sábado, 17 de marzo de 2018

La buena, los tibios y los malos

Carola Chávez

Evo-Morales-y-Nicolas-Maduro
Angela Merkel asumió en estos días su cuarto mandato y no vi a nadie chillando. No hubo titulares escandalosos invocando la alternabilidad como ingrediente principalísimo de la verdadera democracia. No hubo expertos analistas advirtiendo que esa insistencia de permanecer en el poder no es sino un peligroso e inequívoco síntoma de autoritarismo. No hubo declaraciones de ex presidentes, ni grupos de países amigos tratando de salvar a la pobre Alemania del rumbo dictatorial que está tomando No hubo nada de eso porque Angela es Merkel, es blanca, es europea. Si Angela fuera López, y en lugar de ese casco de laca rubio cenizo, su pelo fuera chicharrón, si fuera suramericana esa Angela mestiza, ¡ay! el escándalo que se armaría.
Es que la democracia es así, a la medida de quienes nos las vendieron. Un montón de reglas que son buenas para la pava pero no para el pavo. Un modo mundial de hacer las cosas y te la calas, todo vigilado por la “Comunidad Internacional”, la pava que se lleva todo dejando al pavo desplumado. La conveniente democracia consiste en hacer elecciones tantos años, con dos partidos grandes, con candidatos bilingües, de rasgos europeos; y algún partido pequeño con un aspirante mestizo para que la sociedad entere esté representada. Y que elijamos bien: al que les guste a los dueños del capital, no a nosotros.
Lo malo es que a veces los pueblos no hacemos caso y nos da por querer hacer lo que queremos y queremos que nuestros países sean nuestros. A veces nos encontramos con un líder que es como nosotros y nos da por votar por él, una y otra y otra vez. ¡Qué locos somos!
Y nuestro líder, loco también, y se lanza en campaña y gana, sin pedir perdón, sin pedir permiso a la comunidad internacional, a esos que son blancos y se entienden, y no entienden esta merienda de negros que somos.
Merienda de negros, nos dicen cuando nos ven contentos haciendo las cosas como las hacemos, y no con el cuchillo y tenedor que nos quieren imponer. Merienda de negros y no nos perdonan. No perdonan a ese negro, a ese indio, a ese muchacho de barrio que no fue a Oxford o a Harvard, y que ahora gobierna su país un pocotón de años seguidos, cagándose -perdón- defecando sobre la alternancia, ese ingrediente sagrado de toda democracia y bla, bla, bla…
Y te lo dicen en la cara, te reclaman tu osadía antidemocrática, mientras Merkel celebra tiesa, sin una sonrisa, sin un meneo, sin un sandungueo, sin una fiesta de alemanes lanzándose en la calle para celebrar con su lideresa su cuarto mandato. Y lo peor es que hay pendejos aquí que se tragan el cuento y caen en la trampa de querer complacer al verdugo, como para que no los vea feo, y no los golpee tanto.
Recuerdo que en 2012, cuando Chávez fue re electo, Toti Pasman, el periodista argentino al que Maradona le dijo “la tenés dentro”; me preguntó si no veía poco democrático que Chávez permaneciera tantos años en el poder. Yo les respondí con una pregunta: ¿Por qué Chávez no y Angela Merkel sí?. Totti, en vivo y directo, tartamudeó atragantado. La seguía teniendo dentro.
Recuerdo también cómo, mientras Chávez defendía nuestro derecho a elegirlo, porque no puede haber una ley que vaya contra la voluntad de un pueblo; Rafaél Correa, entonces presidente de Ecuador, lo contradecía con el cuento trampa de que nadie es indispensable, y todas esas tonterías de libros de autoayuda revolucionaria que repiten los que creen que a la oligarquía mundial se le puede desafiar con buenos modales y sin romper un plato. Esa historia ya sabemos cómo terminó.
Una vez partió Chávez, la fuerza de sus compañeros continentales se diluyó en edulcorantes cálculos políticos que buscaban la distancia de Maduro, que “está como una cabra” -decía con soberbia el viejito humilde con cholas, mirando a Nicolás por encima del hombro, como lo hacen sus más rancios enemigos-. Lula hizo otro tanto, y patinó en el “Maduro no es Chávez”, pidiendo para Venezuela un gran gobierno de consenso, como el que se montaron en Brasil junto a la derecha evangélica, que en un parpadeo les sopló, a Lula y a Dilma, el bistec. Cristina, más al sur, se deslizó en silencio y algunos compañeros peronistas, muy desorientados, hoy comparan a modo de chiste malo las desgracias del gobierno de Macri con la crisis en Venezuela, igualando así, a lo bestia, a su aliado con el enemigo.
Ahora vemos a cada uno de estos líderes en las garras del enemigo al que quisieron agradar. Los vemos peleando a cada uno por su lado, cada uno en su pequeña pelea, en la soledad que escogieron.
Evo es un hermoso un capítulo aparte. Evo sabe, como Chávez, como Nicolás. En él no caben ni cálculos ni disimulos. Porque cuando Evo te llama hermano, es porque eres su hermano y no hay hermano más noble, más firme, más valiente, más grande y generoso que nuestro hermano Evo.
Y ahí persisten con su salvaje terquedad sudamericana, el dictador populista Evo y su amigo el ídem Nicolás. Molestos y malucos indomesticables que no quieren ser perritos en la alfombrita de nadie, que insisten en la antidemocrática manía de seguir siendo presidentes de sus pueblos, que a sus vez insisten la antidemocrática manía de quererlos elegir, una y otra y ooootra vez. Deberíamos aprender de los alemanes ¿no?

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