Carola Chávez
Voy a hacer un ejercicio de ingenuidad que, quizá, no sea tan ingenuo: hablemos de crisis comparando mis finanzas familiares con las finanzas del Estado. La voy a llamar crisis porque mi ingenuidad no admite eufemismos y me dice que para enfrentar cualquier cosa hay que saber qué se enfrenta y para eso lo mejor es quitar todo maquillaje.
El precio del petróleo cae y nuestro presupuesto se aprieta y mucho. Algunos se frotan las manos mezquinas celebrando un colapso que desde hace quince años anticipan y nunca llega. Otros nos preocupamos, y es un buen principio porque la preocupación indica que reconocemos que hay una situación que debemos enfrentar, pero esto no basta: ahora hay que tomar desiciones y ya esto se me está pareciendo a un texto de autoayuda muy a pesar de mi misma, pero sigamos porque aquí, además, me voy a poner autobiográfica.
Después una vida holgada, más que holgada, excesiva, me tocó vivir un fructífero tiempo de pelazón. Digo fructífero porque fue la pelazón la que me obligó a pensar y repensarme, a inventar y reinventarme, porque cuando el agua sube al cuello, aunque uno no sepa nadar, por lo menos patalea. Bendito sea el pataleo que me condujo a una especie de proceso forzoso de reorganización de estructuras que finalmente nos acercó, a mi y a mi familia, un poco más a la libertad.
En mi nueva situación de austeridad descubrí que sabía hacer muchas cosas que creía que no sabía hacer, entonces las hice. Además tuve que sentarme a sacar cuentas en serio, así que peiné mi presupuesto y con cada pasada del peine caían gastos inútiles, costosos, pesados, que la abundancia me había impuesto con el cuentico de “la calidad de vida”. Peiné, peiné, peiné y libre de pendejadas inútiles que simulan bienestar, fue cuando mi vida realmente empezó a ser de calidad.
Con el Estado pasa lo mismo: La abundancia tantas veces nos permite equivocarnos, total, mañana habrá otra vez con qué pagar los errores. Ahora no habrá con qué pagarlos así que se impone caminar con los ojos bien abiertos, midiendo cada paso, sin distracciones. Por eso me alegra que Nicolás, mi Presidente, diga que la crisis del petróleo es una oportunidad para crecer. Eso me dice que lo tiene claro. Yo, ya-lo-he-vividomente, sé que si la aprovechamos, el 2015 será un año victorioso.
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