Una cosa es que te manipulen la información; y otra, que te manipulen la capacidad de pensar, porque ya te crearon reflejos condicionados. Este significativo mensaje de Fidel Castro nos recuerda que no se puede hablar de nuestra manera de ver la realidad sin comprender que la realidad que nos rodea, así como sus representaciones y sus imaginarios, es influida por fuerzas potentes, que se colocan entre la realidad de pie y nuestra mirada, para moldear nuestra percepción, nuestra reflexión/interpretación/acción y nuestra conciencia. Detrás de nuestras formas de sentir/pensar/actuar está presupuesto todo un horizonte de creencias y de ideologías, que da sentido a nuestra existencia. En nuestras formas de sentipensar y de actuar, vemos, en su máxima expresión, laindecible disputa civilizatoria a la que asistimos, en este nuevo siglo.
No se viven tiempos fáciles. Si bien el proyecto moderno/colonial/capitalista ha tenido crisis cíclicas, las escalas y las magnitudes de estas han ido cambiando; de igual modo, han ido variando los instrumentos y los medios usados para atenuarlas o enfrentarlas, de modo que las cosas permanezcan como están. Hoy, en su afán de resetearse, el capitalismo está actuando camuflado de discursos «progres» (creyendo —diría el maestro Simón Rodríguez— que, porque sus ideas coloniales están adobadas a la moda, no hemos de reconocer su ardid); pero pareciera que las aún llamadas «izquierdas» no han aprendido cómo definirse ante los mitos-trampa de la modernidad, que nos ofrece la escenografía global. Por ejemplo, hoy, la mayoría celebra la nueva era, marcada por la digitalización, y no se dan cuenta de que, allí, la humanidad se está jugando la esclavitud futura.
¡En el celular, ya está nuestro control!
Ya no se trata solo del fin de lo privado, lo personal, lo íntimo, y sus ribetes de abuso personal, con biotecnologías como reconocimiento facial, huella dactilar e incluso análisis de material genético; información que se incorpora a los ingentes datos de poder y control. El fenómeno es más complejo: es la batalla por las (inter)subjetividades. En otras palabras: la nueva era tendrá un impacto en la subjetividad y en las formas de relación humana, que apunta en diversas direcciones con un único propósito: la resignificación de vínculos sociales, afectivos y culturales del capitalismo y el horizonte ontológico que lo sostiene: la modernidad/colonialidad.
Como lo reflejan los ensayos del libro Capitalismo y cibercontrol. Configuración de (inter)subjetividades, imaginarios y repercusiones psicosociales, escrito por un conjunto de científicos y científicas sociales de Venezuela, la tecnología 4.0 trae consigo un nuevo extravío de la conciencia, como sucedió con las «revoluciones» industriales anteriores, cuando «principios y valores comunitarios originarios se transformaron hacia la sociedad de consumo y, con ello, cambió el sentido de la vida». Dicho de otro modo: la tecnología 4.0 generaría grandes transformaciones psicosociales, sin precedentes, con adaptaciones progresivas en las formas de pensar, actuar e interrelacionarnos, como seres humanos. En este punto, no importa tanto entender las «nuevas» formas de producción como meditar sobre los principios, las creencias y los valores instalados bajo el mismo modelo ideal del «progreso» y lo que produce la producción del capital: relaciones de dominio y explotación, para tener «confort». Cuando naturalizamos ese modelo de producción, ya no tenemos ningún problema en aceptar la injusticia reinante.
La nueva era tecnológica (operaciones industriales con tecnologías inteligentes, inteligencia artificial, macrodatos, robótica y automatización; todos desarrollados desde la lógica del dualismo cartesiano, que supone que el ser humano está por encima de la naturaleza no humana) expone los acentos ensoberbecidos de la ideología del capitalismo al desnudo, que viene imponiendo una gobernanza mundial, para continuar su principio de dominar a los pueblos y a la madre tierra. Esta idea no es tan absurda como usted pudiera pensar. El fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, lo tiene claro: «Estamos al borde de una revolución tecnológica que cambiará, fundamentalmente, la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos unos con otros. En su escala, alcance y complejidad, la transformación será diferente a todo lo que la humanidad haya experimentado antes. […] La cuarta revolución industrial, finalmente, cambiará no solo lo que hacemos, sino también quiénes somos. Afectará nuestra identidad y todas las cuestiones asociadas con ella: nuestro sentido de privacidad, nuestras nociones de propiedad, nuestros patrones de consumo, el tiempo que dedicamos al trabajo y al ocio, y cómo desarrollamos nuestras carreras, cultivamos nuestras habilidades, conocemos gente, y nutrir las relaciones. Ya está cambiando nuestra salud…».
Pese a las evidencias, algunos/as «progres» creen que el asunto es una artificiosa novedad supuestamente inocua; cuando es la invención más hábil y ruin que ha promovido el capitalismo y su religiosidad destructiva de la vida: el reseteo del capital y su cultura de la dominación/colonialidad, que permitiría rearmar los valores, las creencias y los prejuicios hegemónicos, con el fin de hacer imposible cualquier giro civilizatorio.
La revolución 4.0 demuestra lo que es capaz de hacer la voluntad de dominio de la racionalidad moderna/capitalista. El ejemplo que pone el maestro descolonial boliviano Rafael Bautista es muy ilustrativo: «Con la plan-demia, cuarentena global —que fue un ejercicio militar de carácter disuasivo, que nos confinó a todos al encierro y que fue un golpe de Estado no declarado a todo el mundo—, empezó el reseteo del nuevo orden mundial, basado en reglas que solo sirven a los ricos y en una nueva gobernanza mundial que quiere convertir al mundo en un panóptico». Con la cuarentena por covid-19, el mundo entero presenció un ejercicio que marcaría, en lo sucesivo, el carácter apocalíptico del nuevo siglo. Millones de personas encerradas en sus casas, dependientes de la electricidad y de la conectividad, inmersas en las avenidas digitales, un fenómeno inédito y un momento idóneo para arrancar el gran reseteo del capitalismo.
Hacer explícito el contenido de la racionalidad capitalista que está detrás de la revolución 4.0 es uno de los compromisos revolucionarios que nos corresponde, en el presente. Tal como señala Rafael Bautista, «el diseminado caos constructivo (que, a nombre de “revolución”, promueven las guerras de cuarta generación) está diseñado, precisamente, para dilatar indefinidamente toda reconstrucción, de tal modo que, como en el mito de Sísifo, una reconstrucción sin fin constituya la objetivación del sin sentido existencial de la condición humana actual. El ver cómo se desmoronan continua y trágicamente los proyectos vitales deja a la lucha popular sin el óptimo social necesario para reencauzar sus propias apuestas políticas».
Ante sendos argumentos sobre la adopción de un estilo social digitalizado, algunos/as dirán que el fin justifica los medios; pero se les olvida que los medios nos definen y nos constituyen. ¡De qué vale que nuestros fines sean buenos, si los medios que usamos son medios de dominación! La imposición de la revolución digital, como forma obligada de vida a todos los ciudadanos de la sociedad moderna/colonial, no es casual. Estamos hablando de la configuración de un sujeto hecho a imagen y semejanza de la sociedad del consumo. «¿Cómo podemos vernos ajenos/as al molde que hace la sociedad tecnológica de nosotros/as?», interpelan los investigadores venezolanos que participan en el texto Capitalismo y cibercontrol.
Las tecnologías 4.0 constituyen —tal como describe la mencionada obra— una superestructura cultural de la era del capital y su avasallante estrategia de control humano, que se impone con la entusiasta e inconsciente participación de la gente: «Así lo vemos en la vinculación del acceso a los satisfactores de las necesidades esenciales de las personas a través de las redes sociales digitales. Este mecanismo, que raya en lo perverso, compele a muchas personas a ser usuarias (intermitentes, pero maniatadas) de las redes digitales para acceder al gas doméstico, alimentos… información acerca del suministro de agua, medicamentos o electricidad, por mencionar algunos satisfactores; sin dejar ningún margen al derecho a no ser digitales. Tal es el entretejido que han adquirido estos dispositivos de vigilancia y comunicación con la vida cotidiana, cuyo uso se aleja de una condición optativa y deviene en imperativos societales».
La era digital mundial está dirigida, fundamentalmente, a mantener el modelo de crecimiento económico global, asociado a la continua reinvención de la sociedad del consumo, que nos tiene sumidos en la crisis multiplicada que sufrimos hoy. No es fortuito que el capitalismo invierta ingentes recursos y utilice todo el conocimiento científico del que dispone para mitigar y neutralizar o debilitar las luchas de los pueblos por la liberación; y para instalar la aceptación acrítica de las relaciones de dominio y sus valores, a través de legitimaciones profundamente arraigadas en la subjetividad de los pueblos colonizados: «La sociedad actual, con los principios y preceptos que la conforman, ha condicionado estilos de vida y formas de comportamiento [léase aquí: acción] que la reproducen y la sustentan. Esta ha sido construida con la intención de condicionar toda posibilidad de cuestionamientos» (de acuerdo con lo subrayado por el colectivo de investigadores citados).
Frente a esta nueva amenaza —reza el referido libro—, probablemente, un imperativo es que los Estados se aboquen a identificar y a evaluar los impactos psicosocial y psicocomunitario de la digitalización —que, dicho sea, de paso, se nos ha presentado como un derecho humano adquirido—.
La nueva era nos convoca a una reflexión profunda acerca de sus implicaciones y las consecuencias sobre la vida en el planeta. ¿Cuán racional y viable es la nueva era? No olvidemos que, como enfatiza el maestro Rafael Bautista, una de las formas en que el proyecto moderno/colonial/capitalista opera en nuestro sentido común es la invención de necesidades tecnológicas, que nos llevan a querer siempre más, a no estar satisfechos con lo que tenemos, aunque esa insatisfacción signifique métodos más agresivos de expoliación de la madre tierra y, por tanto, el agotamiento de los recursos esenciales para la vida. Otra pregunta a responder sería esta: ¿Cuántos planetas Tierra necesitaríamos para democratizar estas tecnologías que hoy nos ofrece el capital, para hacernos creer que la tenencia o la acumulación de estos bienes materiales nos permite «vivir mejor»?
En momentos cuando se disputa la construcción de una humanidad nueva, para salir del atolladero al que nos ha llevado la lógica del capital, la transición tecnológica de la revolución 4.0 constituiría la apuesta más colonial que estaríamos haciendo. Dicho de otro modo: impulsar la revolución 4.0 es condenar a los pueblos a ser sostén de la decadencia de Occidente.
Los pueblos, en nuestras luchas por la liberación, tenemos derecho a no subsumirnos en el paradigma neoindustrial, tenemos derecho a cambiar los modelos de consumo dominantes, tenemos derecho a no ser digitales, tenemos derecho a no someternos a la psique 4.0. Hacer revolución es, esencialmente, transformar el modo de vida implantado por el mundo hegemónico y la construcción de otras formas de relación humana. Hoy, el mayor desafío de los pueblos es reconstituir comunidades de vida frente a la sociedad del «bienestar», del «desarrollo», del «progreso» (léase: del consumo) y su tren suicida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario