Rosa Natalia.
En
medio de intensa conflictividad política en el país, Tarek William
Saab, se presentó un miércoles de Junio, en una de las maternidades
más grandes de Latinoamérica: la Concepción Palacios.
No
podía ser de otra forma, el Presidente del Consejo Moral Republicano
de Venezuela, hijo de una matriarca libanesa, venezolano de
nacimiento, revolucionario y siempre defensor de los derechos
humanos, dejaba ver su talante de poeta y humanista.
Ante
los ojos asombrados de las mujeres concientes de la revolución, un
atisbo de esperanza nos recorrió la espalda: un político de alto
rango y figura pública se acercaba a aquel sitio donde las mujeres
pobres de todo el continente, encuentran un sitio donde parir.
Como
buen funcionario, Tarek, recorrió las instalaciones, preguntó a los
encargados por los insumos, conversó a cerca del número de camas,
aparatos quirúrgicos, todos esos temas vitales para el
funcionamiento de cualquier hospital.
La
revolución definitivamente, ha hecho esfuerzos en esa dirección,
unas veces lo ha logrado, otras, son rebasados por la densidad
poblacional de ciudades como Caracas, donde la pobreza es un asunto
crónico propio de los sistemas de periferia capitalista.
Pero
nuestra esperanza no se restringe a que Tarek ayude a disminuir las
deficiencias de logística de ese hospital. La ventana maravillosa
que se abre con la imagen de Tarek caminando por los pasillos de la
maternidad es mucho más amplia.
Para
comenzar el debate, haremos un ejercicio imaginario: supongamos que
el gobierno, lograra que esa maternidad fuese como el Centro Médico
Docente La Trinidad, solo por mencionar uno de las clínicas privadas
más prestigiosas de la ciudad. Imaginemos que las maternidades
públicas venezolanas, gracias a la justa distribución de la renta
petrolera, pudieran llegar a ser ese tipo de instalación de salud,
donde una madre es llevada en carro hasta la puerta y allí es
recibida por un parquero vestido de frac y sombrero de copa.
Imaginemos por un segundo que la barrigona se montara en un ascensor
digital nuevecito y que las escaleras por donde debe circular para
llegar a su destino medico, sean mecánicas como en un centro
comercial. Los insumos y camas son suficientes para todas. Imaginemos
que las condiciones materiales están dadas y que son espléndidas.
¿Ya
habríamos hecho la revolución en el modelo medico asistencial de
embarazadas y parturientas? Habríamos llegado al alter ego
asistencial público? Los pequeños habrían venido sintiendo que
este es un mundo amable donde vale la pena nacer? Es allí en ese
punto de reflexión donde surge el escalofrío en la espalda del que
hablábamos al principio, cuando vimos al poeta Tarek en ese sitio
tan sensible para las mujeres y en definitiva para la revolución
socialista.
A
pesar de que comprendemos que la revolución no se librará
exclusivamente en las maternidades, sino que debe ser un hecho
social, económico de gran escala, a pesar de eso, creemos que
existen cambios de paradigma en esos espacios que definitivamente
podrían hacer de este mundo, un mundo más humano, o como diría
Silvio Rodriguez nos haría un tilín mejores.
Esos
cambios de paradigma involucran principalmente al personal médico y
de asistencia de salud y solo pueden instaurarse a través de leyes
que obliguen a dicho personal a respetar verdaderamente los derechos
humanos a riesgo de ser sancionados.
Actualmente
existe no solo en hospitales públicos sino en clínicas privadas en
Venezuela -y en el resto del mundo ocurre igual- la aplicación de
violencia de género, específicamente a través de la violencia
obstétrica. Con violencia obstétrica no nos referimos a unos
hombres muy malos con colmillos y batas blancas, sino a hombres y
mujeres sonrientes que bajo un manto de falsa amabilidad quieren
salir rápido de esa mujer que está pariendo. De no lograrlo rápido
en un número de horas establecidas, la mujeres son sometidas a
vejaciones como episiotomías innecesarias o a cesáreas.
Gracias
a la excesiva intervención quirúrgica de la medicina capitalista
patriarcal en la obstetricia existe una amenaza real de modificación
genética de la capacidad de parir y amamantar de la especie humana.
Estudiosos de la genética comienzan a observar la desaparición
paulatina del instinto fisiológico para iniciar el proceso de parto
e incluso supresión de la capacidad de producción de leche materna
en las mujeres, todo gracias, a la aplicación de un sistema cultural
médico, que ya lleva medio siglo a sus anchas, donde las mujeres no
les es permitido parir en tiempos más flexibles o en ambientes
cálidos y amorosos. Esta situación nos estaría reduciendo a ser
una especie que no tiene capacidad de parir a sus hijos.
Hoy
en Venezuela esta engavetado un proyecto de Ley para la Promoción y
Protección del Parto Humanizado. Se dio una primera discusión y
hasta allí llegó. Inmensos intereses económicos se verían
amenazados de ser aprobada esta Ley. De aprobarse podrían ser
sancionados aquellos establecimientos públicos y privados que
sometan a intervenciones quirúrgicas innecesarias a las parturientas
o que las obliguen a parir en absoluta soledad en una camilla de un
hospital o que sean separadas de sus hijos.
Existen
condiciones mínimas de respeto para nacer, como nacían los humanos
antes de que todo se redujera a una carta aval o a una cama que debe
desocuparse rápido. Esas condiciones son de coste material cero,
pero de inversión espiritual inmensa entre ellas: que la mujer pueda
estar acompañada en todo momento de al menos una persona de su
confianza o por una doula, que la mujer pueda adoptar la posición
que le sea mas cómoda para parir -y no solo estar acostada con las
piernas abiertas sobre un porta piernas metálico- y mantener como
norma no separar al recién nacido de su madre mientras permanecen en
el recinto hospitalario.
Permitir
a las mujeres estas escasas tres posibilidades, aunque existen muchas
más, cambiarían de manera radical el vínculo amoroso que se
establece en el nacimiento. Demostraríamos lo mucho que puede
hacerse con tan poco y mejoraría nuestra condición socialista donde
lo principal es la reconstrucción de nuestra capacidad amatoria y
respetuosa de lo femenino, de
lo humano.
Por
otro lado así como se exige a los economistas la reducción de los
índices de pobreza crítica o de aumento del Producto Interno Bruto
a los planificadores, las autoridades de la defensoría publica deben
exigirle a los médicos, que disminuyan los índices de aplicación
de episiotomías y cesáreas con el argumento que un incremento de
estos índices es definitivamente una violación a los derechos
humanos tan grave como ser víctima de la delincuencia organizada.
Existen
grupos que tienen años trabajando en esta dirección – la del
parto humanizado -y que operan de manera casi clandestina, pues han
sido arrinconados por la medicina mercantil que tanta fuerza tiene en
nuestro país. Hay que sacar de la gaveta el proyecto de ley y
colocar defensores en los hospitales donde las mujeres puedan
quejarse de que fueron separadas de su acompañante al entrar en la
sala de parto, de que fueron obligadas a parir en posiciones
incomodas para ellas, de que les hicieron cesáreas sin su
consentimiento o de que fueron separadas de sus hijos durante horas.
Los
defensores de los derechos de las parturientas y recién nacidos
serian los ángeles guardianes que velarían por la preservación de
la posibilidad amorosa del nacimiento.
La
visita de Tarek a la maternidad Concepción Palacios, debe ser un
primer paso en el cambio cultural capitalista del tratamiento del
nacimiento y la lactancia materna, raíz de los derechos humanos,
pilar fundamental para la fundación de una sociedad verdaderamente
humanista.
El
gesto de Tarek aviva la esperanza de la aprobación de la Ley para la
Promoción y Protección del Parto Humanizado.
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