Cuánta gente concentrada en las grandes ciudades sin hacer nada, o mejor dicho consumiendo y consumiendo (y sólo defecando y defecando) lo poco que se produce o se importa, a la vez que desaprovechando un tiempo valioso en hacer colas para adquirir una o dos pendejadas (que es a la vez como morir de mengua). En medio de esta larga guerra, para completar el caos, se nos ha obligado a vivir en ambientes pocos propicios para ser útiles y para entregarnos de llenos a la producción que tanto necesitamos.
Uno preferiría morir de otro modo, aunque sea echando plomo: estas guerras de cuarta generación joden más porque te humillan y te inutilizan porque te enchiqueran, porque te mantienen en un eterno chapoteo en el barro.
Calcule usted, cuántos seres existirán arrumados en sus apartamentos sin hacer nada: sin poder sembrar, sin querer salir a meterle el hombro a la producción, a contribuir en algo útil por la patria.
En las grandes ciudades, pues, se enconchan los más feroces y ardientes mantenidos (erigidos en guarimberos), los que tragan sin cesar y sin aportarle nada al país; en las grandes urbanizaciones de clase media y alta tienden a concentrarse los hórridos quejones de cada minuto y segundo, los ilustrados llorones y holgazanes, los que vegetan, los que van y vienen por las calles con sus bolas de genialidades a flor de lengua, aunque no sepan cómo se fríe un huevo o se hace una arepa, ni muchísimo menos cómo se producen lo que se come.
Pero estos grandes mantenidos son a la vez los que creen, insisto, saberlo de todo: cómo se arregla un país, cómo se puede estabilizar la economía en dos semanas, cómo se sale del vil coloniaje de quinientos años y se llega a una nación del primer mundo; saben cómo es posible alimentar y hacer feliz a todo el mundo con pocas medidas y esfuerzos, y éstos son los que hablan sin cesar (lo repito), y los que regularmente embadurnan páginas de los periódicos con sus agudezas de mierda. Y hasta por ello les pagan y exigen respeto, y surfean sobre una bola de billete,… Nunca han pasado hambre.
También en las grandes ciudades se concentran esas multitudes de muchachos que viven perdiendo el tiempo en las escuelas, liceos y universidades, a los que ahora les entregan tablas o computadoras para que aprendan lo que no deberían saber y vivir embebiéndose en las perversiones del capitalismo. Para que aprendan a odiar mejor a Venezuela, a despreciarla porque ella no les da todo lo que les muestra el mundo del hedonismo (hediondismo).
Y están también en las grandes ciudades multitud de profesores que nunca han sabido enseñarle nada de valor espiritual a la juventud por estar pendiente sólo de sus propios vientres, bonos extras y propiedades. Que han vivido en un permanente estado de jubilación prematura, terminando por llevar por las calles un perrito (que de paso no merecen, que no le da por las patas a estos nobles animalitos).
Son, pues, millones de seres inútiles a los que el gobierno tiene que hacerles llegar de todo porque si no la democracia se vuelve un infierno de delirantes solicitadores de ayuda humanitaria y de injerencia externa. Son, de paso, los que hoy, con toda su inmensa inutilidad a cuesta, ni por el carajo votarían por el gobierno porque no le pone todo de golilla. Ellos buscarían votar por alguien que les diera dólares por montones como en un principio Chávez se los facilitó y que a la vez no los hizo mejores seres sino mucho más amargados: en verdad se hicieron más enemigos de la patria, mucho más brutos. Ellos anhelan una vida más cómoda en la que tengan de todo a la mano sin hacer ningún esfuerzo.
Son millones los seres inutilizados por la golilla redundante que cada cual se rebusca en las grandes ciudades. Son millones contra los que no hay Cristo que pueda convencerlos de que vivimos en una cruenta guerra impulsada por grandes ladrones empresarios de afuera y de dentro.
Son millones que serían incapaces de aportar una gota de sangre para defender su lar nativo. Son millones de lerdos inconformes, ahítos de sus propias verdades hechas de lenguas verdes y enfermas, que acaban volviendo mefítico todos los ambientes en cuanto abren sus bocotas. Lo digo con o sin anestesia, aunque me quedan muchas cosas más por dentro que me queman y atormentan.
Vayamos, pues, firmes y duros, camaradas, a defender lo que somos y lo que tenemos.
Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia. jsantroz@gmail.com @jsantroz
No hay comentarios:
Publicar un comentario