Apasionarse por un tema no viene mal. Algún interés debemos tener para vivir en este mundo. En torno a esa costumbre, se han ideado mecanismos, movimientos y prácticas para responder a ese deseo de conocimiento que, junto a la necesidad de informarnos sobre nuestro entorno, les han dado sentido a los medios de comunicación. No importa si son los tradicionales —que existen a pesar de las fantasías futuristas— o los digitales: hemos construido hábitos y costumbres que vienen bien hasta que se convierten en armas contra nuestra capacidad de entender qué pasa a nuestro alrededor. Hoy, más que nunca, podemos ensimismarnos en la fantasía de la hiperconectividad.
Para entender ese riesgo velado, primero debemos comprender cómo nos comportamos ante los medios en general. Tenemos preferencias, rutinas y métodos para interactuar con los contenidos informativos. Empleamos formas de validar aquello que recibimos. En el caso de los medios tradicionales, existen estudios que analizan cómo evaluamos la credibilidad de un medio en función de su diseño, selección de palabras e imágenes, así como la forma en que nos acercamos a estas herramientas comunicativas. El antiguo ritual de leer el periódico el domingo, encender la radio al despertar, ver la TV para corroborar relatos a través de la imagen son prácticas que las nuevas generaciones no han vivido en su esplendor, pero que sintetizan actos sociales y culturales que entrañan visiones y necesidades frente al mundo.
Hoy hemos construido nuevos rituales en torno al teléfono inteligente y las redes sociales, marcados por la interacción, el reino de la imagen y la compulsión en medio de una sobreabundancia informativa. En la actualidad, tomamos más fotografías, y eso incluye hasta afiches y carteles, para evitar la vieja costumbre de tomar notas. Además, hacemos un uso más discrecional de las llamadas. Convertimos nuestros teléfonos en agendas o muchas veces reenviamos información movidos más por la emoción que por la paz.
La función multitarea de los dispositivos móviles es útil para la gestión de datos, pero también comporta otros problemas, especialmente cuando se trata de las redes sociales. En esos espacios, también hemos creado costumbres y ritos en nuestra interacción. Convertimos los "me gusta" en una declaración de interés, mientras los botones "bloquear" y "silenciar" nos dan la posibilidad de ajustar la visión del mundo a nuestros deseos. Lo que no nos guste, no lo vemos. Así, por supuesto, vamos perdiendo nuestra capacidad de tolerancia.
Mientras vamos moldeando nuestra interacción, damos signos de un comportamiento que aprovechan las redes sociales para contribuir con esas rutinas que nos terminan aislando. Vamos construyendo un espacio cómodo y tramposo. Cuando la realidad nos supera, como en estos tiempos, es complejo romper esa burbuja que alimenta el odio y la división.
Rosa E. Pellegrino
No hay comentarios:
Publicar un comentario