Marcos Salgado – Question Digital
Los números se invirtieron en Venezuela. La oposición batió récords de adhesión y el chavismo tocó fondo en unas elecciones parlamentarias que -más allá de lo que se viene en la nueva Asamblea Nacional (AN) controlada por la derecha- son termómetro del laberinto más difícil para la Revolución Bolivariana.
“Nos ganó la guerra económica”, dijo el presidente Nicolás Maduro ya en el lunes 7, inmediatamente después del primer boletín del Consejo Nacional Electoral, que oficializaba la amplia victoria opositora.
Maduro es el primer derrotado de la contienda. Aunque en las primeras febriles horas de resaca tras la derrota su think thank con acento francés intentó despegarlo, lo cierto es que desde el momento que decidió recorrer el país encabezando la campaña del oficialismo sobre los propios candidatos y candidatas, el Presidente queda golpeado en el desenlace.
Pero los dolientes son más. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) queda en la Asamblea Nacional con una presencia más formal que efectiva. Y es que la oposición se alzó con la mayoría calificada de dos tercios (112 diputados) al sumar 109 en la cuenta propia más los tres que llegan como representantes indígenas, pero son militantes de partidos de la derecha.
La nueva Asamblea
Con esa mayoría la oposición puede hacer uso de todas las atribuciones conferidas por la Constitución al Poder Legislativo. Entre las que asoman más peligrosas para el Gobierno figuran las de sancionar o modificar leyes orgánicas que sirven de marco normativo a otras leyes o sientan las bases para organizar los poderes públicos.
La derecha empresarial indisolublemente ligada a la victoriosa derecha política ya reclama públicamente la modificación (o la abolición) de las Ley Orgánica del Trabajo, la de Tierras Urbanas y la que regula el control de precios. Una ley que seguro acometerá la nueva mayoría en la Asamblea es la amnistía para los políticos presos, empezando por Leopoldo López, lo que generará el primer choque entre poderes: el presidente Maduro ya adelantó que no la aceptará y el pleito se saldará en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
El Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, advirtió que “la nueva Asamblea Nacional no puede decapitar los demás poderes”. Explicó que si la AN pretende remover al Poder Ciudadano debe hacerlo con aval del TSJ; y al revés, si pretende ir contra el Tribunal, debe contar con una calificación del Poder Ciudadano (el Defensor del Pueblo, la Fiscal General y el Contralor General). Un contrapeso institucional consagrado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que pocos conocen, y que será de aquí en más uno de los ejes de la puja de poderes. “Implicaría pasar una barrera de desestabilización que el pueblo no quiere”, advirtió Saab.
La oposición también podrá dar voto de censura a los ministros del gabinete nacional, luego de interpelarlos y hasta remover al Vicepresidente Ejecutivo (una suerte de supra-ministro designado por el Presidente, no es un cargo de elección popular). Pero para esto también hay un límite a prueba de entusiasmos desmesurados: si la Asamblea censura tres veces al Vicepresidente, el Presidente puede disolver el Parlamento, y llamar a nuevas elecciones.
Descartada así una crisis entre poderes, la oposición puede sí obstaculizar la labor de gobierno, a través de las modificaciones a las leyes, y con nuevas leyes que hasta podrían incluir cambios en el estatus de Venezuela en los bloques regionales, especialmente en los aborrecidos por la derecha, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestramérica (ALBA) y Petrocaribe.
¿Caerá la oposición en la tentación de intentar desandar la Revolución Bolivariana desde el Parlamento? A juzgar por su sempiterno y visceral antichavismo, podemos apostar que sí. Pero en rigor sus nuevos votantes quieren soluciones efectivas a la crisis económica, y nada más.
Los números duros
Por lo pronto, la oposición debería entender que la votación récord de más de 7 millones 700 mil es apenas 400 mil votos más amplia que la obtenida por Henrique Capriles en las presidenciales de 2013, donde el chavismo en medio de la tristeza infinita por la muerte de su líder y con Nicolás Maduro como candidato, se impuso por una diferencia de poco más de un punto porcentual.
Así, el voto castigo contra Maduro y el PSUV por la situación económica proveniente de las filas del chavismo tal vez no fue tan importante como parece a primera vista, y por el contrario, lo que primó en las filas del chavismo fue lo mismo que sucedió en 2013: el ausentismo.
Veamos. En la presidencial de 2012, Hugo Chávez obtuvo casi 8 millones 200 mil votos; en 2013, Maduro obtuvo 800 mil votos menos y este 6 D, la suma total aproximada de los votos a los candidatos chavistas se ubicó en 5 millones 600 mil. Casi dos millones y medio de votos menos.
Esa es la brecha que el chavismo tiene que desandar. Son los millones a reconquistar. Los que el domingo pasado se quedaron en casa, pero comparten con los que sí se movilizaron a apoyar al PSUV (estos más de 5 millones) una convicción vital: la derecha no resolverá los problemas de la hora de Venezuela. Por eso, apelaciones a la “traición” de sectores del chavismo a la Revolución Bolivariana no ayudan a remontar la cuesta. Vamos a atribuirlas, provisoriamente, a la resaca de la hora.
Pero claro, esa convicción vital puede seguir socavándose como ya comenzó a ocurrir este 6D si el gobierno no encuentra la forma de parar la especulación, la inflación y el desabastecimiento. Fenómenos en los que factores que sueñan con la restauración neoliberal tienen responsabilidad, como también la tiene el Gobierno, que no ha acertado en casi tres años ni una sola medida para atemperar la crisis, mientras parece tolerar en el seno del Estado a corruptos, ineficientes y burócratas por doquier.
Por lo pronto, el presidente Maduro le pidió a todos los ministros que pongan la renuncia a la orden, y dejó entrever que pueden esperarse cambios en dos ámbitos: la economía y la comunicación. Sin embargo, en líneas generales los cambios de nombre no han resuelto hasta aquí las taras de fondo. En las bases del chavismo (que se mantienen leales) parece resurgir con más fuerza el reclamo de renovación en serio en los altos cargos de gobierno y hasta flota en el ambiente una predisposición mayor a aceptar la crítica.
En su avidez por encontrar caminos nuevos para los viejos problemas, Chávez volvía poco sobre los mismos conceptos, aunque había una idea de Trotsky a la que solía volver periódicamente: “la Revolución necesita para avanzar del látigo de la Contrarrevolución”.
La disputa política se reaviva en Venezuela y el final no está escrito.
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