Carola Chávez
Pudo haber sido un presidente gris, no porque ese fuera el color de su carácter, sino porque después de aquel arcoíris fosforescente con fuegos artificiales y estrellas que fue Chávez, brillar se hacía muy cuesta arriba.
Al principio, tuvo que apechugar la tristeza que a todos nos aplastaba, y levantar una campaña electoral que nadie quería. Nunca quisimos vivir aquel trance. Para nosotros las campañas eran fiestas y nuestra alma no estaba en esos días para esas cosas. Aún así, él levantó el vuelo y recorrió un país que trataba de no ahogarse en su más grande tristeza, sus más grandes temores. Apechugó Nicolás y con él apechugamos… y vencimos.
Fue enorme saber que podíamos vencer sin Chávez. Ahora vendría lo más duro. Los ataques no tardaron en llegar. De sus primeros tartamudeantes pasos sobre una tarima, se agarró el enemigo para llamarlo “burro, Maburro, chofer de autobús, ¿cómo nos va a gobernar un pobre diablo que ni siquiera fue a la universidad?”, decían con soberbia y miopía. Sin dejarnos ni un respiro, apenas ganamos, Capriles mandó a descargar la arrechera. Dos días de violencia, que de sopetón cambió a un llamado a bailar salsa que nadie quiso bailar. Presiento que ese fue el primer volantazo de nuestro presidente autobusero.
Todos los ojos del mundo estaban puestos en Miraflores, todos evaluándolo, midiéndolo, unos para reconocerlo y otros para destrozarlo. Confieso que en sus primeros discursos busqué a Chávez y no encontré su estilo y soltura, no me quedaba hipnotizada, porque yo pretendía, inclemente e injusta, que Nicolás me hipnotizara, que me hiciera brincar de alegría, que me hiciera llorar de ternura, como lo hizo siempre Chávez. Pero aquel hombre grandote en aquella tarima inmensa parecía estar tratando de encontrar su sitio, un lugar tan complicado que nadie querría tener que ocupar. Después de Chávez, nadie.
Y una tarde, poco tiempo después, desde la tarima; Nicolás, humano y humilde, nos dijo: “¡Ayúdenme!” y lo sentí tan sincero, que me sacó unas lagrimotas conmovidas, como cuando hablaba Chávez. Otras veces me sacaba ideas, otras, carcajadas, y se iba configurando en su discurso su esencia: un hombre sencillo, con una gran valentía, asumiendo con inteligencia una gran responsabilidad. Un gran hombre.
Los ataques arreciaban: “Maduro no es Chávez”, dijeron y creyeron poder tumbarlo de un soplido. Seis meses de guerra económica y eso es pan comido, calcularon y apretaron el hambre de un pueblo que pretendieron doblegar con un paquete amarillo de harina. Midieron mal a Maduro y nos midieron mal a todos. Inventamos o erramos y Nicolás anunció los CLAP, y nos organizamos como nunca en todos estos años. Quienes creyeron que el CLAP solo era una caja de comida, no supieron ver su verdadera dimensión política y organizativa, otra vez no supieron ver a Nicolás.
La guerra se prolongaba y nada que caía el autobusero ese. Métele violencia, para que se vaya. Métele amenazas de Comando Sur, métele la OEA… ¿Cómo vas a ser tan idiota para pretender atacar con zancadillas diplomáticas al que fue el canciller de Chávez? Fueron así de idiotas y en la OEA, comandados por Nicolás, los derrotamos, una y otra y ooootra vez hasta que la OEA terminó reducida a un minoritario clan de perritos alfombreros.
Con cada ataque, Nicolás pisando cada vez más firme, más claro, más suelto, más él. Nicolás maniobrando con inteligencia y alegría en un complicadísimo campo minado. Y las traiciones no tardaron, no tardó el desconocimiento, la soberbia de quienes, en nuestras filas, se negaban a reconocer la autoridad de un autobusero… Y vio Nicolas partir a quienes fueron sus compañeros, algunos en silencio, otros robando cámara con impudicia, hablando en nombre de Chávez mientras se cagan en su memoria diciendo que “Chávez se equivocó”. ¡Cómo se equivocan!
Y el decreto de Obama, y los decretos de Trump, y la oposición desesperada injertando en nuestra tierra nuevas formas de violencia importadas del país más violento del continente. Y las provocaciones, “porque ese Maburro cae ya”. Y solo caen quienes tratan de tumbarlo. Se secan. Y más violentos se pusieron, más desesperados, y apostaron al nada o nada de una guerra civil prefabricada, teledirigida. Y quemaron gente viva, por negros, por chavistas, por militares, “Quién los manda a pasar por ahí, pues”… Y cuando ya las madrugadas nos despertaban con el frío en la espalda de la angustia, Nicolás convocó a la Constituyente, y aún sin entender nada, sentí un alivio. Ya habíamos aprendido que esos volantazos de Nicolás siempre son buenas noticias. Porque Nicolás a punta de inteligencia, lealtad y valentía se lo había lo había ganado, lo acompañamos y votamos y de ese domingo para el lunes, como por arte de magia, se apagó la violencia que nos acosaba y la oposición se volvió polvo cósmico, tal como Chávez tantas veces lo auguró.
Y el desespero aumenta la presión y Washington, como una mosca terca reventándose contra un cristal, decide tomar las riendas de la batalla y el bloqueo disimulado que nos venían aplicando se convirtió en decreto presidencial. Y Julio Borges se arrastra para que el bloqueo bloquee más, y el vampiro Ledezma suplica sangre ya, please, con intervención militar gringa que haga lo que ellos no han podido hacer. Y no aprenden que mientras más nos aprietan más fuerte nos hacemos y ellos más se secan. ¡Toma tu petro, gafito!
Cinco años tratando de tumbarlo y ahora, en este escenario, llegó el año electoral con Nicolás, el autobusero, el que no era Chávez, el Maburro; con su propia épica, con su brillo propio, con todos los ticket para repetir mandato y sin rival que le llegue a los talones. ¡Sigan subestimándolo, sigan subestimándonos, pues!
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