domingo, 26 de abril de 2015

Gritos relegados

GABRIELA DEL MAR RAMÍREZ


Jenny pensó que había tomado el control de su vida. Había finalizado su relación con Carlos Luis, un hombre obsesivo y violento.
Jenny pensó que había tomado el control de su vida. Había finalizado su relación con Carlos Luis, un hombre obsesivo y violento. Ese día se sentía particularmente feliz porque disfrutaría del cumpleaños de su padre sin prohibiciones o reproches. O al menos eso era lo que ella pensaba. 

El hombre, convencido de que Jenny le pertenecía, estaba encolerizado con la decisión. Llegó hasta el sitio de la reunión familiar y le exigió abandonar el lugar con él. Ella se negó, y lo que sería una fiesta terminó con gritos y lágrimas cuando el agresor apagó la vida de la joven con una bala. Nuestra ley, recientemente reformada para frenar beneficios procesales a los feminicidas, quedará truncada si muchos de sus mandatos no se incorporan como uso y costumbre en nuestra sociedad. Pareciera que el entorno de las mujeres violentadas fuera un escenario con solo con dos actores: el agresor y la víctima. La verdad es que muchas de ellas son asesinadas delante de decenas de personas, pero antes del momento fatal, la mayoría ha sido agredida en las mismas condiciones. Una red de silencios va levantando un muro detrás del cual se cometerá un asesinato atroz. Los gritos de las mujeres violentadas son ignorados, y quienes las rodean no se sienten autorizados para denunciar aunque la ley los legitime. Este año, cerca de 50 mujeres han sido asesinadas por sus parejas. Muchas víctimas piensan sinceramente que son objeto de un amor apasionado, pero el sentimiento que anima a sus agresores es muy diferente. 

Para ellos, una pertenencia forma parte de sus activos ,y es bien sabido que las “posesiones” no se autogobiernan. Nuestra comprensión de que la mayoría de las víctimas de violencia machista lo son también de un estereotipo romántico, debe alentarnos a ayudarlas a salir de esa prisión y quizá de su pena de muerte. Una denuncia hecha a tiempo por un familiar o su comunidad, evitará la orfandad de similar número de niños, hijos de las mujeres que son asesinadas por sus parejas o ex parejas. Aunque nuestra ley pregone lo contrario, ahora la pequeña niña que dejó Jenny crecerá con la cicatriz imborrable de que el amor puede llegar a matarte y nadie escuchará tus gritos.

Activista de derechos humanos

Gabriela del Mar Ramírez  
@gabrieladelmarp


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