martes, 21 de abril de 2015

Bolívar, padre y forjador de la diplomacia venezolana

Sergio Rodríguez Gelfenstein 

 

En 1818, la ambición de Estados Unidos por forjarse un espacio preponderante entre las naciones que emergían independientes era acelerada y constante. El 12 de julio de ese año arribó a Angostura el agente diplomático estadounidense Juan Bautista Irvine.
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En el papel, tres eran las tareas encomendadas a Irvine por el Secretario de Estado John Quincy Adams: 1. Manifestar la simpatía de su país hacia las nuevas repúblicas que nacían en América del Sur. 2.  Protestar por los dos barcos capturados (Tigre y Libertad) por las fuerzas patriotas en el Orinoco y 3. Esclarecer el curso que tomarían las relaciones entre su país y Venezuela Los acontecimientos futuros mostraría otro derrotero respecto de las prioridades de la misión del agente estadounidense.
Las goletas estadounidenses Tigre y Libertad habían sido capturadas por la flota republicana comandadas por el Almirante Brion  cuando intentaban burlar el bloqueo del Orinoco a fin de evitar el abastecimiento de los españoles sitiados en Angostura y en los Castillos de Guayana La Vieja y habían sido contratadas por el gobernador español de Guayana, Lorenzo Fitzgerald.
Las naves fueron  apresadas en fechas distintas. La Tigre salió del Orinoco con la misión de traer armas, municiones y tabaco que habían sido comprados por Fitzgerald al comerciante británico Lamson. El 17 de marzo izó velas en Salem, puerto del estado de Massachusetts en Estados Unidos y entró en  puerto en el Orinoco el mes de abril. Posteriormente, saldría llevando otro cargamento cuando fue capturada el 4 de julio de 1817. Por otro lado, la goleta Libertad había salido de Martinica en junio, cargando municiones. Ya navegando por el río se encontró con los buques patriotas que lo bloqueaban y, no obstante le advirtieron que estaba violando el bloqueo y le dieron órdenes de devolverse, intentó regresar de manera furtiva para remontar el Orinoco, cuando fue apresada por la escuadrilla del Capitán de Navío Antonio Díaz.
Bolívar recibió a Irvine en medio de grandes expectativas acerca de su misión. El 13 de julio había escrito al General Páez anunciándole la llegada del agente diplomático estadounidense e informándole que al día siguiente presentaría sus cartas credenciales con lo cual podría comenzar a realizar sus funciones.
Irvine escribió diez notas a Bolívar entre el 25 de julio y el 8 de octubre. El Libertador acusó recibo y respondió en otras tantas ocasiones, la última de las cuales fue el 12 de octubre. El tenor de la primera carta de respuesta da cuenta que el tema único de la misiva de Irvine es el de las goletas Tigre y Libertad, es decir uno solo de los objetivos de su misión a Venezuela.
El Jefe Supremo explicó a Irvine que la contestación a su mensaje del 25 de julio, debía esperar por la consulta del proceso seguido a los dueños de los barcos.  Así mismo, con respecto a su nota del 27 de ese mismo mes, le informó que los mismos recibirían las indemnizaciones del caso, siempre que fuera aceptada la justicia con la cual actuaron las armas de Venezuela. Repite su opinión de alta valía respecto de la misión del estadounidense en Venezuela, pero advierte que los barcos norteamericanos “…olvidando lo que se debe a la fraternidad, a la amistad  y a los principios liberales que seguimos, han intentado y ejecutado burlar el bloqueo (…) para dar armas unos verdugos y para alimentar unos tigres que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana…”
El 29 de septiembre, después de un largo debate epistolar en el que el Libertador desplegó sus extraordinarias dotes de estadista, manejando con habilidad y experticia los ámbitos político, jurídico, económico y los de la diplomacia, redactó una nueva nota en la que reitera las evidencias expuestas el 25 ese mismo mes a Irvine, lamentando que éste en su carta del 26 las haya rechazado. Por enésima vez, expone las razones de Venezuela, pero ahora dice tajante que dadas las circunstancias se ve obligado  “a resolver de una vez la cuestión”.
Esta situación conlleva una carta de Irvine de 1° de octubre en la que éste da por finalizado el debate por el tema de las goletas, juzgando que Venezuela actuó ilegalmente. Bolívar contesta el día 7 sin dejar pasar la oportunidad de decirle que se va a desentender del penúltimo párrafo de su carta por considerarla “en extremo chocante e injurioso al gobierno de Venezuela” y que para contestarlo sería preciso usar el mismo lenguaje de Irvine “contrario a la modestia y el decoro con que por mi parte he conducido la cuestión”.
Le dice que no va a forzarlo a reciprocar los insultos, pero que aunque no lo hará, no va a permitir que  Irvine, “ultraje ni desprecie al Gobierno y a los derechos de Venezuela”. Finaliza contundente: “Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra todo el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.
No obstante todo eso, se despide con los usos protocolares de su elevada investidura, el respeto, la decencia y la alta responsabilidad que tiene al regir los destinos de Venezuela y su representación en el escenario internacional. A pesar que  Venezuela no había consolidado su independencia y el gobierno aún no tenía autoridad sobre todo el territorio de la república, Bolívar actuó como un avezado Jefe de Estado en términos del manejo de la diplomacia, con honor, dignidad y firmeza, entendiendo la valía de establecer –en ese contexto-  sólidas relaciones de amistad con Estados Unidos, sin dejar de salvaguardar los intereses soberanos de la naciente República, sembrando con ello parámetros insoslayables de comportamiento republicano, independiente y soberano en los manejos de la política exterior de la Nación.
Todavía, vuelve a escribir a Irvine el 12 de octubre como respuesta a una nota de éste del 8 del mismo mes. En ella el agente diplomático manifiesta su extrañeza por la respuesta de 7 de octubre del  Libertador. Bolívar le dice que así habría sido, si Irvine se hubiera limitado a  dar por cerrado el asunto, pero que el tenor de la misma le obligaba a responder para no dar por ciertos ninguno de los argumentos expuestos en la carta y que no son sino la reiteración de los anteriores,  refutados uno a uno y en su momento. De esa  manera, el Jefe Supremo cerraba toda posibilidad a dejar asuntos abiertos con la posibilidad de ser usados contra la República.
Con esto, Bolívar da por finalizada su comunicación con Irvine, no recibe ni envía ninguna nueva correspondencia  al representante del gobierno de Estados Unidos. Lo que había comenzado con grandes augurios y esperanzas 4 meses antes, había resultado un fiasco, ante la desatención de Irvine a la propuesta amistosa y apegada a derecho de Bolívar y el posterior escalamiento del discurso agresivo, incluso amenazante del estadounidense. 
Juan Bautista Irvine no regresó de inmediato a su país. Incluso participó como invitado especial en la instalación del Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819. Irvine informó de su misión al Secretario de Estado John Adams, en los que destilaba rencor por su fracaso, tildando a Bolívar de  dictador y tirano, así como iluso y quijotesco. El 27 de febrero de 1819, abandonó la ciudad, frustrado por la ruina de su gestión. En su país se consagró a escribir artículos periodísticos en los que  calificó a Bolívar de “general charlatán y político truhán´”
Unos meses después de la partida de Irvine, el gobierno de Estados Unidos envió a Venezuela al Comodoro Oliver H. Perry quien arribó a Angostura el 25 de julio de 1819. Su misión era dar y recibir explicaciones sobre el fracaso de la misión de Irvine.
Bolívar había abandonado Angostura el 23 de mayo en dirección a los llanos occidentales donde habría de reunir a los más destacados jefes del ejército a fin de convencerlos de la necesidad de trasladar las operaciones bélicas  a Nueva Granada.  La jefatura del gobierno había sido asumida por el vicepresidente Francisco Antonio Zea, quien tuvo una desacertada gestión en el manejo de los asuntos gubernamentales. Perry logró de Zea lo que Irvine no pudo conseguir de Bolívar: la devolución de las goletas Tigre y Libertad en lo que Manuel Alfredo Rodríguez considera el primer revés de la diplomacia venezolana. Según Francisco Pividal cuando el Libertador tuvo conocimiento del hecho, “consideró humillante tal proceder”.
El 25 de mayo de 1820, en carta a José Rafael Revenga, ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda, El Libertador le había manifestado con contundencia sus aprehensiones respecto a la política de Estados Unidos. Le dice “Jamás conducta ha sido más infame que la de los americanos con nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quien sabe si falsas, nos quieren  lisonjear para intimidar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses”, y  agrega a continuación “Yo no sé lo que deba pensar de esta extraordinaria franqueza  con que ahora se muestran los norteamericanos: por una parte dudo, por otra me afirmo en la confianza de que habiendo llegado nuestra causa a su máximo, ya es tiempo de reparar los antiguos agravios.  (…). Ya que por su anti-neutralidad la América del Norte nos ha vejado tanto, exijámosle servicios que nos compensen sus humillaciones y fratricidios. Pidamos mucho y mostrémonos circunspectos para valer más o hacernos valer”. Seguramente, estaba pensando en su nefasta experiencia con Irvine de dos años atrás.
 sergioro07@hotmail.com

 

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