jueves, 3 de diciembre de 2015

¡Arriba las cadenas!

Carola Chávez.


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Las cadenas de mensajes siempre han existido. Yo recuerdo, cuando era pequeñita, cuando los celulares no soñaban con aparecer, alguien dejó una carta manuscrita en la ventana de mi casa que decía más o menos esto: “Este mensaje te lo manda alguien que te ama y quiere compartir contigo esta dicha: Durante los próximos 10 minutos, San Ataúlfo te concederá el deseo que le pidas, si le copias y envías esta carta a diez personas queridas. Si no lo haces, se romperá la cadena y te ocurrirá una terrible desgracia, como le pasó a un señor en Tegucigalpa que se burló de la cadena y al instante se quedó irremediablemente ciego”. Mi mamá tomó el papel, lo leyó, ponderó la imposibilidad de sentarse a copiar diez veces esa carta sin que se le quemara el almuerzo, y la tiró el el basurero de la cocina. Cuarenta años más tarde, se quedó miope, eso sí.
Muchos años después, muchísimos los avances tecnológicos después, llegó a mi teléfono inteligente la cadena de San Ataúlfo, pero esta vez no era Ataúlfo en que me ofrecía un milagro bajo amenaza sino una Virgen de no sé qué cosa. Una y otra vez regresaban las cadenas, con una impresionante variedad de santos y milagros. Y es que ahora era tan fácil optar por sus celestiales favores, nada de sentarse a escribir diez veces la misma babosada mientras se quemaba tu almuerzo, noooo, ahora solo había que hacer clic. Así las cadenas milagrosas le dieron varias vueltas al mundo saltandito de celular en celular.
Cadenas de las que no se salvaron personas que consideraba inteligentes y que con cierto pudor encabezan los mensajito con un original e ingeniosísimo “No creo en cadenas, pero de que vuelan vuelan”.
De los santos milagrosos pasamos a “Microsoft está pagando un dólar por cada uno de tus contactos que reciba esta cadena”… ¡Clic! Otra vez los buzones atiborrados porque “de que vuelan vuelan”.
Cuando ya las cadenas habían probado su capacidad de penetración y destrucción del raciocinio, alguien, que tampoco tenía que ser una lumbrera, dijo: ¿Oye, y si hacemos cadenas de terroríficos rumores políticos? Fue así como se inventó el “Como me llegó lo mando”.
Y como llegan, mandan vainas cuyas fuentes son un tío de un cuñado de la manicurista que le hace las uñas a la hermana de una sobrina de una señora que estudió primer grado con un ministro, un general, un juez… de cualquiera que sirva para el rumor que se quieren propagar, todos de un dramático y neurótico “¡Dios mío, a dónde vamos a llegar!”
A dónde van a llegar, mi pregunto yo, porque las cadenas, ahora novedosamente reducidas a 140 caracteres de un tuit, se han convertido en la fuente de tantos periodistas que, en su furibundo antichavismo, convirtieron el oficio en una fábrica de ollas descabelladas. Como me llegó lo publico y en todo caso, si la cosa revienta, paso la página y digo “yo no fui”.
Lo más trágico es que estos periodistas devenidos en operadores del rumor, terminaron, como las señoras caceroleras que los leen, creyéndose los rumores ayudan a impulsar. Fue así como, por ejemplo, hace dos días, recorrían los lugares donde, según la rumorología, se iban a celebrar unos Mega Mercales que no existían. ¡Qué desastre de país! ¡A dónde vamos a llegar! Decían con sincera alegría, mientras describían a un pueblo furioso que se vengaría con su voto de semejante embarque alimentario. En el este del Este, las señoras caceroleras leían esperanzadas las cadenitas tuiteras donde sus periodistas favoritos describían a un pueblo embarcado y con el estómago vacío. Mientras tanto, en la vida real, miles de Mercales comunales se celebraban por todo el país.
En base a la irrealidad del rumor sacan cuentas que al final no cuadran. Y es por eso que la  cadena del fraude electoral cuela tanto y no deja de circular.

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