Saben tanto que saben…
Todo el mundo es experto en Venezuela o, por lo menos, las buenas y no tan buenas gentes del planeta creen serlo. Hay, además, una suerte de apropiación de la "causa": cualquiera, aunque no sepa ni ubicar a este país en un mapa, se siente con el derecho, ya no de opinar, sino de exigir cuestiones que "conocen" por terceros, cuartos y quintos. Un amigo venezolano que migró, el amigo de un amigo que conoce a unos venezolanos, lo que circula en redes, lo que dice la prensa internacional, lo que insinúa Hollywood en algunas de sus producciones o lo que postean los influencers y famosos (estos últimos, desconocedores a su vez, en su mayoría).
En términos generales, la vida fuera de un país determinado conlleva un lógico distanciamiento y desconocimiento de la realidad cotidiana y de los matices y detalles necesarios para elaborar análisis profundos sobre él. A menos que sean investigadores, profesionales de la fuente y/o estudiosos, esto es "lo normal". El derecho que tenemos a expresar nuestra opinión sobre cualquier tema no incluye la asunción de que estas opiniones tienen que ser no solo tomadas en cuenta, sino aceptadas y ejecutadas, especialmente cuando esas opiniones carecen de un respaldo argumentativo. La incapacidad de analizar la realidad más allá de la autorreferencia y los círculos pequeños —o de siquiera reconocer desde dónde se enuncian los planteamientos que se hacen y las opiniones que se emiten— constituye un verdadero problema a la hora de "soñar" con que las discusiones globales acerca de Venezuela sean realmente beneficiosas para el país y su gente.
Resulta vergonzoso que mientras en lugares como Palestina, el Congo, Eritrea o Yemen se viven crisis humanitarias inimaginables para quienes viven en la feliz paz e ignorancia de lo que son catástrofes realmente severas (genocidio, guerra, paramilitarismo, hambruna), se destine tanto tiempo y espacio en medios y redes a la situación política de Venezuela, dotándola de un "estatus" de gravedad que supera a la de estos países. Es grosero, por ejemplo, comparar las razones y condiciones de la migración nacional con la de Medio Oriente, donde la movilidad es forzada por la violencia más cruenta. Es una falta de respeto tener la cara para exigir intervenciones políticas y militares por redes en una zona de paz como América Latina, mientras se hace silencio ante un genocidio, donde una potencia aniquila a una población encerrada en un pedacito de tierra.
Cualquiera opina de Venezuela, mezclando peras con manzanas y haciendo arroces con mango. Eso poco importaría si no fuera por el hecho de que Venezuela no es la "causa" que dicen defender y que, a pesar de los incontables errores y problemas de nuestro sistema y vida políticos, estamos muy, pero muy lejos de ostentar el título de crisis humanitaria. Ser parte de la indignación selectiva que diseñan los poderosos para desviar la atención de lo dantesco de verdad es de una vergüenza y pena indescriptibles. Es un insulto a la inteligencia. Esas masas (y dirigencias) que tan alegremente desde afuera exigen reelecciones, conteos, pruebas, intervenciones y pare usted de contar no solo atentan contra nuestra soberanía y autodeterminación, sino que irrespetan y dañan de manera irreparable a aquellos pueblos que sí necesitan y merecen la atención y solidaridad del mundo, porque los están exterminando. Como dicen popularmente, "un poquito de por favor".
Mariel Carrillo García
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