Antonio Aponte y Toby Valderrama.
Es
una figura que aparece en la decadencia de las revoluciones. Se
caracteriza por haber sido un destacado personaje de la fase epopéyica
que cae en desgracia en la época de regresión, cuando la Revolución
devora a sus hijos. El innombrable pasa a ser un no-existente, un
olvidado, nunca existió. Lo desconoce hasta su familia, sólo los más
fieles le tienden la mano, le sonríen, se atreven a nombrarlo. Es
frecuente que él mismo se desconozca, anda por el mundo actuando como
otro yo, haciendo y aceptando lo que antes sería impensable. Se
desdibuja, se condena a sí mismo, pierde cualquier rasgo de autoestima.
Otros caen en depresión, padecen enfermedades que tienen su origen en la
tristeza. Se podría decir que existe un síndrome del innombrable, pero
esto ya es terreno de la psiquiatría.
Las
revoluciones tienen fases que, con algunas diferencias, son comunes a
todas. La Guerra de Independencia las tuvo; una fase heroica, las
batallas sucedían, cotidianas, Junín, Boyacá, Las Queseras; los héroes
abundan, Paéz, Ricaurte, Girardot, Bermúdez, Mariño; las ideas bullen:
la Carta de Jamaica, el Manifiesto de Cartagena, el decreto de Guerra a
Muerte... Luego vino la calma, y la etapa de regresión: la convención de
Ocaña, la fractura de la Gran Colombia, el Libertador, desterrado, pasa
a ser un innombrable junto a sus fieles oficiales.
Con
Trostky, en la Revolución Soviética, pasó algo similar. El operador de
la hazaña de octubre, el fundador del Ejército Rojo, pasó rápidamente a
ser un innombrable, su sólo nombre aún aterra, es motivo de anatema, es
usado como ofensa por plumíferos adulantes, reformistas; fue borrado de
la historia, de los libros. Los innombrables, frecuentemente, son
exhumados de sus tumbas de olvido para convertirse en chivos
expiatorios, en cabezas de turco, en blanco de todas las infamias.
La
Revolución Chavista no es excepción, después de su fase heroica, del
golpe de abril y del sabotaje petrolero, se entró en una fase de
regresión que comienza con el asesinato del Comandante Chávez, con su
tratamiento alejado de la política. En esta fase aparecieron, o mejor
desaparecieron, los innombrables. Aún están fresquitos, aún los
recordamos, pero las generaciones futuras no tendrán noticias de ellos,
la historia la están reescribiendo los usurpadores: los héroes de
Abril ahora son otros, los que hoy aparecen como héroes de las batallas
contra el sabotaje petrolero son, ¡oh paradoja!, los que pedían
claudicación.
Los
innombrables son producto de la lucha interna, tienen su origen en las
diferencias ideológicas, y tienen un rasgo común: los desaparecidos no
pelearon cuando el “momento histórico” se lo exigía, se quedaron sujetos
a una disciplina castrante, defendieron una unidad boba, se entregaron. Algunos reaccionaron y quisieron pelear pero ya era tarde, no tenían fuerza, fueron borrados, pasaron a ser un inexistente.
Cuando
una Revolución comienza a coleccionar innombrables es señal inequívoca
de decadencia, de que la lucha interna está siendo ganada por la
fracción antisocialista, de que el humanismo, base del Socialismo, está
siendo sustituido por el pragmatismo, el oportunismo, la esencia de la
Revolución se pierde. Los innombrables son las primeras víctimas que
anuncian la restauración de la infamia que se quería superar, el regreso
de los mismos métodos que durante siglos han caracterizado al poder, la
llegada del monstruo que tanto temen los líderes más avisados.
A
estas alturas los plumíferos estarán deduciendo quién es el
innombrable, a quién nos referimos, por qué hacemos este escrito.
Ahorremósles trabajo. Nos referimos a cualquiera de los que en estos
últimos dos años, luego del asesinato del Comandante y del giro a la
derecha, fueron borrados de la historia de la Revolución: a Giordani,
por ejemplo; a Navarro, a Rodríguez Torres, a Rafael Ramírez… Y a
cualquiera que de aquí en adelante le sea incómodo a los que hoy
escriben la historia a su conveniencia, y sin miramientos lo borren, por
ejemplo a...
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