Carolina Villegas.
Lo del sombrerito para esconder la fama es cosa de aeropuertos venezolanos. Ya en el exterior, en cualquier país donde brinden un café a cuenta de celebridad política, y, sobre todo, delante del amo que sabe cómo torcer brazo y pescuezo, es conveniente descubrir la calva en combinación con las cejas de formas continuas; mostrar sentimientos: ojos de perro fiel al dueño que promete comida, labios fruncidos en gesto de resignación ante la necesidad de entregar, humanitariamente, a la muerte por invasión, a grandes grupos de venezolanos, con la sombra de un ademán que se pierde entre la obligatoriedad de un deber cumplido. Sobre todo hay que dejar que el emisario del Jefe sea quien apriete la mano y dé las palmaditas. El vendedor de invasiones se combina con los fugitivos, uno viejo y otro joven, pero los dos sinvergüenzas, que lucen elegantes trajes apropiados para Cumbres de países donde no ocupan sillas de titulares, pero usurpan la intención de un pueblo entero.
Habla el más viejo de los fugitivos, tan viejo que la generación del más joven no lo recuerda, ni entiende por qué lo llaman vampiro. Ambos fugitivos hacen juego de narices grandes, una más curva que la otra; ganchuda la del joven, bajo el final de los ojillos mezquinos de tamaño y sobre la barba y el bigote que conducen a una boca sin palabras, puesta sin oficio en la cabeza que mueve de un lado a otro, gesticulando frases inaudibles, dedicadas sólo para sí. La corbata azul del vampiro no pierde el recuerdo de la capa de noche oscura y primaveral vestida para los salones fríos de castillos rumanos.
El vendedor de invasiones toma nota del pago que debe asentar en la cuenta de los fugitivos más ilustres. Es claro que el emisario del Jefe se refiere a los que han huido del rrrrégimen despótico, y eso genera nuevos problemas; son dieciséis millones de los verdes, de la moneda que gusta a las mayorías, la que mueve el mundo occidental donde hay gente arriba e infrahumanos abajo. Tendrá que discutir con los que no han huido, porque los reales no están fáciles de conseguir. Habrá quien reclame algo para el bobo aquél que terminó en una embajada de país sureño aliado; o salte el cura fugitivo que ahora no quiere que lo miren mal en Miami; o tal vez otros pidan por el muchacho de la película que está pagando cana en su casa, agobiado por la falta de libertad y legal responsable de una barriga de sospechoso origen. Saltará quizá la violenta organizadora de reuniones golpistas en quintas del este del este, o tal vez... ¿Para qué alcanzarán esos 16 millones? Cada inmueble que se compra en Caracas o Miami para revenderlo a precios de oro puro, y respaldar el negocio familiar o de los amigos no es de sencillo acopio, si cada fugitivo de poca monta pide lo suyo. Definitivamente se requiere mantener la pequeña gran fortuna... el segundo desembolso, para ser más exactos, provenientes de un acto oficial de la nación más poderosa del mundo; la única que puede aventar al autobusero fuera del Palacio presidencial. Pero ahora es un problema con el emisario del Jefe, se pasó de palabras cuando enteró a un mundo entero que administramos muchas de las lechugas verdes, nada menos que 16 millones.
Los fugitivos, mientras tanto, modula uno el discurso incoherente, contradictorio, de la "intervención humanitaria", mientras el joven decora el aire limítrofe de su rostro con movimientos de silencioso ventilador de cuarto caluroso. El viejo fugitivo mantiene su discurso como víctima inmovilizada en Caracas, "nosotros, los que luchamos contra este narcorrrrrégimen..."... las palabras se pierden en contextos de otra época, saltan al oído frases de pasadas décadas que no dejan al evadido más joven, ubicación posible en la historia... "si hacen una redada..." El de los ojillos diminutos sobre la nariz ganchuda entra cada vez, durante cada frase del vampiro, en fase de incomprensión, como mejor fórmula de inamovilidad de cuerpo y paseos faciales de ventilador de cuarto caluroso.
Saca las cuentas el vendedor de invasiones. Tendrá que aseverar, por todos los medios posibles, que no puede volver al país, que resulta poco menos que imposible regresar al ejercicio legislativo, para tener acceso legítimo a parte de los dieciséis; si no, ¿quién administrará las lechugas? Habrá que convertirse en un verdadero fugitivo, enseñando pasaportes vigentes con páginas arrancadas, pegar gritos al igual que el viejo adeco que no los deja en paz, cada vez que puede pisarles los talones. Deberá caer en las cada vez más duras palabras de la loca ex periodista aquella, que lo insulta siempre que puede, y encuentra eco en el Programa del Capitán, ése, el del palo cochinero de los miércoles. No puede quedarse con poco; es mucho cuanto hace para entregar el país y hacer bombardear a los indeseables chavistas. Hay que sacar cuentas... ojalá y no se aparezcan a pedir lo suyo los guarimberos, entre los que están los muchachos esos que ven mucha televisión y se disfrazan de medievales para verse más bonitos y provocar una lástima épica entre las amas de casa y los hombres sin oficio...
Investigadora. Especialista en educación universitaria
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