lunes, 21 de agosto de 2017

Constituyente: de la ilusión a la realidad económica

Por: Alberto Aranguibel B.
Creo que toda impostura es indigna de un hombre probo, y que es una bajeza disfrazar la condición en que hemos nacido para presentarse al mundo con un nombre usurpado y queriendo hacerse pasar por lo que no se es.” Dorante / Moliere
Chávez llega al poder en 1998 por una sola razón; Venezuela, según la geopolítica mundial, era una nación del llamado “tercer mundo” aún a pesar de contar con las más grandes potencialidades para ser un país de primer orden.
Era un país subdesarrollado, que lo fue desde el inicio de los tiempos, montado sobre el barril de petróleo más grande del planeta, del cual no se beneficiaba en lo más mínimo la mayoría de la población, que padecía de mengua sumida en la más abyecta miseria.
Jamás estuvo Venezuela ni cerca de llegar a ser un país de ese primer mundo, ni en lo industrial, ni en lo económico. La locura de la llamada era del “’ta barato, dame dos”, no era sino una muestra del desangramiento de nuestra moneda mediante una compulsiva voracidad consumista sin rédito alguno, que alimentaba la ilusión de riqueza a la que la gente aspiraba porque provenía de un país que ha logrado la apariencia de su poderío y de su vida confortable gracias al saqueo de cientos de pueblos y naciones del mundo a través de los siglos.
Toda esa generación de mayameros que le puso la guinda al descalabro de la cuarta república y terminó de hacer fracasar el modelo puntofijista, sembró en el país la pueril idea de que el capitalismo es capaz de generar bienestar social porque por las calles de los Estados Unidos por donde esos mayameros frecuentaban y frecuentan todavía hoy, se respira orden, abundancia y prosperidad.
Una improductiva gastadera en baratijas electrónicas y perfumería barata, que alimentó el delirio en amplios sectores del país según el cual en el gigante del norte se encontraba el paraíso terrenal, donde con unos cuantos dólares, sacados de Venezuela a como diera lugar, se podía alcanzar aquel fastuoso estatus con el que viven los que en esa nación pueden acceder a ese inicuo bienestar, del cual en realidad solo se aprovecha un ínfimo porcentaje de la población norteamericana.
El arribo de Chávez a la escena política lo determinó la pobreza que padecía un pueblo que necesitaba aprender a construir un modelo de justicia e igualdad como nunca antes habíamos tenido, donde la riqueza se usara con equidad y sentido humano y no con la idea de servir a las grandes corporaciones que nos desangraron desde siempre.
Pero a la par de esa titánica lucha que se planteaba el Comandante por hacer realidad lo nuevo, había que asumir la tarea de desmontar lo viejo. En eso, la idea de la fastuosidad del lujo y el confort era un vicio tan enraizado en la cultura consumista de la sociedad que construir el socialismo era casi más fácil que intentar acabar con ese mal que carcomía a nuestra sociedad en todos los niveles. Creímos ser lo que no éramos; Chávez se cansó de alertar en ese sentido.
A la gente había que construirle viviendas, que eran indispensables en un modelo humanista como el que Chávez planteaba. Había que asegurarle servicios gratuitos como la educación y la salud. Había que brindarle justicia social a través del subsidio a las tarifas de los servicios públicos, los alimentos y las medicinas, que en nuestro país terminaron siendo, gracias al a Revolución bolivariana, las más baratas del continente.
A diferencia del capitalismo, en el socialismo el dinero rinde menos (porque se está repartiendo entre toda la población y no entre una pequeña élite de capitalistas acaudalados), y eso hizo que costara cada vez más esa inmensa inversión social que estaba haciendo en Venezuela para que la población pudiera no solo tener acceso a alimentos y medicinas a bajo costo, o a la gratuidad de la vivienda y de la educación o la salud, sino que pudiera optar a lo que en el mundo capitalista es impensable, como el aseguramiento de la estabilidad laboral, el incremento salarial garantizado, así como la posibilidad de contar con pensión de vejez, ente muchos otros beneficios que el neoliberalismo les niega de manera sistemática al trabajador, a la mujer, al anciano y al joven.
Sin embargo hubo mucha gente que no entendió de qué se trataba. Que creyó que viajar por el mundo como si fuéramos ricos, derrochar en exquisiteces y licores refinados como ningún otro país, gastar a manos llenas en cuanto artefacto electrónico se inventara en el mundo, hacer del raspado de cupos electrónicos una industria internacional, acaparar, especular, contrabandear, y fugar capitales, no serían para nada factores tan perturbadores que acabarían con nuestra economía, empezando por acabar la de los propios inconscientes que así actuaban.
Ya no solo desde la derecha, falsaria, embaucadora y miserable como es, sino desde las propias filas revolucionarias, un sector importante de los venezolanos dedujo por cuenta propia que el bienestar que con tanto esfuerzo estaba construyendo el socialismo bolivariano que Chávez proponía, era la cristalización en nuestro suelo de ese idílico paraíso donde el dinero debía correr a raudales en forma incontenible, sin importar de dónde tuviera que salir semejante maná de la locura, ni cómo tendría que hacerse para merecerlo.
En menos de quince años pasamos de la miseria y el hambre más desesperanzadora a la bonanza de la gratuidad y el bajo costo sin precedentes en la historia, y nadie sacó ni la más mínima cuenta de por qué tendríamos que tener derecho a tan disparatada circunstancia, sin aportar ni esfuerzo ni talento, sino simplemente suponer que el gobierno estaba en la obligación de proveerla so pena de sacarlo del poder a punta de violencia.
Mucho menos reflexionamos como sociedad acerca de cuán riesgoso podría llegar a ser el delirio que nos consumía, exactamente en la misma forma en que nosotros consumíamos los dólares que nos llevaban a la crisis que hoy padecemos.
Irresponsables intelectuales de izquierda se plegaron al coro de fariseos que acusaron de reformista al Presidente Maduro porque no liberaba los precios y permitía el libre juego de la oferta y la demanda por la que clamaba el neoliberalismo para acabar con toda posibilidad de justicia social en el país. Una suerte de “socialismo a base de dólares” era lo que pretendían.
Solo en Venezuela se ha producido el insólito fenómeno de la gente que despotrica contra el gobierno que le está asegurando el bienestar en medio de la más inclemente guerra económica que país alguno haya padecido, a la vez que pretende que la vida siga su curso en las mismas condiciones idílicas en las que desde hace décadas ha pretendido que debe ser la vida en una nación que, por mucho que hayamos avanzado en inclusión social y en fomento de nuestra potencialidad productora, no ha dejado de ser una pequeña nación del tercer mundo, sin capacidad industrial ni fortaleza económica que nos permita competir en el ámbito capitalista de las grandes potencias.
Nuestro único activo para esa competitividad, es el petróleo. Y su precio se vino abajo.
No cabe en cabeza alguna que siendo el propietario del más grande yacimiento petrolífero del planeta, nuestro país esté destinado a la ruina económica, ni mucho menos. Pero no entender que esa caída abismal del ingreso afecta severamente la economía de la nación, es toda una insensatez.
Levantarse de una crisis tan implacable en medio de una guerra brutal que persigue acabar con nuestra economía, es la labor más ardua que gobierno alguno pueda enfrentar sin acudir a medidas que pongan en riesgo o den al traste con las conquistas del pueblo en términos de inclusión y justicia social.
Aún así, el gobierno del Presidente Maduro lo ha logrado. Hoy el país avanza gracias a una Asamblea Nacional Constituyente que le permitió al país salir de la vorágine de la violencia en la que estábamos sumidos, en medio de la cual era impensable toda posibilidad de recuperación económica, social o política.
Pero alcanzar la paz no es consolidarla. Ese es solo un primer paso en la titánica tarea de recuperar la senda del bienestar económico que nos deparó por primera vez en nuestra historia la Revolución bolivariana. La recuperación económica necesita de manera impostergable la estabilización plena del país. Necesita la consolidación de esa paz de la cual dependerá el rescate de la confianza de los inversionistas, la estabilidad del mercado, la reducción de las distorsiones.
Se necesita poner las cosas en orden con mucho sentido de la responsabilidad para ayudar efectivamente al presidente Maduro a tomar las decisiones a que haya lugar para acabar con la usura, con la especulación, con los delitos económicos contra los cuales no ha podido luchar el Gobierno por el obstruccionismo y el saboteo impuesto por una oposición vendepatria y golpista.
Es exactamente ese el trabajo que ha venido llevando a cabo a lo largo de estos últimos quince días la Asamblea Nacional Constituyente como poder plenipotenciario emanado del pueblo. El de la estabilización del país, en primer lugar, para pasar de inmediato a la toma de decisiones que faciliten el trabajo del Primer Mandatario en el rescate del bienestar que la Revolución bolivariana le ha asegurado al pueblo desde siempre.
A partir de esta misma semana, esa inmensa mayoría que votó por hacer realidad esa economía posible, no ficticia ni virtual como la que ofrece el neoliberalismo, sino factible y perdurable para todas y todos los venezolanos, verá los primeros resultados del esfuerzo que desde esa instancia estamos librando.
@SoyAranguibel

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