La autodestrucción, ¿tragedia inminente?
La política en América Latina ha dado para todo, especialmente personajes variopintos, que van desde los increíblemente nefastos hasta los más geniales. Tragedia, comedia, gloria y mediocridad en círculos vitales que parecieran repetirse, una y otra vez. Lastimosamente, la genialidad es excepcional, mientras que la tragicomedia abunda. Cada uno de nuestros países cuenta con su lista de exponentes, con sus “representantes” históricos de todo lo que nunca debió ser y, sin embargo, fue casi regla. Los cobardes, los payasos, los cínicos, los malignos, los tontos útiles, los complacientes, los delirantes, los pseudoartistas, los megalómanos, los vendehumo, los vendepatria. De todo hemos tenido y seguimos teniendo.
Muchos de estos especímenes alcanzaron posiciones de poder por azar, por argucias o por directa violencia, pero quienes más nos llaman a pensar(nos) son aquellos que fueron elegidos por el pueblo. ¿Qué pasó? ¿A qué límites de hastío, ansiedad, engaño o locura colectiva se puede llegar para elegir jefe de Estado a un Álvaro Uribe, un Jair Bolsonaro o un Javier Milei? ¿Para ser candidato o candidata a la primera magistratura de una nación no hay que aprobar algún examen aptitudinal? se pregunta una retóricamente en medio del descrédito. Ya sabemos que la democracia es un sistema imperfecto, pero vaya, visto lo visto, algunos parámetros hay que establecer.
No es nada nuevo y ya otros lo han planteado más elegantemente, como Pedro Emilio Coll en su célebre cuento “El diente roto”, aunque, a estas alturas y con los grados de delirio a los que se ha llegado, el ascenso de un Juan Peña que brille por lamerse un diente –sin pensar– sería lo más inocuo que podría pasar. No estamos en épocas de Juanes Peña, llevados por otros mientras no hacen nada, estamos en tiempos de locuras y maldades certeras y evidentes. No hay filtros, no hay disimulos, no hay formas que mantener. Hoy por hoy, “mi opinión es lo que importa” y la política se expresa en consecuencia (¿y viceversa?). No importa que esa opinión sea fundamentalmente racista, clasista, supremacista y fanática. Quieren que volvamos a la ley de la selva, al control del más fuerte.
Solo en ese contexto social extremo, en donde “los otros” son menos e indignos, tan característico de etapas de preguerra, es donde pueden lucirse –guapos y apoyados– este tipo de personajes delirantes y peligrosos, amantes de las motosierras, los imperios extranjeros, el poder del hombre rico y blanco, fanáticos religiosos, inmorales en lo propio y verdugos en lo ajeno, destiladores de odio en nombre de la libertad, protagonistas de las distopías... La formación, el pensamiento crítico, la empatía y la conciencia histórica es lo único que puede salvarnos de nosotros mismos. Rendirse a la facilidad del fanatismo no es una opción. Alerta, que caminan los fachos por América Latina mientras las mayorías los aplauden como focas.
Mariel Carrillo García
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