miércoles, 10 de abril de 2024

Punto y seguimos | El verdadero valor de una embajada

 Ecuador sienta un peligroso precedente al violentar la embajada mexicana en Quito

¿Qué se hace exactamente en una embajada? ¿Para qué sirven? ¿Muchos cócteles, ¿no? Estas y otras preguntas parecidas me fueron hechas muchas veces durante los seis años que trabajé en una sede diplomática; contrario a la idea general en ese medio que da por sentado que la mayoría de las personas conocen y entienden cómo funciona el sistema internacional, lo cierto es que hay más suposiciones que conocimientos concretos, no solo entre la ciudadanía, sino incluso entre funcionarios estatales de otras áreas diferentes a las cancillerías. 

Una de estas comunes ideas es que una embajada es un centro de organización de fiestas y exposiciones. En el Ecuador, el expresidente Rafael Correa se refería públicamente al cuerpo diplomático como “las momias cocteleras”, expresión que, si bien refería a un tipo de representación muy “tradicional” en el mundo de la política internacional, no contribuyó mucho a la comprensión popular del asunto, profundizando la idea de que cierto tipo de conductas y costumbres eran equivalentes al propósito de una delegación diplomática extranjera y su(s) sede(s). No nos engañamos, las embajadas hacen eventos varios (algunos con bebidas), pero no es lo único ni lo más importante que hacen.

Las embajadas modernas son expresión de los acuerdos de la humanidad, de la civilidad y la disposición a las relaciones de paz y respeto entre naciones. Una embajada es una expresión de confianza mutua, pues un país permite a otro un espacio soberano dentro de su propio territorio y otorga inmunidades y privilegios a sus representantes acreditados, de acuerdo con lo suscrito en la Convención de Viena sobre Relaciones Dipomáticas (1961), firmado por todos los países de la ONU y cuyas normas aplican inclusive a países no miembros/firmantes (como islas Salomón, Sudan del Sur). Este instrumento es, aunque parezca exagerado, uno de los más importantes de la historia porque, de alguna forma, iguala en obligaciones y derechos, y nos separa de la barbarie de la ley del más fuerte, no solo en papel, sino también en la práctica.

La tradición diplomática de América Latina puede que haya dejado colar a varias momias cocteleras, pero cuenta también con joyas de preservación de la paz y derecho internacional humanitario. El derecho al asilo es uno de ellas. En los duros tiempos de las dictaduras del siglo XX, cientos de personas salvaron sus vidas gracias a la solidaridad hecha práctica que implementaron países como México o Venezuela, quienes recibieron en sus embajadas a perseguidos por los regímenes de sus naciones de origen y les ofrecieron una vida cuando en sus tierras no era posible. En épocas de oscuridad, las embajadas pueden ser luz. 

Cuando el gobierno de Álvaro Noboa en Ecuador decidió este 5 de abril violentar la sede diplomática de México en Quito para secuestrar al asilado político y exvicepresidente Jorge Glas, maltratando físicamente al personal mexicano allí presente, rompió una barrera de oro de las relaciones entre naciones del mundo, pero muy especialmente de nuestro continente: ofendió la historia solidaria y humanista de la diplomacia de México y dio un golpe terrible al quebrar la confianza que otorga el respeto a las reglas que nos igualan. Si la condena comunitaria no es firme, se habrá sentado un precedente trágico cuyas consecuencias para la región quizá no alcancemos a vislumbrar ahora mismo.

¿Qué nos puede pasar si rompemos nuestros acuerdos y destruimos los espacios de diálogo comunes? ¿Qué nos puede pasar si las Embajadas dejan de cumplir su función por falta de garantías? Si no hay nada sagrado, todo es profano y eso fue lo que hizo Ecuador, profanó un espacio que era sagrado, más allá del territorio y del estado afectado. Profanó nuestra tradición de paz y respeto en las relaciones internacionales. ¿Se les permitirá ser los pioneros del desastre? 

Mariel Carrillo García 


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