domingo, 7 de abril de 2024

Vitrina de nimiedades | Nuestro diálogo secreto

  Dialogar es magia. Es un hechizo que va más allá del intercambio constante de roles en la clásica relación emisor-receptor, si nos quedamos con las definiciones aprendidas en la escuela. En realidad, y eso lo descubrimos adultos, es un acto de encantamiento que genera conversaciones paralelas y difunde mensajes ocultos, esos que sólo desciframos en el silencio de nuestra conciencia.

Cuando nuestro verbo va por un camino y nuestra imaginación por otro, el fatalismo y el optimismo dan la pelea para inundarnos con las ideas más insólitas y más profundas. Si la conversación de antemano resulta incómoda, antes de cruzar palabras ya hemos hecho el guión de al menos 3 películas, listas para cualquier plataforma de streaming. Y si el asunto es al revés, cuando esperamos ese momento con excesiva alegría, sólo comprobamos cuán lejos pueden llegar nuestras aspiraciones y deseos. 

Mientras el preámbulo es una mezcla creativa de expectativas, el diálogo in situ es la puerta de entrada a varias dimensiones. Palabras van y vienen, pero en la mente de cada hablante se mezcla lo entendido, lo indescifrable, lo supuesto y lo deseado. Hasta aquellos que hablan “sin filtro” también tienen su conversación interna. Ser frontal, a veces, implica calcular bien las palabras.

Donde veamos un diálogo realmente existen tres: el apariencial y el que sostienen en su interior sus participantes. Cada una tiene su punto y le da a ese encuentro la sensación de historia incompleta, aunque prime la coherencia. Por mucha agudeza que tengamos, nunca lograremos reunir todas las piezas de esa historia.

Esa gasolina es el mejor combustible para los diálogos posteriores. Cuando hemos reposado nuestras ideas, repasamos el momento y comenzamos a recrear escenas alternativas. “Debí decirle esto”, “¿Por qué no le pregunté qué quería decir con aquello?”, “Realmente me quiso decir tal cosa”: con frases como esas le vamos dando forma a esas situaciones ideales, condenadas a ser solo una posibilidad jamás realizable. Están pensadas para recriminarnos por nuestra falta de agudeza mientras aceptamos que perdimos una oportunidad.

Con esos conflictos juegan series, telenovelas y películas. Casi todos hemos visto la típica escena en la que los personajes se dicen algo directamente, mientras su voz interior -audible para los espectadores- expresa lo contrario, revela una sorpresa o nos prepara para una situación más compleja. También, podemos conseguir el personaje que le habla a su contraparte en una escena y, a ratos, nos habla a nosotros para ponerle más pimienta a la trama. Si eso no es complicidad, entonces qué es.

Pero eso es ficción audiovisual pura. Ojalá tuviéramos esa voz en off hablándonos para no perdernos en nuestro coloquio interno, para volvernos unos linces de la argumentación, ya sea para convencer o para desmontar las ideas del otro. Pero en pleno fragor casi nadie puede soltarle a su perspicacia un “Échame una ayudaíta”. Nuestro diálogo secreto nos complejiza y nos condena. La labia y la agudeza, al final, son dones.

 

Rosa E. Pellegrino 



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