En un momento cuando vemos con horror el avance de la guerra, el extractivismo descarado de datos, recursos naturales y hasta de personas, la transformación de derechos en negocios como una de las formas en que el sistema capitalista supera sus crisis cíclicas, no nos podemos dar el lujo de sumarnos a la lista de pueblos que sin mayor conciencia hipotecan su futuro.
Los retrocesos de Brasil con Temer y Bolsonaro, la Argentina que se desmorona con un Milei al que no le tiembla el pulso para dejar a miles sin trabajo y al mismo tiempo derogar leyes y programas públicos que garantizaban derechos y bienestar a la mayoría no son cuento ni hechos aislados. Son agendas globales que se imponen para reflotar decadentes instituciones como el Fondo Monetario Internacional, tanto como economías que se sustentan sobre las desgracias y expoliación de nuestros territorios.
Como organización que hace parte de articulaciones continentales y globales, sabemos que las primeras vidas que son impactadas por las recetas neoliberales y la necroeconomía de la guerra son las vidas de las mujeres. Los primeros derechos que se derogan son los nuestros y de las demás poblaciones vulnerables. Todo lo que la ideología de derecha convierte en extraño, en menos humano es sacrificado y allí entramos: mujeres, pueblos afrodescendientes, originarios, genero-sexo-diversidad, personas dependientes por discapacidad o edad, etc.
En este panorama mundial se nos presenta un escenario electoral bastante conocido: de un lado tenemos una oferta que sería una versión venezolanizada de Milei o Bolsonaro y que recibe el apoyo de la Casa Blanca no importa quien la presida. No nos engañemos, esta opción que habla de “valores” que nunca terminan de nombrar, que defiende “supuestos principios” que tampoco terminan de definir, primero pasó por el norte negociando nuestras vidas y soberanías.
Esta opción, sigue esgrimiendo la daga del falso desarrollo, o el mal desarrollo que impone el neoliberalismo basado en un sistema económico político y cultural cimentado en el consumismo, el capitalismo, el racismo y claro está, el patriarcado. Un sistema que sabemos es incompatible con la vida misma en el planeta, que clasifica a pueblos y territorios como descartables, que apuesta a la militarización y que ve las garantías mínimas a la alimentación, educación o vivienda como gastos y no como derechos. Ya muchas y muchos hemos vivido esto en los terroríficos 90 del siglo 20. donde todos los ajustes y paquetes neoliberales estuvieron afincados en el desmantelamiento de la estructura productiva propia y los servicios públicos, “la privatización”.
Es sabido que entre sus promesas básicas está el “cobrar”, así lo dijo MCM en Mérida. Y ¿qué nos va a cobrar? Nada menos que la osadía de haber ejercido nuestros derechos democráticos a elegir una opción distinta. ¿La irreverencia de haber soñado una Venezuela independiente y haber planteado leyes y transformaciones estructurales que la pudieran hacer posible?.
Otra práctica conocida de quienes se alinean en esta opción es el desconocimiento de las leyes vigentes, o quizá el asumir que por su origen de clase están sobre ellas. Para muestra está el intento absurdo de llevar acabo unas supuestas primarias sin intervención del órgano rector y con una postulada que se sabía inhabilitada. O su negativa a firmar el acuerdo de reconocer los resultados sean cuales fueran. Está claro que la violencia siempre está en su agenda.
No podemos negar la existencia de otros 8 candidatos, quienes, lamentablemente son variantes del mismo tema.
Finalmente tenemos un candidato que, si bien no es perfecto, es el único con el que podemos construir la Venezuela que queremos y necesitamos como pueblo libre, feminista y soberano.
Nadie es perfecto, y muchas cosas quedan por hacer, lo sabemos. Pero si alguien nos ha garantizado y es garantía de espacios de dialogo y construcción es el compañero Nicolás Maduro.
Creemos que esta opción es garantía de respeto a nuestra constitución y tiene la firme disposición para seguir construyendo nuestras soberanías. Y solo en un territorio libre y soberano se puede luchar por los principios y valores feministas y anti patriarcales sin exponer la vida.
A esta opción le recordamos que seguimos aquí como feministas populares y comunales, y que queremos una revolución realmente radical, como dijo Chávez que vaya a la raíz de la exclusión por género, identidad étnica, y clase.
Y esto implica asumir en toda su magnitud la centralidad del trabajo en la generación de riqueza y por tanto el establecimiento de esquemas salariales y de beneficios sociales que así lo reflejen.
Esperamos que, así como nuestras capacidades productivas, sobre todo de alimentos se han fortalecido en los últimos años también active un motor para la educación pública gratuita y laica.
Y laica también tiene que ser nuestra revolución. Se tiene que legislar y diseñar políticas públicas para la ciudadanía, no para una u otra creencia. Reconocemos la diversidad de expresiones espirituales y religiosas que hay en nuestro país, las respetamos y las entendemos como decisiones personales que no deben ser impuestas desde ningún Estado.
Nuestro corazón sigue latiendo fuertemente del lado de la revolución, sabemos que no es perfecta, pero creemos que con ella podemos seguir trabajando para hacerla cada día mejor. Sabemos que somos corresponsables en este procesos.
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