Cuando el talento deportivo no es una cualidad, es muy fácil ocultarlo. En la infancia y la adolescencia, el cuerpo no clama por salir a trotar, nadar o hacer actividad alguna más de las andanzas propia de esos años. Sobrevivir a las clases de Educación Física implica algunas estrategias: en el caso de quien esto escribe, nunca faltar a clases y no raspar las demás materias provocaron la gracia de recibir un par de puntos extra en consejo de curso. Así pasan los años hasta que un día un dolor en la pierna, una espalda hecha una carretera inservible o una muñeca acalambrada advierten lo que uno no quiere pensar: tu sedentario cuerpo debe someterse a entrenamiento.
Descubrirlo no es producto de un ejercicio analítico extenso: empezar a mover esa área que atormenta es una tragedia, pero una vez se logra, se descubre el bálsamo del movimiento. Convertido en un fisioterapeuta empírico, uno advierte que el dolor matutino desaparece al entrar en acción. Ahí empieza esa vocecita interior a decirte: “Pana, busca ayuda”. El problema es que no te dice cómo.
Mientras se sigue el ritual de despertar, mover el miembro objeto de dolor, seguir la rutina y acostumbrarse, algunos momentos se convierten en una suerte de autodiagnóstico. Google, Chat GPT o cualquier otra herramienta tratan de darle significado a los síntomas que convertimos en instrucciones de búsqueda. ¿Dolor en la parte baja del talón? Fascitis plantar. ¿Un corrientazo que va desde la parte baja de la espalda hasta las pantorrillas? Problemas de ciática. ¿Imposibilidad de levantar el brazo? El manguito rotador. Internet puede ser un consultorio donde la adivinación del paciente se convierte en ciencia.
Ese ejercicio temerario no se queda ahí. Si ya nos lanzamos nuestro diagnóstico exprés, ¿por qué no buscar cuál es la cura? Ahí se abren otros portales: empezamos a buscar ejercicios y recomendaciones para aliviar nuestro malestar. Las fórmulas para calmar dolores se multiplican. Ejercicios de yoga, rutinas estándar de terapistas devenidos en influenciadores, recomendaciones al momento de sentarse o irse a acostar. Todo eso va fluyendo con la calistenia de los algoritmos.
La vocecita que pide buscar ayuda habla de nuevo. “Inténtalo, a lo mejor sirve”, susurra mientras se hacen estiramientos, se trata de llevar una pierna al pecho, se mueve el tobillo a la izquierda y la derecha, se unen los brazos para simular la forma de un ave, se echa la espalda hacia atrás, se toma aire y se lleva el tronco hacia adelante. Así, sin más rigor que aquello que logramos captar en un reel.
¿Sabemos si esos ejercicios sirven? Eso solo depende de nuestra capacidad para confirmar si el fisioterapeuta-influencer es tal o de probar así, a la buena de nuestro destino, si esas rutinas funcionan. A veces los resultados parecen decirnos que hicimos lo correcto, aunque tiempo después vuelva el problema. En otras ocasiones, las más desafortunadas, ese supuesto movimiento sanador nos paraliza y nos lleva de golpe al médico. La voz que nos metió en esto prefiere el silencio de habitar en un cuerpo que, a pesar de la necesidad, sigue siendo sedentario.
Rosa E. Pellegrino
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