Pablo Siris Seade
La cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su sigla en inglés) concluyó con una declaración que parece más un refrito de épocas anteriores, que la valiente iniciativa que el mundo requiere para enfrentar la hambruna que se ha instalado con inusitada fuerza, así como el aumento del precio de los alimentos, consecuencia de la utilización de cereales para producir combustibles. Los peces grandes se comieron a los chicos La firme voz de los países latinoamericanos, encabezados en esta oportunidad por Argentina, se hizo oír fuerte y claro en Roma, en un intento casi desesperado por lograr compromisos significativos de los países desarrollados en la lucha contra el hambre que asola ya a casi a mil millones de seres humanos. Estados Unidos y Europa no solamente no aumentaron significativamente sus cuotas a la FAO ni realizaron aportes extraordinarios (aunque algunos países europeos sí lo hicieron), sino que además se negaron siquiera a que la declaración final incluyera una exhortación a modificar los hábitos de consumo de sus habitantes, que literalmente están saqueando el planeta. Las principales economías impidieron también que en esta resolución final se incluyera una condena por las medidas proteccionistas y de subsidios que defienden sus producciones nacionales, al mismo tiempo que restringen la entrada de productos provenientes de los países más pobres. El tema de los biocombustibles, permanentemente en el centro del debate, no logró tampoco obtener de la FAO pronunciamientos contundentes. Si bien Argentina contó con el respaldo de Cuba, Nicaragua y Venezuela, otros países latinoamericanos no adoptaron igual que sus colegas latinoamericanos por ser ellos mismos productores de biocombustibles, como Brasil -el principal productor del mundo- y Colombia -el segundo en el continente americano-. El futuro está en Chicago En el mercado a futuros del Chicago Board of Trade (CBOT), en los últimos tres años los precios del maíz, el trigo y la soja han aumentado un 300 %, el arroz ha dado un salto de cinco veces su valor en el mercado, el precio de la avena se ha duplicado, y todo esto por el inicio de la especulación con el etanol, que en este período ha visto multiplicado su precio en un llamativamente coincidente 300% y aumentado el número de transacciones diarias de seis en marzo de 2005, a 88 en diciembre del año pasado (de 652 mil 500 litros a 9 millones 570 mil litros diarios aproximadamente). Este aumento de precio de los cereales y oleaginosas en el mercado de Chicago, ha generado dos fenómenos que, al converger, acercan a nuestros países a un verdadero drama (no crisis) alimentario. Uno de estos fenómenos es el aumento de precios de los productos locales, que a su vez se ve acelerado por el aumento en los precios de los fertilizantes y agroquímicos por el incremento de la demanda. El segundo es la exportación de porcentajes crecientes de las producciones locales buscando mejores precios en los mercados internacionales y desdeñando el mercado interno. Estos pujos especulativos han arrojado al hambre, sólo en lo que va del año 2008, a otros 100 millones de personas, provocando estallidos sociales y -en particular- la caída del gobierno de Haiti, llevando la cifra mundial de 840 a 940 millones de hambrientos. Afílese los dientes, que lo que nos toca es comer carros Pero durante el debate en la cumbre de Roma, los países industrializados no estuvieron “contra las cuerdas”, sino que se lanzaron a la ofensiva pretendiendo exigir -particularmente a los países latinoamericanos y caribeños- que no pusieran reparos a las exportaciones de cereales con destino a la producción de biocombustibles. Desde el 2005, Chicago inició la comercialización a futuro del etanol (el alcohol derivado de azúcares y almidones, básicamente de caña de azúcar y de maíz) con impactantes resultados para el precio de los productos agrícolas que constituyen la base de la alimentación humana, y con grandiosas ganancias para los especuladores. Con el aumento del precio del etanol en los mercados internacionales -300% desde el año 2005- es de prever que muchos otros empresarios del campo -cada vez menos personas con más tierras- destinen sus producciones a la producción de este biocombustible, retirándolo de la cadena alimentaria. Esto encarecerá los precios de los granos básicos, que hará que aumente el precio del etanol, que hará más rentable el negocio, trayendo a más y más productores, haciendo que el círculo vicioso sea cada vez más grande, aumentando el mercado del etanol y restringiendo la cadena de producción de alimentos a nivel global. El único problema es que los humanos no comen carros. Uno por uno Los aportes extraordinarios que se realizaron en la cumbre, según reporta la prensa acreditada en Roma fueron los siguientes (en dólares americanos): Banco Africano de Desarrollo: 1.000 millones, Banco Islámico de Desarrollo: 1.500 millones, Banco Mundial: 1.200 millones, España: 773 millones, Francia: 1.500 millones, Japón: 150 millones, Kuwait: 100 millones, Nueva Zelandia: 7,5 millones, Países Bajos: 75 millones, Reino Unido: 590 millones, UN CERF: 100 millones, Venezuela: 100 millones. La cifra anterior totaliza algo más de 7 mil millones de dólares. Lo que significa aproximadamente, un dólar por habitante del planeta. O visto de otra manera, siete dólares por cada persona en el planeta que se encuentra pasando hambre hoy. Sólo que esta cifra no será desembolsada de un golpe, sino que la mayor parte de estos aportes extraordinarios serán vertidos en un lapso de cinco años, plazo en el que el número de hambrientos habrá aumentado, el dólar se habrá devaluado, y el precio de los alimentos habrá aumentado en varias veces. No sólo esta cifra es a todas luces insuficiente para alimentar a los hambrientos, sino que no permite ni siquiera soñar en servir como un estímulo a la producción, o en la investigación para lograr incrementos en las cosechas, o en la tecnificación de los cultivos. La serpiente se come la cola En esta cumbre, varias han sido las paradojas. Quizás la más notable sea que se requirió de una crisis alimentaria que, en menos de seis meses, hambreó a 100 millones de personas. Otra es que si bien hubo muchos países que no estaban de acuerdo con esta declaración final por considerarla absolutamente insuficiente, ninguno bloqueó la aprobación por aclamación de esta declaración como forma de demostrar su apoyo al organismo y a su presidente, el senegalés Jacques Diouf. Otras, menos visibles, son quizás más dramáticas. Como por ejemplo, que las ayudas alimentarias de la FAO terminan siendo un gran negocio para las transnacionales de los alimentos, de capitales europeos y norteamericanos, que son los principales proveedores de las ayudas alimentarias que se deben otorgar a los países a los cuales destruyen por la aplicación de las políticas que privilegian la ganancia por sobre la humanidad. La más terrible, probablemente, es que mientras más desesperados por hambre haya en el mundo, los precios de los alimentos subirán aún más, convirtiendo el hambre en un negocio sin precedentes, que producirá -con toda seguridad- un drama humanitario nunca antes visto.
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