domingo, 7 de enero de 2024

Vitrina de nimiedades | Ansias de predicciones

  La bisagra que une el cierre de un año y el inicio del siguiente está integrada por dos costumbres antiquísimas: predecir y planificar. Por necesidad, cábala o costumbre, hemos convertido ese tránsito en el momento perfecto para prever qué puede ocurrir y prepararse para los siguientes doce meses, bien sea para lo nuevo o lo rutinario. Pero cumplir con estas normas no necesariamente es garantía de éxito. Para algunos, resulta un naufragio seguro.

En el mundo de los pronósticos es muy fácil perderse. Eso aplica para casi todos, desde los fieles seguidores de los horóscopos hasta los más sistemáticos planificadores. Razones sobran: es muy fácil tomar por cierto aquello que no tiene asidero, validar las proyecciones que mejor se ajustan a nuestras expectativas o simplemente asumir que las cartas están echadas. Aun así, queremos tener un adelanto de lo que nos espera, en ese afán por construir unos estándares para medir qué bien nos va.

Esa práctica, a la que solemos vincular a personajes históricos considerados hoy una brújula para el porvenir, sigue viva hoy en medio de la vorágine de las herramientas digitales. Basta hurgar un poco en Google Trends para ver el creciente uso en estos días de términos de búsqueda como "Predicciones 2024", "Elecciones" o "Predicciones para Venezuela 2024" y entender cómo mimetizamos nuestras expectativas en datos que van al encuentro de un mundo vasto, complejo y con información sobreabundante, lanzándole el anzuelo a las respuestas.

¿Y cuál es el resultado de esas búsquedas en la web? Podríamos resumirlo así: mismo personaje, diferentes temas. Nostradamus jamás pasa de moda y aparece en los primeros resultados, con las profecías del francés que es posible que se cumplan este año y aquellas que presuntamente se consumaron en 2023. Por supuesto, con el sensacionalismo por delante: las notas que reseñan estas profecías van acompañadas por expresiones como "estremecedoras" o "terribles".

Luego de Nostradamus, siguen Baba Vanga y, en el caso de América Latina, los santeros cubanos, cuyos vaticinios son reseñados incluso por grandes agencias internacionales. En otra lista, mucho más "seria", según nuestra tradicional mirada, están instituciones financieras, encuestadoras, analistas políticos y toda una terna de expertos trazando los posibles caminos que tome el 2024. Y nosotros estamos justo en el punto de partida, con dos opciones: comenzar a andar sin mayor guía que nuestro instinto o atrevernos a creer en los pronósticos.

No importa si predecir es un ejercicio con un alto riesgo de equivocación, cualquier rastro del futuro siempre tendrá el beneficio de ser noticia. Y como toda información llegada a nuestro poder, el punto en muchos casos no es solo cuán fiable es, sino qué hacemos con ella. ¿Cómo se interpretan esas señales? ¿Cómo sabes que pueden ser ciertas? ¿Cómo se distingue la charlatanería de las proyecciones bien fundamentadas? ¿En qué momento pusimos en la misma posición a un profeta casi mítico y a un profesional con suficientes elementos para predecir y acertar? Nada termina de ser claro en nuestro ciclo anual de ansias por las predicciones.

 

Rosa E. Pellegrino



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