La inteligencia artificial (IA), a pesar de su avasallante avance y promoción, sigue siendo un monstruo difícil de atrapar. Su impacto futuro y los resultados que ya demuestra parecen ponernos ante un gigante al que nunca podremos verle el rostro. Pero esa bestia, al final del día, se alimenta de la creación humana. Sin modestia que nos sonroje, deberíamos pregonar y entender que aquello que sabe en realidad es producto de nuestro ingenio. Decirlo también implica construir sentido crítico sobre la intimidad en tiempos digitales, el reconocimiento del mérito en la producción del saber y la apropiación del conocimiento.
Esas tareas son vitales, pero vamos tarde a cumplirlas, mientras los gigantes tecnológicos no desperdician segundo alguno. Meta, por ejemplo, ya avisó a los usuarios de Instagram y Facebook que toda la información que han compartido desde esas plataformas se usará en entrenamientos de sus sistemas de IA. Si no quieren ver sus datos involucrados, deben notificarlo antes del 26 de junio o borrarlos de sus cuentas.
La protección de los datos no es asunto nuevo en este panorama. Otros sistemas de inteligencia artificial generativa ya enfrentaron reclamos por usar como materia prima la producción de otras plataformas digitales. No obstante, Mark Zuckerberg pulsa una tecla sensible: los recuerdos de millones de usuarios. Sí, ya sabemos el destino de aquello que publicamos, pero esta vez no se trata solo de hurgar en nuestra información. Es como si alguien a quien dejamos entrar a casa tomara un álbum de fotos y nos dijera: "Tienes cinco minutos para desaparecerlo o lo usaré como quiera". Parece un argumento de película absurda.
¿Solo nos queda ver cómo nos arrebatan nuestra información? ¿Es posible pelear contra ese monstruo que nos ha dibujado la tecnología? Podemos resignarnos (total, publicado está) o comenzar a debatir el valor real de ese cúmulo de datos, que bien podríamos considerar un patrimonio digital personal.
En medios online se plantean posibilidades. The Conversation publicó un trabajo guiado por una sola pregunta: ¿qué pasaría si Meta nos pagara por nuestra información? Otras publicaciones ni siquiera se pasean por esa opción y van directo a los trucos para defender los datos que consideramos nuestros.
Llegados a este punto, es escandalosamente evidente la necesidad de aprender cada día más sobre IA. Aunque nos abrume, debemos comenzar a entender el impacto que tiene y el alcance en nuestro futuro. Especialmente, para seguir estimulando la creatividad y la producción de conocimiento. Nada hacemos manejando ChatGPT o Copilot si no nos preguntamos de dónde salen sus respuestas, si no vemos estas herramientas como lo que realmente son: instrumentos para gestionar nuestras tareas de otro modo.
Más allá de ese giro de tuerca, también es vital defender el derecho a recordar. Eso pasa por proteger la opción de gestionar nuestros datos y promover la creación propia, la experimentación directa con las fuentes de conocimiento y convertir las herramientas tecnológicas en aliadas y no en muletas de nuestro saber. Así, quizás, el monstruo de la IA deje de parecer un gigante, le veremos a los ojos y sabremos que nuestro criterio es su mejor combustible.
Rosa E. Pellegrino
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