viento

 Las resoluciones de la ONU, sin peso

Las palabras tienen poder. Las palabras hieren y salvan, pueden ser todo y nada o la diferencia entre la vida y la muerte. La palabra que se respalda con acciones es la que importa, la que más vale, la que se llena de sustento y evita que pierdan significado. Cuando pensamos en las Naciones Unidas, queremos creer que es un espacio donde las voces debaten para juntarse luego en un sonido armonioso y, sobre todo, esperamos que la palabra que se emite a nombre de las naciones del mundo vaya acompañada de actos, actos que las sostengan. La realidad es otra. 

El pasado 25 de marzo, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución (2728) solicitando el cese inmediato al fuego en la Franja de Gaza. Hubo sorpresa, puesto que el Consejo es el espacio de negociación más duro del organismo, por el derecho a veto de sus miembros permanentes. Raramente alguna propuesta china o rusa no es vetada por los EE. UU. y viceversa, especialmente en lo referente a la guerra de Israel contra Palestina, con un Estados Unidos como duro defensor de las políticas genocidas israelitas; sin embargo, la barbarie de los últimos meses y la movilización internacional ha incidido en la necesidad –al menos para EE. UU.– de lavarse un poco la cara frente al rechazo de un mundo que no quiere ser cómplice de un genocidio en pleno siglo XXI. 

El texto de la Resolución, originalmente propuesto por Argelia y otros nueve países, y aprobado por el Grupo de Estados Árabes de Naciones Unidas tuvo que ser sometido a modificaciones, presuponiendo el veto de los estadounidenses a expresiones que implicaran, por ejemplo, la permanencia de la medida. Así, se cambió la solicitud de cese al fuego “permanente” a “durante el Ramadán” para que pudiera ser aprobada. Días antes, EE. UU. había presentado su propia propuesta de resolución, vetada por China, Argelia y Rusia, cuyos representantes expresaron indignación ante los juegos de palabras del texto, que no solo no llamaban al cese inmediato al fuego, sino que excluía a la misma ONU de los esfuerzos diplomáticos para resolver el conflicto (tal y como lo expresó la delegación de Guyana en su explicación de abstención). 

El documento del 25M, a pesar de su repercusión mediática, es, por supuesto, un texto débil, puesto que al Ramadán le restaban15 días de duración y porque no obliga a Israel a nada. Los mecanismos de funcionamiento de la ONU no permiten que sus textos se carguen de valor con acciones. Es –quizá– un empujoncito, una hebra de dignidad colada en un escenario de poderosos, protegiéndose entre ellos, pero está lejos de significar más para Palestina que para la imagen del sistema de Naciones Unidas. Mientras se maquillan ante la opinión pública, lo cierto es que, a una semana de la Resolución (y a 9 días del fin del Ramadán), no ha habido cese al fuego. Las palabras de la ONU son de las que se lleva el viento. 

Mariel Carrillo García 



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