Sergio Rodríguez Gelfenstein
En
1818, la ambición de Estados Unidos por forjarse un espacio
preponderante entre las naciones que emergían independientes era
acelerada y constante. El 12 de julio de ese año arribó a Angostura el
agente diplomático estadounidense Juan Bautista Irvine.
En el papel, tres eran las tareas
encomendadas a Irvine por el Secretario de Estado John Quincy Adams: 1.
Manifestar la simpatía de su país hacia las nuevas repúblicas que nacían
en América del Sur. 2. Protestar por los dos barcos capturados (Tigre y
Libertad) por las fuerzas patriotas en el Orinoco y 3. Esclarecer el
curso que tomarían las relaciones entre su país y Venezuela Los
acontecimientos futuros mostraría otro derrotero respecto de las
prioridades de la misión del agente estadounidense.
Las goletas estadounidenses Tigre y
Libertad habían sido capturadas por la flota republicana comandadas por
el Almirante Brion cuando intentaban burlar el bloqueo del Orinoco a
fin de evitar el abastecimiento de los españoles sitiados en Angostura y
en los Castillos de Guayana La Vieja y habían sido contratadas por el
gobernador español de Guayana, Lorenzo Fitzgerald.
Las naves fueron apresadas en fechas
distintas. La Tigre salió del Orinoco con la misión de traer armas,
municiones y tabaco que habían sido comprados por Fitzgerald al
comerciante británico Lamson. El 17 de marzo izó velas en Salem, puerto
del estado de Massachusetts en Estados Unidos y entró en puerto en el
Orinoco el mes de abril. Posteriormente, saldría llevando otro
cargamento cuando fue capturada el 4 de julio de 1817. Por otro lado, la
goleta Libertad había salido de Martinica en junio, cargando
municiones. Ya navegando por el río se encontró con los buques patriotas
que lo bloqueaban y, no obstante le advirtieron que estaba violando el
bloqueo y le dieron órdenes de devolverse, intentó regresar de manera
furtiva para remontar el Orinoco, cuando fue apresada por la escuadrilla
del Capitán de Navío Antonio Díaz.
Bolívar recibió a Irvine en medio de
grandes expectativas acerca de su misión. El 13 de julio había escrito
al General Páez anunciándole la llegada del agente diplomático
estadounidense e informándole que al día siguiente presentaría sus
cartas credenciales con lo cual podría comenzar a realizar sus
funciones.
Irvine escribió diez notas a Bolívar
entre el 25 de julio y el 8 de octubre. El Libertador acusó recibo y
respondió en otras tantas ocasiones, la última de las cuales fue el 12
de octubre. El tenor de la primera carta de respuesta da cuenta que el
tema único de la misiva de Irvine es el de las goletas Tigre y Libertad,
es decir uno solo de los objetivos de su misión a Venezuela.
El Jefe Supremo explicó a Irvine que la
contestación a su mensaje del 25 de julio, debía esperar por la consulta
del proceso seguido a los dueños de los barcos. Así mismo, con
respecto a su nota del 27 de ese mismo mes, le informó que los mismos
recibirían las indemnizaciones del caso, siempre que fuera aceptada la
justicia con la cual actuaron las armas de Venezuela. Repite su opinión
de alta valía respecto de la misión del estadounidense en Venezuela,
pero advierte que los barcos norteamericanos “…olvidando lo que se debe a
la fraternidad, a la amistad y a los principios liberales que
seguimos, han intentado y ejecutado burlar el bloqueo (…) para dar armas
unos verdugos y para alimentar unos tigres que por tres siglos han
derramado la mayor parte de la sangre americana…”
El 29 de septiembre, después de un largo
debate epistolar en el que el Libertador desplegó sus extraordinarias
dotes de estadista, manejando con habilidad y experticia los ámbitos
político, jurídico, económico y los de la diplomacia, redactó una nueva
nota en la que reitera las evidencias expuestas el 25 ese mismo mes a
Irvine, lamentando que éste en su carta del 26 las haya rechazado. Por
enésima vez, expone las razones de Venezuela, pero ahora dice tajante
que dadas las circunstancias se ve obligado “a resolver de una vez la
cuestión”.
Esta situación conlleva una carta de
Irvine de 1° de octubre en la que éste da por finalizado el debate por
el tema de las goletas, juzgando que Venezuela actuó ilegalmente.
Bolívar contesta el día 7 sin dejar pasar la oportunidad de decirle que
se va a desentender del penúltimo párrafo de su carta por considerarla
“en extremo chocante e injurioso al gobierno de Venezuela” y que para
contestarlo sería preciso usar el mismo lenguaje de Irvine “contrario a
la modestia y el decoro con que por mi parte he conducido la cuestión”.
Le dice que no va a forzarlo a
reciprocar los insultos, pero que aunque no lo hará, no va a permitir
que Irvine, “ultraje ni desprecie al Gobierno y a los derechos de
Venezuela”. Finaliza contundente: “Lo mismo es para Venezuela combatir
contra España que contra todo el mundo entero, si todo el mundo la
ofende”.
No obstante todo eso, se despide con los
usos protocolares de su elevada investidura, el respeto, la decencia y
la alta responsabilidad que tiene al regir los destinos de Venezuela y
su representación en el escenario internacional. A pesar que Venezuela
no había consolidado su independencia y el gobierno aún no tenía
autoridad sobre todo el territorio de la república, Bolívar actuó como
un avezado Jefe de Estado en términos del manejo de la diplomacia, con
honor, dignidad y firmeza, entendiendo la valía de establecer –en ese
contexto- sólidas relaciones de amistad con Estados Unidos, sin dejar
de salvaguardar los intereses soberanos de la naciente República,
sembrando con ello parámetros insoslayables de comportamiento
republicano, independiente y soberano en los manejos de la política
exterior de la Nación.
Todavía, vuelve a escribir a Irvine el
12 de octubre como respuesta a una nota de éste del 8 del mismo mes. En
ella el agente diplomático manifiesta su extrañeza por la respuesta de 7
de octubre del Libertador. Bolívar le dice que así habría sido, si
Irvine se hubiera limitado a dar por cerrado el asunto, pero que el
tenor de la misma le obligaba a responder para no dar por ciertos
ninguno de los argumentos expuestos en la carta y que no son sino la
reiteración de los anteriores, refutados uno a uno y en su momento. De
esa manera, el Jefe Supremo cerraba toda posibilidad a dejar asuntos
abiertos con la posibilidad de ser usados contra la República.
Con esto, Bolívar da por finalizada su
comunicación con Irvine, no recibe ni envía ninguna nueva
correspondencia al representante del gobierno de Estados Unidos. Lo que
había comenzado con grandes augurios y esperanzas 4 meses antes, había
resultado un fiasco, ante la desatención de Irvine a la propuesta
amistosa y apegada a derecho de Bolívar y el posterior escalamiento del
discurso agresivo, incluso amenazante del estadounidense.
Juan Bautista Irvine no regresó de
inmediato a su país. Incluso participó como invitado especial en la
instalación del Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819. Irvine
informó de su misión al Secretario de Estado John Adams, en los que
destilaba rencor por su fracaso, tildando a Bolívar de dictador y
tirano, así como iluso y quijotesco. El 27 de febrero de 1819, abandonó
la ciudad, frustrado por la ruina de su gestión. En su país se consagró a
escribir artículos periodísticos en los que calificó a Bolívar de
“general charlatán y político truhán´”
Unos meses después de la partida de
Irvine, el gobierno de Estados Unidos envió a Venezuela al Comodoro
Oliver H. Perry quien arribó a Angostura el 25 de julio de 1819. Su
misión era dar y recibir explicaciones sobre el fracaso de la misión de
Irvine.
Bolívar había abandonado Angostura el 23
de mayo en dirección a los llanos occidentales donde habría de reunir a
los más destacados jefes del ejército a fin de convencerlos de la
necesidad de trasladar las operaciones bélicas a Nueva Granada. La
jefatura del gobierno había sido asumida por el vicepresidente Francisco
Antonio Zea, quien tuvo una desacertada gestión en el manejo de los
asuntos gubernamentales. Perry logró de Zea lo que Irvine no pudo
conseguir de Bolívar: la devolución de las goletas Tigre y Libertad en
lo que Manuel Alfredo Rodríguez considera el primer revés de la
diplomacia venezolana. Según Francisco Pividal cuando el Libertador tuvo
conocimiento del hecho, “consideró humillante tal proceder”.
El 25 de mayo de 1820, en carta a José
Rafael Revenga, ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda, El
Libertador le había manifestado con contundencia sus aprehensiones
respecto a la política de Estados Unidos. Le dice “Jamás conducta ha
sido más infame que la de los americanos con nosotros: ya ven decidida
la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quien sabe si falsas,
nos quieren lisonjear para intimidar a los españoles y hacerles entrar
en sus intereses”, y agrega a continuación “Yo no sé lo que deba pensar
de esta extraordinaria franqueza con que ahora se muestran los
norteamericanos: por una parte dudo, por otra me afirmo en la confianza
de que habiendo llegado nuestra causa a su máximo, ya es tiempo de
reparar los antiguos agravios. (…). Ya que por su anti-neutralidad la
América del Norte nos ha vejado tanto, exijámosle servicios que nos
compensen sus humillaciones y fratricidios. Pidamos mucho y mostrémonos
circunspectos para valer más o hacernos valer”. Seguramente, estaba
pensando en su nefasta experiencia con Irvine de dos años atrás.
sergioro07@hotmail.com
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