Cuando lo rutinario es complicado, perdemos calidad de vida
La cotidianidad en Venezuela no es sencilla. Las acciones que constituyen el día a día de los ciudadanos suelen ser incómodas y engorrosas, sobre todo si no se es parte de la minoría con buenos ingresos. No es regular abrir los grifos y que salga agua (la vida está llena de tobos). En cualquier momento la luz se va y nos atrapa la incertidumbre de si será por pocos minutos o por horas.
Esto nos condiciona los planes de trabajo (se va el internet, se descargan los dispositivos, etc.) y nos obliga a resolver con planes B, C y D, y aunque esto sea muy bueno para desarrollar la inventiva y la capacidad de resolución, también es cierto que resulta absolutamente agotador.
Salir de casa y movilizarse es otro parto. Si se tiene vehículo, es una odisea cargar gasolina: que si la cola, que si llegó o no el camión a la bomba, que si no el sensor no lee la huella, que si no me toca hoy por el número de la placa (pero igual me tengo que mover)… Además, pasamos horas y horas perdidas esperando por la gasolina, que antes asumíamos como nuestra gota de petróleo, nuestro privilegio de país petrolero.
Ni hablar de andar a pie: las camioneticas atestadas, la falta de sencillo para pagar los pasajes (conseguir bolívares para todos los días requiere otra ración de energía extra), las dificultades del metro (en el que no se puede comprar una tarjeta de acceso a menos que baje San Pedro y te haga el milagro), los mototaxis, las aplicaciones de taxis (que requieren el uso de un internet que, aunque pagues, a veces no tienes, porque las únicas tres empresas proveedoras hacen lo que quieren sin que te puedas ni quejar).
Hasta hacer la lista lo deja a uno exhausto, pero nos queda por mencionar otra acción cotidiana importante: comprar.
Lamentablemente, siempre tenemos la necesidad de alguna cosa: comida, medicinas, artículos de limpieza, ropa y pare usted de contar. Ya conseguir que los sueldos nos alcancen para cubrir todo eso amerita un nivel Súper Saiyajin de ingenio y resiliencia, pero hablemos mejor del acto de pagar. Un país medio dolarizado, en el que no hay circulante de monedas, los precios se fijan bajo una "lógica" que nadie comprende, con precios "enteros" porque no hay forma de dar vueltos: "Te doy una parte en divisas, la otra en tarjeta en bolívares, la otra en Zelle y me das el vuelto en pago móvil o vamos a ver cómo demonios hacemos", o —la preferida de los comerciantes— "compra otra cosa para que llegues al entero superior".
En cuanto a las colas y los retrasos, ¿por qué tenemos que hacer tantas colas?
No vamos a entrar aquí en la multiplicidad de razones que causan que vivamos gastando tanto tiempo y energía vital en actividades que —en circunstancias normales— serían más expeditas y fáciles. Sabemos de las sanciones, sabemos de la burocracia, sabemos que sabemos, pero eso no hace que sea más fácil. Valga el desahogo. El desgaste psicológico y físico que causa el que todo sea complicado y que nos veamos obligados a tener que estar en un estado de constante resolución de problemas —que reconocemos como responsabilidad real de otros (instituciones públicas, empresas privadas)—, disminuyen nuestra calidad de vida. Estamos cansados, y mucho.
Mariel Carrillo García
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