miércoles, 27 de marzo de 2024

Psicosoma | Analfabetismo emocional

  Realmente, los condicionamientos, creencias y estados emocionales nos arrastran a tomar decisiones impredecibles, o las mismas de siempre, por la inercia mental. Bajo excusas como: "Yo soy como soy y me aman como soy", "a mí nadie me enseñó a ser madre o padre" o la idea romántica de que el amor lo puede todo, pocas personas valoran las ciencias psicológicas y entienden que el amor es un proceso de construcción.

En la clínica, al iniciar un proceso, agradecen a quien les removió el piso psicoemocional para cambiar y percibirse como un proyecto inconcluso. ¿Cómo se evitarían las celotipias patológicas, las posesiones diabólicas, los psicotrópicos, el alcoholismo, las depresiones y las muertes o el "modo zombi"?

Somos psicosoma y el alma se enferma o morimos de amor. Libamos en catarsis cual "barril sin fondo" y quizás así drenamos, pero el asunto son los hábitos. El templo de las cantinas brilla y secuestra. La incomunicación con uno mismo y con el otro crea "cumbres borrascosas" y no nos damos cuenta de que estamos viviendo "por el resto de la vida" un gran amor que es ahogado por orgullos e indiferencias, y no podemos lidiar con las transferencias y contratransferencias. Se tiene miedo de amar y escuchar con el corazón. Parece que la entrega en cuerpo y alma pasó de moda y el contorsionismo sexual entra sin rozar el alma.

En terapia, una pareja de poetas casi nunca se comunicaba, pero se veían a través de las estrellas y practicaban la energía kundalini. Creían en sus poderes telepáticos y se encontraban en el "banco azul". Tal era la idolatría entre ambos, en un mundo de sahumerios, hasta la venida del espíritu santo carnal. La hipocresía paranoica los llevó a intentos de suicidios, que él logró consumar, por lo que la diosa terrenal nunca pudo vencer a la Parca. Les comento esto porque se cree que el mundo poético es todo rosáceo. Todos tenemos un cerebro triuno, que cuesta educar, pues el instinto y el deseo del cerebro reptil nos secuestra.

En estas últimas décadas, el mundo cibernético nos moldea. Con la IA, la "comunicación" se hace transparente, sin culpas. Con la ingeniería biomédica, al "cavernícola" se le somete con terapias personalizadas que equilibran el cerebro triuno con cero tsunamis pulsionales. Así, se harán más funcionales para "agenciar las emociones". En teoría, los algoritmos y chips condicionan.

No hay "morfina mental o psíquica" para recetear al cerebro, ninguna lobotomía ayudaría y no es cuestión de tiempo, porque la atracción y el deseo repotencian procesos cognitivos.

Nos da miedo procesar dolores y se prefieren drogas sintéticas baratas de efecto instantáneo, anestesias "modo zombi" que alteran el tránsito de neurotransmisores entre las neuronas-fentanilo, nitazenos, benzodiacepinas, alucinógenos y otros estimulantes.

En pandemia, el femicidio aumenta y los hombres no se conectan con sus emociones. No pueden expresarlas ni identificarlas. Accionan con violencia al esconder el miedo, se sienten invulnerables, nos menosprecian con un razonar lógico que les evitan escucharse y tratan de convencer a la pareja de que son las culpables. "Doctora: ella me provoca", son sus frases usuales. Son pragmáticos y exigen "recetas" para la "loca de la casa". No quieren escuchar e interrumpen con hipercinesia. Les obsesiona controlar. Les cuesta expresar sentimientos y niegan en público sus necesidades afectivas. Están pendientes de las críticas y se les aplaude la rabia. Observamos agresiones como las del presidente Rodrigo Chaves, que, en televisión, con su temperamento confrontador, "pone en cintura" a los poderes del Estado.

Mientras las ofensas se normalizan y vestir minifalda es una provocación, ni en casa ni la calle las mujeres estamos seguras. La pandemia detonó "nuestros demonios" y retornan cacerías de brujas. Regresamos al "dulce hogar" sin poder socializar la olla de presión. Menos mal que tengo una gata que no me ladra y tomo siempre la "sartén por el mango".

Una paciente de cincuenta años se casó a los catorce y después de treinta años se divorció. Hace un año conoció a un hombre de treinta y cada uno vive en su casa. Ella le llama "malamansado" y me platica: "Doctora, parece que estoy criando, y me gusta, porque es huraño…". Cada pareja se reconstruye con sus experiencias de vida y toma de decisiones. Las mujeres, en general, exigen respuestas y necesitan hablar y llorar. Ellos, a la primera de cambio, huyen. Tienen inseguridad, miedo, frustración, bloqueo emocional y no pueden llorar. Es terrible verles en plenas crisis. En la clínica logramos el abecedario, verter en palabras sus emociones, procesar una relación consigo mismo, para evitar a muchos las reclusiones forzadas.

 

Rosa Anca



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