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En este artículo el autor sostiene que el abandono de las tradicionales alianzas de Lula con quienes acostumbraban a ser sus más próximos aliados en América Latina, como es el caso reciente de Venezuela, le reportará más prejuicios que beneficios al gobierno de Lula.
Es innegable que se ha producido un cambio significativo en el tradicional posicionamiento de Lula respecto a quienes acostumbraban ser sus más próximos aliados en América Latina, algo que resulta evidente si tenemos en cuenta las tensiones que recientemente llevaron a la expulsión mutua de los embajadores entre Brasil y Nicaragua y, todavía más, si tenemos en cuenta la postura adoptada por el gobierno brasileño cuestionando los resultados electorales promulgados por las autoridades competentes de Venezuela.
Es sorprendente que de repente los responsables de nuestra diplomacia decidiesen poner en duda las legítimas funciones de las instituciones judiciales del país vecino y empezasen a sugerir que el candidato oficialmente designado como vencedor (el actual presidente Nicolás Maduro) aceptase someterse a un nuevo escrutinio electoral o, de no ser el caso, que se pusiese a disposición de quien quedó en segunda posición (el extremista derechista González Urrutia) para que formasen un gobierno de coalición.
Todo resulta aún más extraño si tenemos en cuenta que el propio Lula fue objeto de acusaciones de fraude muy semejantes a las que ahora se realizan contra la reelección del actual presidente venezolano; de hecho, tendríamos que tener todavía fresco en nuestra memoria como, una vez que el TSE declaró a Lula vencedor de la contienda electoral de 2022, el candidato derrotado (el ultra reaccionario patriarca del nazi-bolsonarismo) también alegó haber sido víctima de fraude por parte de las autoridades electorales brasileñas y, en consecuencia, exigía la anulación de las elecciones.
Los resultados derivados de la no aceptación del veredicto emitido por los organismos electorales competentes de Brasil son sobradamente conocidos: ahí está la campaña de agitación de cuño antidemocrático puesta en marcha por las fuerzas de extrema derecha del bolsonarismo, que culminó en violentos disturbios y en el intento de golpe de Estado del 8 de enero de 2023, cuya indignación llega hasta hoy.
Felizmente, ningún gobierno del mundo se dispuso a dar crédito a las acusaciones de los bolsonaristas y, sin demora, fueron reconociendo oficialmente la victoria de quien había vencido. Recordemos, también, que la Venezuela de Nicolás Maduro siempre estuvo decidida y diligentemente del lado de quienes exigían respeto a las decisiones de los órganos de la Justicia Electoral de Brasil.
Sin embargo, otros son los aspectos que contribuyen a aumentar nuestro estupor.
¿Por qué nuestro gobierno es exigente precisamente contra el proceso bolivariano de Venezuela? ¿Por qué no puso ninguna objeción hace apenas unos meses cuando el presidente de Francia Emanuel Macron ignoró la clara e inapelable victoria de las fuerzas de izquierda en las elecciones parlamentarias y mantuvo en el cargo de Primer Ministro a alguien afiliado a su derrotado grupo político? ¿Por qué el gobierno de Lula ni otro cualquiera le exigieron al presidente del Salvador, Nagib Bukele, que presentase las actas de las recientes elecciones, de las que se proclamó vencedor a pesar de que la oposición haya denunciado un fraude masivo? ¿Por qué el gobierno peruano de Dina Boluarte continúa sin ser cuestionado, siendo como es el fruto de un descarado golpe de Estado que desplazó del cargo y detuvo al presidente legítimo, Pedro Castillo? ¿Por qué ni Brasil ni los Estados Unidos ni la Unión Europea no abren la boca para denunciar la permanencia en el ejercicio del cargo presidencial de Volodimir Zelenski, en tanto que su mandato presidencial ya expiró hace un buen tiempo?
Creo que la respuesta a todas esas preguntas se encuentra en una sencilla palabra, aunque llena de significado: imperialismo.
Lo cierto es que con la llegada de la Revolución bolivariana, comandada por Hugo Chávez, Venezuela adquirió una simbología similar a la que la Revolución haitiana había tenido en los primeros años del siglo XIX. En aquel entonces el ejemplo de la liberación de los esclavos por los propios esclavos era un precedente que no podía ser tolerado por ninguna de las fuerzas colonialistas y esclavistas de Europa y de las Américas. Por eso había que invisibilizar a Haití, para que jamás sirviese de ejemplo que pudiera iluminar el rumbo de los demás pueblos víctimas del colonialismo y de la esclavitud. Por esa razón se cometieron todo tipo de crímenes y atrocidades que fueron tolerados por las clases dominantes de Estados Unidos, de Europa y de las Américas con el propósito de convertir a Haití en el ejemplo del castigo que recibiría quien osase ir por el mismo camino.
Sin embargo, ya en pleno siglo XXI, en el auge del dominio unipolar del imperialismo estadounidense y del neoliberalismo, la Revolución bolivariana llegó y trajo de vuelta palabras de esperanza para los pueblos subyugados. Tras tantas derrotas, se volvió a hablar de socialismo, de resistencia contra el imperialismo, de la lucha por la dignidad de los pueblos, etc. Sí, todo eso sonaba intolerable. ¡Había que extirparlo, eliminarlo!
Desde entonces el imperialismo gringo y sus fuerzas de apoyo internas vienen dedicándose a derrumbar aquello que las fuerzas bolivarianas consiguieron construir. Ha valido todo. Y todo ha sido tolerado por las potencias del eje proimperialista, especialmente los Estados Unidos y sus subalternos de la Unión Europea. Además del criminal bloqueo que causa escasez y crea incontables problemas para la vida de las mayorías populares, Venezuela sufrió un golpe de Estado indecente promovido por el imperialismo. Al no ser capaces de instalar a sus lacayos en el gobierno por las vías regulares, llegaron a crear un gobierno paralelo reconocido en el exterior, encabezado por un tal Juan Guaidó.
Todo eso no sería más que una estupidez cómica si no fuese porque los países imperialistas tuvieron la desfachatez de confiscar (robar) los activos financieros de Venezuela depositados en bancos extranjeros y entregarlos a la pandilla de Juan Guaidó y María Corina Machado. De ese modo, casi todas las reservas de la nación fueron robadas y dilapidadas por la pandilla de gánsteres puesta por el imperialismo al mando del gobierno títere.
Pero como a perro flaco todo son pulgas, los Estados Unidos también se encargaron de confiscar (robar) la principal subsidiaria de la empresa petrolífera venezolana (CITGO), que entregaron en usufructo a la pandilla de gánsteres.
Sin embargo, a pesar de todo lo que viene sufriendo, el pueblo venezolano ha sabido hacer frente a todas esas fuerzas nefastas y criminales, y derrotarlas. Hasta hace poco Lula se mostraba solidario con la resistencia del pueblo bolivariano. Ahora parece que algo cambió. A pesar de que el PT ya ha manifestado su conformidad con los resultados presentados por las autoridades electorales de Venezuela y los ha aceptado, Lula y su gobierno se mantienen esquivos y se resisten a aceptar la victoria obtenida en las urnas por las fuerzas revolucionarias.
Es posible que Lula y sus asesores piensen que una alianza con las fuerzas del imperialismo en el combate a la Venezuela bolivariana les sirva para tener una vida futura más cómoda, evitando de ese modo las presiones e imposiciones reservadas solo para los no obedientes. Sin embargo, mucho me temo es que esta actitud claudicante, en lugar de generar beneficios, hace que Lula pierda buena parte del apoyo de las fuerzas populares de izquierda, sin que gane nada por parte de la derecha.
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