Durante el apagón de más de nueve horas en la zona de Caracas donde vivo, provocado por fuerzas terroristas el pasado viernes 30 en casi toda Venezuela, y cuando en mi casa no había luz, agua ni internet, mi hijo de ocho años me preguntó qué estaba pasando y cómo era posible que ello ocurriera.
Sabiendo de su inteligencia y sagacidad, y conociendo que no se iba a conformar con respuestas nimias y superficiales, me di a la tarea de intentar explicarle la situación. Le hablé del significado de las palabras dignidad, honor y orgullo. Le expliqué que él, al igual que el Libertador Simón Bolívar, había nacido en Caracas, en Venezuela, y que nuestro comportamiento entrañaba un compromiso con su memoria. Le dije que, lamentablemente, en el mundo, había hombres y mujeres malos que eran felices haciendo daño a los demás.
Le conté que en Estados Unidos hacían cosas muy bonitas para el disfrute de los niños, como los maravillosos parques de diversiones que existen en la Florida, pero que, al mismo tiempo, el gobierno de ese país estaba enviando dinero y armas para que un gobierno, también de gente mala, matara a los niños en Palestina. Le dije que, en menos de un año, habían sido asesinados por los gobiernos de Israel y Estados Unidos casi treinta mil niños. Le expliqué que eso era como si mataran a todos los niños de treinta escuelas iguales a la de él. Le indiqué que los líderes estadounidenses odian a los niños del mundo y que el pueblo humilde y los niños de Estados Unidos eran las primeras víctimas de su gobierno. Le expuse que en ese país para convertirse en líder había que ser millonario y que su principal negocio era la guerra y la venta de armamento.
Por eso, mandan a matar a través de secuaces y cómplices como Zelenski, Machado, Pinochet, Somoza y Netanyahu. Por eso, también nos cortan la luz, el agua y el internet, porque su felicidad se sustenta en el odio a la humanidad y, por supuesto, a los niños que, como él, no pueden jugar, ver televisión ni disfrutar sus programas favoritos.
Por eso, nosotros debemos hacer todo lo contrario: amar y ayudar a los demás, sin importar lo que sean o lo que piensen.
Le expliqué que el gobierno de Estados Unidos había mandado matar al presidente chileno Salvador Allende. "Papá, ¿Allende es el de la foto que está en tu estudio?". "Sí, hijo, junto a la del general nicaragüense Augusto C. Sandino, también asesinado por órdenes del gobierno de Estados Unidos". "¿Y por qué tienes sus fotos?". "Porque ellos son un ejemplo, hijo, un ejemplo de lo que debemos ser y cómo debemos actuar en la vida".
"También tengo un cuadro de Simón Bolívar. Estados Unidos no lo quería porque como el Libertador quería que todos los países de América Latina estuviéramos hermanados, inventaron una idea para apropiarse de nuestras riquezas y mantenernos desunidos".
"Papá, ¿esto siempre va a ser así?". "No, hijo, esto que está ocurriendo va a pasar, porque la mayoría de los hombres y mujeres del planeta son buenos. Quieren trabajar, construir, vivir en paz y amar a sus esposas y esposos, a sus padres y madres, y sobre todo a sus hijos".
Mi hijo me preguntó: "Papá, ¿por qué hacen eso?". Le expliqué que lo hacían por el afán de lucro excesivo, que no era una condición natural del ser humano. Entonces vino una pregunta que debí haber previsto: "Papá, ¿qué es lucro excesivo?". "Es obtener ganancias materiales innecesarias, hijo, solo por suponer que así se logra la felicidad".
Le dije además que eso es posible porque a pesar de que las leyes establecen que en la sociedad todos somos iguales, eso, en la práctica, no es verdad. En el mundo había muchos niños que no tenían comida, ni luz, ni agua, ni escuela, ni internet, ni posibilidad de jugar y divertirse porque el 1% de la humanidad no quería que lo tuvieran.
Mi hijo me preguntó qué significaba el 1%. Le tuve que decir que se imaginara que en el auditorio de su escuela había 100 sillones para asistir a una actividad cultural, y que solo una persona ocupaba 62 sillones, mientras que las otras 99 se debían sentar muy apretadas en los 38 sillones restantes.
Me dijo que eso no estaba bien porque esas personas iban a estar incómodas a pesar de que hubiera suficientes sillones para todos y que eso era injusto. Entonces me vi obligado a explicarle que ese era precisamente el problema: la injusticia en el mundo. Antes que me lo preguntara, le señalé también que el causante era algo que se llama capitalismo.
"¿Qué significa capitalismo, papá?". "Significa que muchos millones de personas trabajan y producen y unos pocos se apropian indebidamente de ese trabajo y esa producción para lucrar con ello. Significa también que para los capitalistas ganar dinero en exceso y guardarlo es más importante que usar ese dinero para que los niños no tengan que trabajar, para que haya escuelas para todos, para que cuando se enfermen existan hospitales para atenderlos, para que puedan comer todos los días y jugar con sus amigos".
Le dije que esos malos señores y señoras de Estados Unidos y de un continente dirigido por gente muy salvaje e incivilizada que se llamaba Europa querían ser felices a costa de que el resto de la humanidad esté en permanentes guerras y pasando dificultades y miserias. Le dije que uno de esos señores, que se llama Borrell, había dicho que esa Europa era un jardín y que el resto del mundo era una selva, cuando la historia demostraba todo lo contrario.
Le dije que en Europa había surgido lo peor de la historia de la humanidad: el esclavismo, el racismo, las guerras más brutales jamás ocurridas e ideas que promueven el odio, como el nazismo, el sionismo y el fascismo (antes que me preguntara que era eso, le expresé que, en otro momento, cuando fuera más grande, se lo explicaría con detalles) y que esas ideas impulsaron e impulsan el asesinato y la persecución de millones de personas, entre ellos muchos niños. Es lo que están haciendo hoy en Ucrania, en Palestina, en Haití y también en Venezuela. Asimismo, en un país tan rico como Argentina, miles de niños están pasando hambre porque estos señores inventaron teorías que hoy usa el presidente de ese país para justificar el empobrecimiento y la miseria de ese pueblo que es hermano del de Venezuela.
Le aclaré que, en esta situación, las víctimas eran los niños de Estados Unidos y Europa, porque a través de la televisión y las llamadas "redes" los enseñan a odiar y a matar. Por eso es que se ve en las noticias que hay tantas matanzas en escuelas de Estados Unidos. "Y por eso te digo, hijo, que hay que tener mucho cuidado con la televisión y los programas que hay en la tablet, porque lo que transmiten suele ser más malo que bueno".
En este punto, mi hijo me preguntó: "Papá, ¿qué se puede hacer?". "Hijo, no nos queda más que luchar, resistir y hacer todo lo que sea necesario para que el mundo sea más justo, para que todos los niños tengan salud, puedan comer todos los días, jugar e ir a la escuela". Sin embargo, le advertí que el capitalismo no quiere que sea así, por lo que la lucha será larga y dura.
Le dije que en algún momento ni su mamá ni yo estaremos y que él, que es un niño bondadoso, que comparte todo lo que tiene, que es respetuoso —aunque un poco indisciplinado a veces—, que no le da mucho valor a las cosas materiales que posee, que ama a sus padres, a su familia y a sus amigos, deberá ser, en el futuro, un hombre bueno, que también deberá luchar por ese mundo mejor al que todos aspiramos. Le dije que la vida no tiene sentido si no se hace eso.
"Así, podrás hacer un aporte —aunque sea pequeño— para que los malos no sigan provocando apagones y no corten el agua ni la luz a las familias, y para que, en el futuro, los niños puedan jugar y ser felices".
Sergio Rodríguez Gelgenstein
No hay comentarios:
Publicar un comentario