jueves, 27 de junio de 2024

Punto y seguimos | Es por el petróleo, siempre

 Entregarse o resistir, he ahí el dilema

Las relaciones entre EE. UU. y Venezuela llevan décadas de tensión. Para los norteños, la única forma de amistad posible es aquella que conlleva sumisión, y, por tanto, cualquier intento de soberanía y dignidad se cataloga como un peligro, amenaza o rebelión que debe ser cercenado. La historia del continente (y del mundo) está plagada de ejemplos que pueden ilustrar este argumento. No hay país de nuestra América en el que no hayan intervenido, directa o indirectamente, con el fin de controlar a los políticos locales y asegurarse los recursos disponibles.

Venezuela ha sido, desde el descubrimiento del petróleo en nuestro suelo, un botín de primer orden. No hay "América para los americanos" sin petróleo venezolano y esa es la primera y más sencilla razón que explica por qué el ojo estadounidense estará sobre nosotros mientras este mundo se mueva con la energía que proveen los combustibles fósiles. Cuando el presidente Hugo Chávez lideró una política de defensa de los recursos nacionales, que inició asentándola en la Constitución de 1999, y que continuó con la recomposición de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y, entre otras, con la discusión y promulgación de la Ley Orgánica de Hidrocarburos del año 2006, para los gringos, el asunto se tornó prioritario.

El espacio de esta columna no alcanza para hacer una cronología de los episodios de injerencia y los ataques sufridos por Venezuela de parte de EE. UU. en lo que va del siglo XXI, todos llevados a cabo con el fin de "recuperar" el control absoluto sobre el petróleo y demás riquezas y commodities del país. Sin embargo, hemos de mencionar uno, el más duro en todos los términos, por las consecuencias nefastas que ha traído para la economía, la política, la cultura y hasta el mismo ser nacional. Es el famoso "decreto Obama" u Orden Ejecutiva 13.692, que nos declara "amenaza inusual y extraordinaria" y legaliza una lista de sanciones que alivian a conveniencia, pero que, hasta que no exista un gobierno entreguista con todas las de la ley, de frente y públicamente, seguirán vigentes.

Las sanciones han sido, sin lugar a dudas, la estocada más dolorosa que se ha recibido, no solo por lo obvio, que es la destrucción del principal sector económico y fuente de ingresos que es la industria petrolera, sino por las consecuencias, evidenciadas, por ejemplo, en la migración, un fenómeno del que aún no medimos sus alcances y su impacto en el presente y futuro del país.

En tiempos electorales y a pesar del evidente desgaste de la sociedad con los sectores políticos y los discursos polarizados, queda a la vista la inexistencia de una oposición que no sea entreguista. Esa nostalgia idealizada de algunos sectores por la Venezuela del siglo XX omite deliberadamente un factor fundamental y es que "estar en la buena" con los gringos está condicionado a una posición de servilismo, a la pérdida de la dignidad nacional a cambio del bienestar de unos pocos y una prensa internacional que nos alabe en vez de maltratarnos. Parece una idea evidente, por lo simple, pero a muchos se les olvida que, al final, todo se reduce a si queremos conservar algo de soberanía o lanzarnos a la ominosa aventura de ponernos en manos de adoradores del imperialismo y ser llevados sin control por la avalancha del liberalismo.

 

Mariel Carrillo García

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