Carola Chávez
@simpulso: “Un compañero taxista que necesita currar 16 horas diarias para llegar a fin de mes acaba de decirme que en Cuba no hay libertá”
Como ese taxista van los esclavos del mundo libre, con sus perennes grilletes al 28% de interés, con sus pesadas cadenas de necesidades creadas, todas de último modelo, de última generación, las que cualquier persona de éxito desea tener. Se apuran por el corredor de la muerte persiguiendo al “éxito” que les venden carísimo por televisión. Pero son libres porque pueden decir lo que piensan, aunque lo que piensan lo pensaron otros por ellos y se los repiten todos los días para que no se les olvide, o peor, para que no se les ocurra empezar a pensar otras cosas por sí mismos.
Tienen libertad de escoger –les dicen ¡y se lo creen!–, pero, cuando todo tiene un precio monetario, cuando hasta los derechos más fundamentales lo tienen ¿qué libertad tienen los pobres para escoger nada? Entonces escogen trabajar durante 16 horas al día, como el taxista que nos cuenta por Twitter el amigo @simpluso. Tienes libertad de vender tu tiempo de vida a cambio de monedas para poder comprar sobrevivencia y, con suerte, alguna chuchería que te consuele, que te haga darte orgullosas palmaditas en la espalda por tu esfuerzo, porque en libertad, el que quiere puede, aunque sea un poquito, aunque sea un teléfono de última generación pagadero en incómodas cuotas que ajusten más tu grillete.
En el mundo libre se impone, sin derecho a pataleo, el libre mercado, la libertad más importante de todas, donde hasta el cariño verdadero tiene precio porque amor con hambre no dura y billete mata galán. Son las leyes del mercado, por encima de las leyes de la naturaleza, las que rigen la vida de todo y todos, inclinando siempre su balanza libertaria a favor de unos pocos que tuvieron la libertad de ser multimillonarios y que, igualito que en el juego de Monopolio, terminaron siendo dueños de todo: los bancos, los medios de comunicación, las tierras, las empresas de alimentos, de servicios básicos, farmacéuticas, las constructoras, las inmobiliarias y hasta los gobiernos… Dejándonos al resto la libertad de votar por ellos y de pagarles por todo el bienestar que nos a diario venden.
Pero no todo el mundo es libre. Hay lugares –poquitos ¡gracias al cielo!– donde la gente se cansó de ser empujada más allá de los límites de lo humano –por que son flojos y quieren que todo se lo den sin pagar–. De entre esa gente sale algún líder, algún loco que desafía las leyes del mercado, que le da por regalar derechos a diestra y siniestra: que si el derecho a la educación, a la salud, a la vivienda, a la alimentación, desbaratando, de una manera brutal, las mejores fuentes de lucro, los mejores negocios: esos que venden nuestras necesidades vitales. Un tiro al piso.
Entonces, cuando aparece un líder rebelde que acompaña la rebeldía se su pueblo, el mundo libre se apura a explicar desde su aparato cultural, que también es de los dueños de todos, que eso es muy malo, que pobrecita esa gente allá, sometida ahora por un líder populista, comunista, que les niega la libertad de escoger, por ejemplo, si estudiar en una universidad privada o en una pública porque allá la universidad es obligatoriamente gratuita, a la fuerza, pues. Una cosa horrible porque en esos lugares donde no hay libertad, los niños son adoctrinados en las escuelas y les dicen que el socialismo es bueno, cuando en el mundo libre todos saben bien, porque así se los enseñaron en el colegio, que el socialismo es una cosa diabólica que niega la propiedad privada y por ende la libertad.
Y se perpetúan estos líderes en el poder –nos dicen los analistas en los noticieros libres– cultivando la ignorancia de la gente, lo que resulta una tremenda paradoja, ya que son esos líderes “populistas” los que, apenas llegan al poder, alfabetizan a las grandes mayorías que en los tiempos de libertad no pudieron aprender a leer, pero esa parte se cuidan bien de no decirla los analistas, no vaya a ser cosa de que alguien se ponga a dudar. En el mundo libre no se duda, se sabe y sabes porque allá hay expertos que te explican lo que tienes que saber.
Y así, después de trabajar 16 hora al día, esclavos del mundo libre celebran la muerte de Fidel, o de Chávez, y deseándole a nuestros pueblos el pronto retorno a la esclavitud de la libertad. Y claro, los sometidos, los ignorantes somos nosotros…
@simpulso: “Un compañero taxista que necesita currar 16 horas diarias para llegar a fin de mes acaba de decirme que en Cuba no hay libertá”
Como ese taxista van los esclavos del mundo libre, con sus perennes grilletes al 28% de interés, con sus pesadas cadenas de necesidades creadas, todas de último modelo, de última generación, las que cualquier persona de éxito desea tener. Se apuran por el corredor de la muerte persiguiendo al “éxito” que les venden carísimo por televisión. Pero son libres porque pueden decir lo que piensan, aunque lo que piensan lo pensaron otros por ellos y se los repiten todos los días para que no se les olvide, o peor, para que no se les ocurra empezar a pensar otras cosas por sí mismos.
Tienen libertad de escoger –les dicen ¡y se lo creen!–, pero, cuando todo tiene un precio monetario, cuando hasta los derechos más fundamentales lo tienen ¿qué libertad tienen los pobres para escoger nada? Entonces escogen trabajar durante 16 horas al día, como el taxista que nos cuenta por Twitter el amigo @simpluso. Tienes libertad de vender tu tiempo de vida a cambio de monedas para poder comprar sobrevivencia y, con suerte, alguna chuchería que te consuele, que te haga darte orgullosas palmaditas en la espalda por tu esfuerzo, porque en libertad, el que quiere puede, aunque sea un poquito, aunque sea un teléfono de última generación pagadero en incómodas cuotas que ajusten más tu grillete.
En el mundo libre se impone, sin derecho a pataleo, el libre mercado, la libertad más importante de todas, donde hasta el cariño verdadero tiene precio porque amor con hambre no dura y billete mata galán. Son las leyes del mercado, por encima de las leyes de la naturaleza, las que rigen la vida de todo y todos, inclinando siempre su balanza libertaria a favor de unos pocos que tuvieron la libertad de ser multimillonarios y que, igualito que en el juego de Monopolio, terminaron siendo dueños de todo: los bancos, los medios de comunicación, las tierras, las empresas de alimentos, de servicios básicos, farmacéuticas, las constructoras, las inmobiliarias y hasta los gobiernos… Dejándonos al resto la libertad de votar por ellos y de pagarles por todo el bienestar que nos a diario venden.
Pero no todo el mundo es libre. Hay lugares –poquitos ¡gracias al cielo!– donde la gente se cansó de ser empujada más allá de los límites de lo humano –por que son flojos y quieren que todo se lo den sin pagar–. De entre esa gente sale algún líder, algún loco que desafía las leyes del mercado, que le da por regalar derechos a diestra y siniestra: que si el derecho a la educación, a la salud, a la vivienda, a la alimentación, desbaratando, de una manera brutal, las mejores fuentes de lucro, los mejores negocios: esos que venden nuestras necesidades vitales. Un tiro al piso.
Entonces, cuando aparece un líder rebelde que acompaña la rebeldía se su pueblo, el mundo libre se apura a explicar desde su aparato cultural, que también es de los dueños de todos, que eso es muy malo, que pobrecita esa gente allá, sometida ahora por un líder populista, comunista, que les niega la libertad de escoger, por ejemplo, si estudiar en una universidad privada o en una pública porque allá la universidad es obligatoriamente gratuita, a la fuerza, pues. Una cosa horrible porque en esos lugares donde no hay libertad, los niños son adoctrinados en las escuelas y les dicen que el socialismo es bueno, cuando en el mundo libre todos saben bien, porque así se los enseñaron en el colegio, que el socialismo es una cosa diabólica que niega la propiedad privada y por ende la libertad.
Y se perpetúan estos líderes en el poder –nos dicen los analistas en los noticieros libres– cultivando la ignorancia de la gente, lo que resulta una tremenda paradoja, ya que son esos líderes “populistas” los que, apenas llegan al poder, alfabetizan a las grandes mayorías que en los tiempos de libertad no pudieron aprender a leer, pero esa parte se cuidan bien de no decirla los analistas, no vaya a ser cosa de que alguien se ponga a dudar. En el mundo libre no se duda, se sabe y sabes porque allá hay expertos que te explican lo que tienes que saber.
Y así, después de trabajar 16 hora al día, esclavos del mundo libre celebran la muerte de Fidel, o de Chávez, y deseándole a nuestros pueblos el pronto retorno a la esclavitud de la libertad. Y claro, los sometidos, los ignorantes somos nosotros…
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