miércoles, 7 de diciembre de 2016

La victoria de los precios petroleros: ¿y ahora qué viene?



Luis Salas

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El acuerdo de recorte de la producción petrolera por parte de los países OPEP y no OPEP constituye un evidente triunfo de la diplomacia del gobierno venezolano, principal promotor del mismo. Y al propio tiempo, y por las mismas razones, una derrota de la diplomacia norteamericana, que como en otras ocasiones ha utilizado el petróleo como arma geopolítica. Sin embargo, en el mejor de los escenarios, esta victoria constituye tan solo el primer paso en la batalla más compleja por los términos del intercambio global. Y no menos importante, deba valorarse y evaluarse sobre el marco del nuevo escenario económico mundial, que está muy lejos de ser el mismo de hace década y media, cuando por iniciativa del presidente Hugo Chávez la OPEP renació de sus cenizas y reconfiguró todo el comercio y el orden mundial.
Por ir de lo más simple a lo más complejo, lo primero que habría que recordar es algo sobre lo cual hemos insistido antes: y es que, ciertamente, la recuperación de los precios del petróleo hace subir nuestro ingreso nominal en divisas, y por tanto, en principio, recuperar nuestra capacidad de compra en el exterior. Pero eso solo en principio y nominalmente. Pues en términos reales, si no se acompaña con una batalla mucho más efectiva para sincerar los precios de las importaciones, es decir, para reducir la sobrefacturación y los precios de transferencia (precios que se cobran las transnacionales a sí mismas por los productos que importan) dicha recuperación nominal no será posible.
O sea: si al mismo tiempo que se recupera el precio de petróleo no se avanza sobre el frente de combate de eso que Serrano Mancilla ha llamado “el rentismo importador”, en el mejor de los casos tendremos una ilusión monetaria: más ingreso nominal que no se traduce en mayor poder adquisitivo, dado que al aumentar el costo de las importaciones, por la misma que entran, las divisas salen sin que eso signifique más bienes.
Sobre esto ya hemos escrito en este mismo espacio, así que no vamos a repetirnos. Por lo pronto, alcanza con recordar la siguiente gráfica donde se expresa claramente lo que estamos hablando. Y es que contrario a lo que se ha establecido como verdad en el sentido común mediatizado, entre 2003 y 2012 las importaciones en términos materiales no aumentaron significativamente. Pero lo que sí aumentó exponencialmente fue el precio que pagamos por ella, de manera que si bien en 2012 se importó más o menos un quinto más que en 2003, en términos de valor –esto es, la cantidad de plata que pagamos por ellas– tales importaciones nos salieron cinco veces más caras. Y como se puede ver también, el valor sobrefacturado de dichas importaciones tiene una correlación casi perfecta con el aumento de los precios petroleros.
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Así las cosas, ahora que los precios del petróleo se han venido recuperando y se llegó al acuerdo de recortes, hay que tener –más que nunca– presente la diferencia entre el comportamiento de las importaciones medidas por cantidades físicas y medidas por dólares o costo en divisas de las mismas. Y es que si se toman –de verdad verdad– medidas orientadas a fortalecer los controles previos y posteriores en materia de precios de transferencia y facturación que tanto CENCOEX como el SENIAT están en la obligación de ejercer, todo lo cual debe hacerse en el marco del –tantas veces ofrecido y nunca puesto en práctica– presupuesto por divisas, con los niveles de precios actuales puede recomponerse la capacidad de compra externa del país, sobre todo tomando en cuenta que la actual sobrevaluación global del dólar se acompaña de una deflación también global de precios, de modo que aunque nos estén entrando menos dólares estos tienen mayor poder adquisitivo en los mercados mundiales y, por tanto, nos brindan mayor capacidad de abastecernos.
Por último, aunque no menos importante, lo anterior cobra más relevancia cuando se considera que la llegada de Trump a la presidencia avizora un retorno mucho más marcado de la política proteccionista norteamericana, que entre otras cosas se manifiesta en una intensificación de autoabastecimiento energético, pero también, de un volcamiento de la industria petrolera norteamericana a competir en los mercados internacionales. Si a eso le sumamos el escenario de recesión mundial y caída del comercio que no tiene visos de mejorar en el corto ni mediano plazo, muy difícilmente –como mencionamos al inicio– los precios puedan volver a los niveles de hace cinco años, pues no hay demanda que lo justifique y más bien todo indica la existencia de una sobreoferta considerable, en especial ahora que con la recuperación de los precios del petróleo la industria del fracking se hace de nuevo rentable.
La buena noticia es que tal y como vemos también en la gráfica, si bien es verdad que la tendencia del precio del barril petrolero en tiempos de Hugo Chávez fue al alza (exceptuando el intervalo de 2008-2009, como consecuencia del crack financiero internacional en dichos años), no lo es, sin embargo, que durante dicho período el barril haya estado siempre –ni siquiera mayormente– por encima de los 100 dólares. De hecho, el barril por encima de los 100 dólares en promedio anual es un fenómeno más bien excepcional, que ocupa la última etapa del último gobierno del presidente Chávez, esto es, entre 2010 y 2012, siendo que el promedio del período completo (1999-2012) es la mitad: 55 dólares.

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