No saber o no querer hacerlo
En psicología se definen los sesgos cognitivos como efectos mentales en los cuales el pensamiento se desvía, deforma o distorsiona, separándose de la lógica. Un ejemplo de sesgo sería la polarización. Cuando existe polarización, el sesgo impide, entre otras cosas, el reconocimiento del otro, la asunción de que todo lo que tenga que ver con la otra parte es malo o de ninguna credibilidad e incluso la creencia de que cualquier cosa que afecte a la vida personal tiene que ver o es causada por esa otra parte que se rechaza. La polarización, como todo sesgo cognitivo que altere la racionalidad humana, causa daños no solo al individuo, sino a la sociedad.
Entre esos sesgos, existe uno denominado efecto Dunning-Kruger, así nombrado por los investigadores que lo estudiaron (los estadounidenses David Dunning y Justin Kruger) y que indica un sesgo en el que personas con baja habilidad o conocimiento en áreas determinadas sobreestiman sus capacidades sobre las mismas y además las consideran por encima de las de otras personas. Bajo este efecto, la gente opina abierta y confiadamente sobre temas de los que, en realidad, tiene poca o nula idea. Un mal de nuestro tiempo, podría decirse, o más bien un viejo mal que ya se definía con el dicho aquel: "La ignorancia es atrevida".
Las redes sociales han permitido evidenciar este sesgo y basta con leer comentarios de cualquier tipo de publicación para darse cuenta. Expertos y expertas en conducta, criminología, medicina, religión, historia, y pare usted de contar, amparadas en la impunidad del anonimato, sueltan sus perlas libremente, sin temor y además con convencimiento. La gran masa es ignorante en la época de mayor transmisión y difusión de información de la historia humana. Una historia, se sabe, contada por los vencedores.
No de otra forma se explica que Occidente, a escasos 78 años de la creación del Estado de Israel, por parte de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, legalizaron —utilizando el shock general causado por el genocidio de Hitler a los judíos— la ocupación y la injusticia sobre el territorio y pueblo palestinos. Imaginen que una mañana alguien poderoso decide que tu casa no es tuya y que los nuevos dueños llegan a instalarse a fuego y sangre, alegando además derechos divinos y ancestrales. El conflicto palestino-israelí no es, desde luego, tan simple y se remonta a milenios de escaramuzas, conflictos y guerras entre razas y religiones, pero básicamente ese territorio ha sido siempre la tierra sagrada de las mayores religiones monoteístas del planeta. El lugar natal de Jesús, el palestino, sobre la que hoy una facción (sionista) se abroga todos los derechos con la venia de la comunidad internacional que, entre cómplice e ignorante, se atreve a justificar la salvaje respuesta de una potencia militar como Israel, sobre un pueblo al que ha atacado de manera sistemática desde hace casi ocho décadas.
Cuando se aboga por la paz, no se apoyan acciones en las que inocentes y civiles sean el blanco, pero calificar de "vulgar terrorismo" a la defensa que Palestina hace como puede, desde su evidente posición de inferioridad, contra una potencia que los acorrala, humilla, asesina y asfixia en una franja de pocos kilómetros es, como mínimo, de una ignorancia supina. Como máximo, es evidencia de una doble moral en la que la violencia no se juzga ni se condena en sí misma, sino en función de quién la ejerza. Matar palestinos está bien, matar israelíes está mal (o viceversa), obviando variables, contextos e información relevante; información con la que lo menor que debería decirse para no hacer el ridículo es que matar está mal, o aferrarse al consejo de la abuela: cuando no se sabe nada, lo mejor es callarse. ¿Quizá sea que en Occidente el efecto Dunning-Kruger es pandémico? Quién sabe. Sería, de seguro, menos doloroso que saber que se han inclinado voluntariamente por la injusticia.
Mariel Carrillo García
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