Carola Chávez.
Cada año, al acercarse la época decembrina las empresas preparan la tradicional cesta navideña para sus trabajadores. Una cesta que varía según el escalafón corporativo del trabajador.
Recuerdo que en mi casa llegaban cada año, no una, sino dos, tres, cuatro cestas, cada una llenita de variadas delicias: turrones, vinos, almendras, frutos secos, frutas abrillantadas, dulce de lechosa, panettones, galletas, chocolates, torta negra, caramelos… Cestas dignas de la familia de un respetable y reconocido economista.
Al mismo tiempo, en mi colegio, nos solicitaban a los alumnos colaboración para llenar las cestas navideñas de los obreros: el portero, las señoras de limpieza, el bedel y el jardinero. Dichas cestas, según decía la tradicional circular que enviaban a casa, se llenarían con productos de la cesta básica, alimentos no perecederos: arroz, harina de maíz, pasta, aceite, caraotas… que donaríamos de a paquetico cada uno “para que esa pobre gente tuviera algo de comer en navidad”. Así nuestras mamás, dándose autocomplacidas palmaditas en la espalda, nos mandaban al colegio cargando en nuestros bultos un generoso y navideño kilo de caraota o arroz. ¡Qué buenos somos!
Hay tradiciones que se niegan a morir y la cesta para los obreros escolares es una de ellas. Más de cuarenta años después, ya no como alumna sino como mamá, no deja de impresionarme como cada año se cumple el mismo ritual: la circular que avisa el inicio de la navidad; la logística, quién lleva qué cosa para que la cesta -básica- sea variada; la generosa donación de un paquetico de arroz, harina o pasta, precisamente los mismos productos de cuya escasez nos quejamos, pero que tenemos en casa suficientes como para poder desprendernos de alguno de ellos, en nombre del espíritu navideño, sin mayores consecuencias. Este año, particularmente, no somos buenas: ¡Somos buenísimas!
Es que en navidad los obreros comen arepa y arroz. Nada de turrones, nueces, vinos y esas cosas que nosotros comemos, ni siquiera un Ponche Crema. Tenemos que ser prácticas, mis amigas, esa gente lo que necesita es comer. Es una desproporción regalarles una caja de bombones, por ejemplo, si con lo que cuesta la cajita de bombones se podrían comprar 20 kilos de arroz, o sea, algo que esa gente necesita de verdad… ¡Una locura! Así que apelando a la razón, yo les regalo uno de esos 20 kilos de arrocito que tanto necesitan y me como los bombones, porque navidad es compartir.
La tradicional e irreflexiva cesta navideña obrera: Una especie de cachetada que damos sonrientes cada año y que esperamos sea recibida con humilde agradecimiento eterno, como debe ser.
¡Feliz navidad! O sea…
Cada año, al acercarse la época decembrina las empresas preparan la tradicional cesta navideña para sus trabajadores. Una cesta que varía según el escalafón corporativo del trabajador.
Recuerdo que en mi casa llegaban cada año, no una, sino dos, tres, cuatro cestas, cada una llenita de variadas delicias: turrones, vinos, almendras, frutos secos, frutas abrillantadas, dulce de lechosa, panettones, galletas, chocolates, torta negra, caramelos… Cestas dignas de la familia de un respetable y reconocido economista.
Al mismo tiempo, en mi colegio, nos solicitaban a los alumnos colaboración para llenar las cestas navideñas de los obreros: el portero, las señoras de limpieza, el bedel y el jardinero. Dichas cestas, según decía la tradicional circular que enviaban a casa, se llenarían con productos de la cesta básica, alimentos no perecederos: arroz, harina de maíz, pasta, aceite, caraotas… que donaríamos de a paquetico cada uno “para que esa pobre gente tuviera algo de comer en navidad”. Así nuestras mamás, dándose autocomplacidas palmaditas en la espalda, nos mandaban al colegio cargando en nuestros bultos un generoso y navideño kilo de caraota o arroz. ¡Qué buenos somos!
Hay tradiciones que se niegan a morir y la cesta para los obreros escolares es una de ellas. Más de cuarenta años después, ya no como alumna sino como mamá, no deja de impresionarme como cada año se cumple el mismo ritual: la circular que avisa el inicio de la navidad; la logística, quién lleva qué cosa para que la cesta -básica- sea variada; la generosa donación de un paquetico de arroz, harina o pasta, precisamente los mismos productos de cuya escasez nos quejamos, pero que tenemos en casa suficientes como para poder desprendernos de alguno de ellos, en nombre del espíritu navideño, sin mayores consecuencias. Este año, particularmente, no somos buenas: ¡Somos buenísimas!
Es que en navidad los obreros comen arepa y arroz. Nada de turrones, nueces, vinos y esas cosas que nosotros comemos, ni siquiera un Ponche Crema. Tenemos que ser prácticas, mis amigas, esa gente lo que necesita es comer. Es una desproporción regalarles una caja de bombones, por ejemplo, si con lo que cuesta la cajita de bombones se podrían comprar 20 kilos de arroz, o sea, algo que esa gente necesita de verdad… ¡Una locura! Así que apelando a la razón, yo les regalo uno de esos 20 kilos de arrocito que tanto necesitan y me como los bombones, porque navidad es compartir.
La tradicional e irreflexiva cesta navideña obrera: Una especie de cachetada que damos sonrientes cada año y que esperamos sea recibida con humilde agradecimiento eterno, como debe ser.
¡Feliz navidad! O sea…
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