sábado, 11 de abril de 2015

Pobres emigrantes ricos

Carola Chávez.

elarepazo
Cuando hablan de emigración, imagino a los miles y miles de africanos que se lanzan al mar en pateras, o a los tantos asiáticos que caen en las redes del tráfico de personas, y más cerca, a  los millones de  colombianos llegaron y siguen llegando a Venezuela por los caminos verdes, todos desplazados por guerras, hambre, desesperación. Entonces me cruzo con una oleada de titulares y textos que se lamentan de lo que algunos han llegado a llamar “la diáspora venezolana”: El drama de venezolanos, que se van del país buscando “un futuro mejor”.
Pobrecitos, y venden sus casas, sus carros, sus locales comerciales y hasta sus acciones de algún club; y se suben a un avión y llegan a la tierra prometida, generalmente los Estados Unidos, donde un abogado los espera para arreglarle sus papeles. La visa de empresario, que requiere un capital de cientos de miles de dólares, es muy solicitada ¡y la obtienen! Otros van como estudiantes, inscritos en universidades e institutos que cuestan un ojo de la cara para que les concedan su I-20. Algunos, los menos adinerados, se van con la visa de turista pero allá el abogado les muestra, a cambio de miles de dólares, los vericuetos legales que permitirán su permanencia y hasta la posibilidad de un green card. Queda claro que no es por hambre que se van, ni por la situación económica del país, como dicen, y menos si, antes de irse, hacen los trámites en CENCOEX para las remesas, que recibirán desde el país que dejan atrás; porque nuestros emigrantes puede que sean los únicos del mundo que en lugar de mandar dineros a sus parientes que no se fueron, lo reciben desde ese país cuya economía destrozada los obligó a partir.
En el caso venezolano, esa historia del emigrante que se fue con una mano adelante y otra atrás no es la norma sino la excepción. Sus razones definitivamente no son económicas. “¡No, chica, me voy por la inseguridad!”. Pavor intermitente que se apaga en navidad. Entonces retornan, por unos días, a la casa que los vio crecer, a las playas, a las cenas en restaurantes hasta las tantas de la noche… Esto tampoco convence.
En fin, que no es nada nuevo, es una cuestión expectativas personalísimas. Unos se quedan, otros fuimos y regresamos y otros se van demasiado. Lo demás es un drama mediático, porque los ricos también lloran.

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