Entre la comprensión de los neologismos y la defensa del buen verbo "poner"
Las lenguas no son un asunto estático, de hecho, están en constante movimiento y evolución. No hace falta comparar nuestra habla actual con la de hace doscientos años. Basta conversar con una persona veinte años menor y ya se notan las diferencias, en especial en los modismos, que son esas palabras o frases cuyo significado o sentido no se adapta a las reglas de la gramática, es decir, que no pueden entenderse de forma literal, sino dentro de un contexto específico, uso o circunstancia. Los modismos cambian con una rapidez cada vez mayor, derivada justamente de las posibilidades de transmisión de información que nos ofrecen las tecnologías y medios de la actualidad.
Otra forma en la que el lenguaje cambia es a través de —o gracias a— los errores. Lo que se conoce como vicios del lenguaje es lo que ha permitido, directa o indirectamente, que los idiomas suenen y se escriban como los conocemos y, en consecuencia, eso significa que somos testigos de algunos de los cambios que serán norma de uso en el futuro. Esos vicios, como los extranjerismos, los pleonasmos, las metátesis o los solecismos, son muy comunes y la mayoría de las personas tiene alguno:
- "¿Me podrías hacer un refill de refresco?" (extranjerismo)
- "¡Mira! María se come la pasta con bayonesa" (metátesis)
- "Juan subió para arriba, ya lo llamo" (pleonasmo)
El caso de las metátesis, o sea, errores en los que se ponen o intercambian letras que alteran el sonido de las palabras, es tan común que muchos terminan siendo aceptados en el lenguaje formal (que en español provocaría, por ejemplo, su inclusión en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, DRAE), como ha ocurrido con palabras como "almóndiga" o "murciégalo".
Otro caso —que además vivimos en Venezuela con frecuencia— es el de cambiar sustantivos a verbos, como el nefasto episodio del sustantivo apertura que se puso de moda en forma del verbo "aperturar", un neologismo usado para sustituir el verbo abrir y que fue finalmente aceptado por la RAE en el año 2021, después de haber sido rechazado un primer intento de ingreso en el año 2019. Por más terrible que nos suene a algunos, parece que toca aperturar la mente.
Los neologismos son la expresión que más dolor (nos) causa a los defensores de las palabras; pues en muchas oportunidades surgen de intentos de "sonar más fino" atribuyéndoles una suerte de "vulgaridad tácita" a palabras perfectamente adecuadas como el sustantivo pelo, que ya hasta lo acusan de mala palabra y causa feas miradas si no lo cambias por la supuestamente hermosa palabra cabello. Ni hablemos del más sonado del momento: el verbo poner, hoy en día sustituido indiscriminada y erróneamente por el verbo colocar, que parece que suena "mejor".
Me dirán que poner y colocar son sinónimos, y tienen razón, pero no tanta. Mientras el verbo poner tiene 44 acepciones diferentes, el verbo colocar solo tiene 5 (invertir dinero, poner algo en su debido lugar, acomodar a alguien en una posición o espacio, hallar mercado para un producto y sufrir efecto de euforia o relajación a causa de una droga). Eso quiere decir que cada vez que se lo intercambia ligeramente con poner hay más de 30 oportunidades de usarlo mal, muy mal.
Por ejemplo, para indicar "escribir algo en el papel", lo correcto es poner, no colocar. Para expresar "aplicar algo", colocar no sirve como sinónimo. No se "coloca crema en la cara", sino que "se pone", por ejemplo.
Aunque me "coloque" muy triste, voy aceptando —sin resignación— que seguramente el verbo colocar empiece a adquirir nuevas "atribuciones" con el paso del tiempo y estas se transformen en la norma que defenderán los viejitos del futuro. Mientras tanto, lo importante es saber que el buen verbo poner es siempre una opción. No lo dejen morir.
Mariel Carrillo García
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