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Estados Unidos e Israel continúan aferrándose a la idea de rediseñar Gaza a su antojo. Pero la perspectiva de eliminar a Hamás del escenario aparece cada vez más como una quimera. La extensión de la guerra parece la hipótesis más plausible en el mediano plazo.
Tras un año de genocidio ininterrumpido, Israel continúa ignorando las órdenes dictadas desde enero en tres ocasiones por la Corte Internacional de Justicia y por el Consejo de Seguridad de la ONU y bombardeando escuelas llenas de personas refugiadas, asesinando personal de la ONU, atacando convoyes humanitarios, entregando camiones con cuerpos en descomposición y sin identificación.
Al momento de cerrar este artículo [fines de setiembre] la perspectiva de un acuerdo de alto el fuego está cada vez más lejana. Aunque el presidente estadounidense Joe Biden lo necesita antes de las elecciones de noviembre, sabe que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu busca continuar la guerra para evitar la caída de su gobierno y el fin de su carrera política; y como cortarle el suministro de armas no parece ser una opción, solo le queda culpar a Hamás.
Pero todo el mundo sabe ya que el principal obstáculo para acordar un alto el fuego es Netanyahu, que ha puesto condiciones imposibles de aceptar, incluso para su vecino Egipto. Hamás, en cambio, aceptó desde mayo la propuesta estadounidense aprobada por el Consejo de Seguridad para un alto el fuego en tres etapas, pese a que la segunda y la tercera no pasan de un titular y que Netanyahu sigue diciendo que reanudará la agresión tras la primera etapa.1 Y mantuvo esta decisión aun después que Israel asesinó a Ismail Haniyeh, jefe de su buró político y quien encabezaba las negociaciones.
La inmediata elección de Yahya Simpar como sucesor de Haniyeh podría tener múltiples significados. Puede ser visto como un desafío: si no querían vérselas con el moderado, ahora tendrán que lidiar con el cerebro del 7 de octubre. También puede implicar un mensaje indirecto: «Sabemos que Netanyahu dirá que con Sinwar no se puede negociar; nosotros tampoco creemos posible negociar con quien busca matarnos». Y significa que Hamás optó por girar el centro de gravedad desde el exterior hacia el interior de Gaza, desde un perfil político hacia uno más militar, y de mostrarle a Israel que su hombre más buscado vive y lucha adentro de los túneles, y ahora es el número uno. No sería la primera vez que la violencia israelí y la complicidad de sus socios occidentales fortalecen la línea dura dentro de Hamás.
Aun si lograra eliminar a Sinwar, el sueño israelí de acabar con Hamás no es más que una quimera. No porque «Hamás es una idea» (como dijo Daniel Hagari, vocero del Ejército israelí), sino porque es mucho más que eso: es una organización política con 150 mil integrantes, presente en todo el territorio de Palestina y más allá, con una amplia base social organizada y un brazo armado al que uno de los ejércitos más poderosos del mundo no ha podido derrotar en un territorio diminuto y tras un año de genocidio implacable –solo posible por la inyección de millones de dólares y asistencia militar que le provee Estados Unidos.
Israel está mostrando, una vez más, que la violencia es el único lenguaje que conoce (y es su respuesta habitual a cada acuerdo de unidad alcanzado por los partidos palestinos). Netanyahu no solo ha dejado claro que no le interesan el alto el fuego ni los israelíes cautivos: ante su estancamiento en Gaza ha optado por llevar su guerra de conquista y exterminio también a Líbano, con Irán como objetivo último. En los tres lugares (sin olvidar los ataques selectivos que han asesinado a decenas en Siria) Israel está aplicando la llamada doctrina Dahiya, que usó en la guerra de 2006.
Y mientras en la ONU continúan las gestiones febriles para lograr un alto el fuego temporal en Líbano, Hamás y Hezbolá han informado a los países negociadores que el alto el fuego debe ser para Gaza y Líbano. Del mismo modo, el Eje de la Resistencia ha reiterado que sus acciones solo cesarán cuando haya un alto el fuego en Gaza. La gran interrogante es qué hará Irán, cuyas represalias por el asesinato de Haniyeh en Teherán y luego del líder de Hezbolá Hasán Nasralá, el 28 de setiembre en Líbano, están pendientes.3
¿Quién decide el futuro?
Todos los planes y especulaciones de Israel, Estados Unidos y sus aliados sobre «un futuro sin Hamás», además de no pasar de una expresión de deseos, vuelven a caer en el pecado colonial-imperial de negar al pueblo palestino su agencia y su autodeterminación.
Hamás ha manifestado que no tiene interés en gobernar Gaza, pero tampoco aceptará un gobierno títere de Israel al estilo de la Autoridad Palestina (AP).2 Su apuesta, una vez más, es a formar un gobierno de unidad nacional que supere el bloqueo a Gaza y la fragmentación territorial y política impuesta a Palestina desde 2007. «Propusimos que un gobierno de competencia nacional no partidista administrara Gaza y Cisjordania después de la guerra», reveló en julio Hossam Badran, miembro del buró político de Hamás. Y subrayó que «la administración de Gaza tras la guerra es un asunto interno palestino, y no discutiremos el día después con ninguna parte externa».
Pero Occidente sigue, como desde hace más de un siglo, pretendiendo que puede decidir el destino de Palestina prescindiendo de la voluntad de sus habitantes originarios y apoyando el «derecho divino» de los usurpadores coloniales a deshacerse de ellos mediante un genocidio. Y para lograr ese fin sus élites han demostrado en este año su disposición a sacrificar todo el edificio del derecho internacional construido durante 80 años para seguir garantizando la impunidad de su socio colonial.
Precisamente ese es uno de los logros del 7.10: desenmascarar la hipocresía de Occidente y dejar claro que la legalidad internacional sólo aplica para sus amigos. «Nunca más permitiremos a Occidente darnos lecciones sobre Derecho Internacional y moralidad. Y no aceptaremos sus excusas.» decía indignado el teólogo cristiano palestino Munther Isaac a líderes e iglesias de EEUU en la gira que hizo en agosto por ese país.
El analista Amjad Iraqi alerta sobre el peligro de cualquiera de los escenarios que Israel maneja para el futuro de Gaza; más allá de lograrse o no un alto el fuego, ya sea temporal o duradero, su intención es rediseñar, no terminar, su ocupación. Esto implica imponer a la Franja un control similar al que aplica en Cisjordania, fragmentando el territorio y restringiendo cada vez más el espacio para la población palestina al apoderarse del corredor Filadelfia, a lo largo de la frontera entre Gaza y Egipto, dividir la Franja entre el norte y el sur con el corredor Netzarim y expandir la zona de seguridad a lo largo de todo el perímetro.4
Iraqi afirma que el pilar fundamental del presente y el futuro de Gaza debe ser la soberanía palestina, si bien con apoyo regional e internacional. «Esto puede lograrse con medidas como la potenciación de un consejo de reconstrucción con dirección palestina; una economía gazatí reconectada con Cisjordania y la región en general; una fuerza de seguridad palestina integrada (en lugar de fuerzas de paz extranjeras), y una Organización para la Liberación de Palestina (OLP) reformada y realmente representativa que incluya a Hamás y la Yihad.
Y concluye que este cambio de prioridades no es solo un imperativo humanitario o político, sino también jurídico, tal como quedó puesto de manifiesto en el dictamen de la Corte Internacional de Justicia en julio. «Un acuerdo de alto el fuego que no tenga en cuenta estos procedimientos, o que no allane el camino para la autodeterminación palestina, solo reforzará la dinámica de poder que ha enquistado el conflicto durante décadas y garantizará que otra guerra devastadora esté a la vuelta de la esquina.»
Un año después del 7.10, ha quedado claro que el genocidio es la fase inevitable del proyecto de asentamiento colonial iniciado hace más de un siglo en Palestina. A pesar de la complicidad de las élites y sus medios, nunca como ahora la opinión pública mundial –incluyendo las nuevas generaciones judías– había llegado a comprender que un futuro de justicia y paz duraderas en esa región tiene que pasar por la superación del sionismo como ideología supremacista y proyecto colonial, y por el desmantelamiento de su sistema de apartheid. Y están por fin entendiendo que en el siglo XXI no es aceptable un Estado etnorreligioso (ni dos, según el modelo de la partición).
En palabras de Tareq Baconi, «El duelo colectivo y personal del año pasado nos llevará generaciones. Pero ya tenemos claro que no se puede volver al 6 de octubre. También debería ser evidente, a estas alturas, que tampoco habrá seguridad para la sociedad judía israelí mientras persista el apartheid. Así que tal vez podamos empezar a hablar por fin de cómo sería vivir en libertad, justicia e igualdad entre el río y el mar.»
El fin del apartheid en Sudáfrica no significó la aniquilación ni la expulsión de la población blanca, sino el fin de su estatus legal privilegiado. De igual modo, el fin del Estado judío no significará la aniquilación de la población judía israelí, sino su aceptación del principio básico de cualquier democracia liberal: todas las personas son iguales ante la ley, sin importar su origen étnico, religioso o nacional. Esa verdad tan simple y universal implica aceptar el fin del proyecto sionista y la descolonización de Palestina.
Notas:
1. Hamás retiró exigencias cruciales, como el alto el fuego permanente y la partida de las fuerzas israelíes de Gaza. Ambos aspectos serían negociados en la segunda y tercera etapas, para las cuales la propuesta no establece fechas ni plazos.
2. La AP es más parte del problema que de cualquier solución, como señala en un minucioso análisis el académico Isaías Barreñada, quien coincide en la necesidad de unificar el movimiento nacional palestino bajo una OLP reconstituida.
3. El último fin de semana de setiembre Israel mató también a otros dos altos dirigentes de Hezbolá y al jefe de Hamás en Líbano.
4. Si bien los distintos escenarios están en discusión, la premisa común es que Israel mantendrá su dominio sobre Gaza, ya sea en forma directa o subcontratando a un intermediario: una red de clanes locales que cooperen con el Ejército israelí, la AP dirigida por Fatah, una fuerza de paz árabe o internacional, o incluso el restablecimiento de colonias judías.
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