domingo, 7 de enero de 2024

EL ALMA DEL HOMBRE BAJO EL SOCIALISMO

 Luis Britto García

 


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La  imagen  de Oscar Wilde se confunde con la de un esteticista dandy irlandés aficionado a las frases ingeniosas,  condenado en un desdichado juicio sobre sus preferencias sentimentales.  Algunos  recuerdan  El retrato de Dorian Gray, su demoníaca novela sobre una imagen que acumula los rasgos de degeneración física y moral de los cuales queda mágicamente exento su modelo. Pocos saben que era socialista, y que defendió la causa colectiva de la humanidad bajo el contradictorio estandarte del Individualismo. En su medular ensayo de 1891 El alma del hombre bajo el socialismo resuelve magistralmente las antinomias que  tal empresa suscita, alegando que “la principal ventaja que resultaría del establecimiento del Socialismo es, indudablemente, el hecho de que el Socialismo nos libraría de la sórdida necesidad de vivir para los otros que, en el presente estado de cosas, presiona tan duramente sobre casi todo el mundo” (https://www.marxists.org/reference/archive/wilde-oscar/soul-man/).

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La argumentación de nuestro dandy  parte de  la base económica. Es un lugar común de las más diversas tendencias la idolatría hacia el trabajo. Pero existen dos tipos de labor. Según Wilde, “Mucha gente, en el presente, a raíz  de la existencia de propiedad privada, puede desarrollar un muy limitado Individualismo. Son los  que no necesitan trabajar para vivir, o pueden elegir la esfera de actividad que realmente se  aviene a su personalidad y les brinda placer. Son los poetas, los filósofos, los hombres de  ciencia; en una palabra, los hombres auténticos, los hombres que se han realizado, y con los  que la Humanidad entera logra una parcial realización”. Argumenta Wilde que “hombres con medios privados propios, tales como Byron, Shelley, Browning, Víctor  Hugo, Baudelaire y otros, han podido, en forma más o menos completa, realizar sus  personalidades. Ninguno de estos hombres dio un solo día de su trabajo por un salario.  Pudieron librarse de la pobreza”.

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Por otra parte “Hay en cambio mucha gente que, sin  propiedad privada y estando siempre al borde del hambre, se ve obligada a hacer el trabajo de  bestias de carga, tareas que nada tienen que ver con ellos y a las cuales se ven forzados por la  perentoria, irracional, degradante tiranía de la necesidad. Estos son los pobres; no hay gracia  en sus maneras ni en sus palabras, ni educación, cultura o refinamiento en sus placeres, ni  gozo por la vida.

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Sobre esta labor alienada señala nuestro irlandés que “No hay nada necesariamente  significativo en la tarea manual, y la mayor parte de la misma es absolutamente degradante. Es  mental y moralmente ofensivo para el hombre hacer algo en lo que no encuentra placer, y  muchas formas de actividad no brindan absolutamente ningún placer. Barrer una plazoleta  enfangada durante ocho horas al día cuando sopla el viento este, es una actividad repulsiva.  Barrerla con dignidad mental, moral o física me parece algo imposible. Barrerla con alegría me  parecería sobrecogedor. El hombre se hizo para algo mejor que para remover la suciedad. Todo  trabajo de ese tipo debiera efectuarse con máquinas”.  

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¿Podía parecer utópico, fantasioso, irrealizable este pronunciamiento en 1891? Hoy en día resulta obvio, así como lo es su consecuencia: “Y no tengo dudas que se hará. Hasta este momento el hombre ha sido, hasta cierto punto, el  esclavo de la máquina, y hay algo trágico en el hecho de que tan pronto un hombre inventa una  máquina para que realice su trabajo, él comienza a pasar hambre. Naturalmente, este es el  resultado de nuestro sistema de propiedad y nuestro sistema de competencia. Un hombre  posee la máquina que hace el trabajo de quinientos hombres. Quinientos hombres son, por  consiguiente, echados de su trabajo, y sin trabajo sufren hambre y se dedican a robar. Un  hombre se asegura el producto de la máquina y la mantiene, y tiene quinientas veces más de lo  que debiera tener y probablemente, aunque no tenga realmente importancia, mucho más de lo  que él puede necesitar.”

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El  esteta  deviene visionario. Un siglo después, no son quinientos los hombres echados de su trabajo por las máquinas: éstas amenazan con suplantar a la humanidad entera. Wilde sugiere el remedio: “Si esa máquina perteneciera a todos, todos se beneficiarían con ella.  Proporcionaría una enorme ventaja a la comunidad. Todo trabajo no intelectual, toda tarea  monótona, aburrida, toda tarea relacionada con cosas feas que implique condiciones  desagradables, debiera hacerse con máquinas. Las máquinas debieran trabajar por nosotros en  las minas de carbón, encargarse de los servicios sanitarios,  del fogueo en los  barcos, de limpiar las calles, llevar mensajes en días de lluvia, y hacer cualquier cosa tediosa o  deprimente. En la actualidad, la máquina compite con el hombre. Bajo condiciones favorables, la máquina servirá al hombre.”(…) “El futuro del mundo depende de la esclavitud mecánica, de la esclavitud de la máquina”. Siempre y cuando, como exige nuestro irlandés, “esa máquina perteneciera a todos”. Pues “El objetivo adecuado es tratar de  reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible”. Ya que “El Socialismo, el Comunismo, o como uno quiera llamarlo, al convertir la propiedad privada en riqueza pública, y al reemplazar la competencia por la cooperación, restituirá a la sociedad su  condición de organismo sano, y asegurará el bienestar material de cada miembro de la  comunidad”.

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Pero, ¿qué será entonces de la humanidad?: “No existe ninguna duda de que éste es el futuro de la máquina, y  así como los árboles crecen mientras el campesino duerme, de la misma manera, las máquinas  se encargarán de todo el trabajo necesario y desagradable mientras la Humanidad se divierte, o  goza con un descanso cultivado -que ésa es la finalidad del hombre, y no la tarea-, o haciendo  hermosas cosas, o leyéndolas, o simplemente contemplando el mundo con admiración y delicia”.

Concluye, no el poeta, sino el pensador: “¿Es esto utópico? Un  mapa del mundo que no incluya Utopía no merece ni mirarse pues deja fuera el país en el que  la Humanidad está siempre desembarcando. Y al desembarcar allí la Humanidad y ver un país  mejor, vuelve a poner proa hacia ella. El progreso es la realización de las utopías.”  


 

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