Rafah al borde de la invasión, políticos diluyendo el tiempo y estudiantes protestando en los EE. UU.
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Rafah es un enclave-ciudad de apenas 64 m², situado al sur de la Franja de Gaza, en Palestina, en la frontera con Egipto, y es también un enorme campo de refugiados desde el año 1949. Ráfah ha sido víctima histórica de agresiones israelíes, entre las que se destacan la demolición continuada de viviendas y la consecuente expulsión de miles de familias palestinas, condenadas a ver la destrucción de sus hogares, el robo de sus espacios y su propia conversión en desplazados y damnificados.
En los últimos días, la "noticia" de una inminente invasión por tierra y el ataque del ejército israelí a la ciudad ha copado los titulares de muchos medios de comunicación. Todo el mundo lo sabe. Probablemente, cuando este artículo se publique, ya será un hecho consumado. Palestina lo advierte a gritos e Israel no lo oculta. De hecho, el primer ministro Benjamín Netanyahu dijo que la "presión internacional" no impediría el ataque de unas seis semanas de combate previsto por el ejército en el territorio. El cinismo es tal que el gobierno israelí —a pesar de su clara decisión de invadir— se atreve a usar la carta del retraso de la operación como supuesta moneda de cambio en unas negociaciones de cese al fuego (estancadas) que deben realizarse en Arabia Saudita, negociaciones en las que lo máximo que están dispuestos a hacer es a "escuchar las preocupaciones" de EE. UU.
Por su parte, el gobierno estadounidense —más cínico aún— mira con cierta alerta cómo se le achican los espacios en la opinión pública local, en época preelectoral. Los estudiantes universitarios iniciaron protestas en sus campus, exigiendo el cese al fuego en Gaza y expresando una inusual empatía por el pueblo palestino, empatía que les ha costado agresiones por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, enviadas por los administradores de las universidades —financiadas por el lobby israelí— para atender la situación.
Los jóvenes se preguntan —con razón— por qué se destina dinero del presupuesto nacional a financiar conflictos en Ucrania, Taiwán e Israel, cuando la situación interna es tan precaria. Se preguntan, además, por qué la masacre de miles de mujeres y niños se considera una estrategia de defensa válida por parte de Israel; y, punto importante, gran parte de la inmensa comunidad judía estadounidense se niega a ser asociada con semejante crimen de lesa humanidad. "No en nuestro nombre", claman. Y son votantes, los votantes de las próximas elecciones presidenciales de noviembre.
El asunto de Palestina está resultando un incordio para la política local estadounidense y esta es, quizá, una de las pocas esperanzas que tiene Gaza de que alguien con poder influya en las negociaciones de cese al fuego. Ni Israel ni EE. UU. lo consideran moral o políticamente necesario, pues su misión es la de acabar con el pueblo palestino y concretar la ocupación en la zona. Sin embargo, para los estadounidenses, que la guerra les implique consecuencias directas en su política nacional sí podría significar algo.
Rafah será atacada, sin lugar a dudas. Las "potencias" seguirán hablando de enviar más "ayuda humanitaria" y abrir caminos de salida a los refugiados, pero el tema importante —el cese al fuego definitivo— parece lejos de destrabarse. Más días de sangre, dolor y fuego para los palestinos, a quienes solo podrán salvar los demás pueblos del mundo, protestando, denunciando y boicoteando de una manera tan masiva e intensa que provoque conflictos en las agendas políticas y económicas de sus propios países. Bien por los estudiantes universitarios en Estados Unidos. Pararse frente a la barbarie es el camino.
Mariel Carrillo García
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