Flavia Riggione
Tema difícil pero cierto, circunscrito a un breve período de la historia de la inmigración en Venezuela, sobre la cual siempre se ha mencionado, y con toda justicia, que es el país que siempre recibe con los brazos abiertos a los extranjeros.
Deben saber que soy una orgullosa venezolana, nacida en Caracas, hija de inmigrantes italianos.
Mi padre Luigino salió de Italia poco después de finalizada la guerra, con espíritu aventurero, buscando la "América", porque como escribe Francisco Herrera Luque en esa maravillosa obra Los Viajeros de Indias, "América es tierra grande y fecunda donde el hombre todavía puede soñar sobre una tierra propia. América es el yunque donde se quiebran las limitaciones que en Europa impone el nacimiento…" (Monte Ávila Editores, 1979).
Así fue que mi padre decidió su destino, animado por su jefe gringo, con quien había trabajado en la avanzada de los aliados hacia el norte de la península italiana, intentando romper la llamada Línea Gustav donde permanecían atrincherados los alemanes.
Por suerte, gracias a Dios, al llegar mi padre Luigino a Galveston, en Texas, no le gustó lo que encontró por allá, y decidió embarcarse en otro navío, rumbo Jamaica, llegando finalmente a Puerto Cabello.
A la caída del General Marcos Pérez Jiménez, en 1958, me contó un compariello de la familia, igualmente italiano, que apenas cayó la dictadura, a los inmigrantes italianos los trataban mal.
Esto fue debido a un italiano millonario llamado Filippo Gagliardi, constructor favorito de Pérez Jiménez, quien había llegado por segunda vez a Venezuela en 1937, (la primera vez fue en 1927 permaneciendo sólo un año) y se había enriquecido con la construcción, sobre todo debido a sus vínculos con representantes de la dictadura.
Como dato curioso, al parecer Gagliardi le había ofrecido al gobierno venezolano construir, en Macuto, la pequeña Venecia, con canales y villas, probablemente una obra megalómana para turismo.
Pero también Gagliardi le facilitó al dictador un documento de adhesión de italianos al plebiscito realizado en diciembre de 1957, logrando entregar una lista de 20.000 firmas que, según el mismo Gabriel García Márquez, quien escribía desde Caracas para el diario El Espectador, "a pesar de su extraordinario poder, él (Gagliardi) no tenía a disposición de la mano el control y la voluntad de 20.000 compatriotas dispuestos a acompañarlo en la aventura".
Si bien se reconoció que había muchas firmas auténticas, pero también otras tantas falsificadas, muchas inconsultas, incluso de cantantes de ópera ya muertos, y hasta, García Márquez comentó como anécdota, había una firma que rezaba "Napoli bella", que no era un nombre de persona. Con seguridad muchos inmigrantes firmaron, ¿quién sabe si Luigino? Continúa nuestro Premio Nobel escribiendo que "La situación de los inmigrantes era perfectamente comprensible: sobre ellos pesaba la amenaza directa de la Seguridad Nacional." (Gabriel García Márquez, De Europa y América, 1955-1960, Obra periodística. El último truco de Filippo Gagliardi).
También recuerda el compariello que Gagliardi le había ofrecido al gobierno traer desde Italia un contingente de carabineros para defenderlo. Resulta que, debido a esto, Gagliardi en su afán de continuar enriqueciéndose y quedar bien con el gobierno de Pérez Jiménez, comprometió a sus compatriotas, a los inmigrantes italianos, pues el compariello Mario también recuerda y me asegura que, inmediatamente luego de la caída de la dictadura, tuvieron los italianos que realizar patrullajes con sus camiones para estar atentos y a la defensiva de las posibles consecuencias del malestar de los venezolanos. Esta desagradable situación para los italianos inmigrantes, imagino también para mi padre, ocurrió sucesivamente a la caída de la dictadura en enero de 1958 y duró incluso hasta 1959.
Otra versión similar, sobre lo ocurrido en ese momento histórico, es la de Marisa Vannini, italiana que llegó muy joven a Venezuela, en 1948, y que se convirtió en escritora, destacada profesora en la UCV, y de quién leí su muy agradable libro "Arrivederci Caracas" (2005, Los libros de El Nacional)
En su libro, Vannini describió ese momento particular para los italianos en Venezuela, en relación a Filippo Gagliardi:
"Se ha comentado mucho que los italianos residentes en el país participaron en la votación a favor del dictador, malamente aconsejados por su embajador en aquel momento Justo Giusti del Giardino, y por un legendario personaje, constructor millonario con halo de aventurero, Filippo Gagliardi, que no llegué a conocer". Y continúa:
"los verdaderos inmigrantes italianos, albañiles, obreros, fueron mártires de la dictadura, trabajaban duramente, explotados por empresarios en gran parte de su misma nacionalidad, sin ninguna protección y ni siquiera precaución. Eran estos últimos los llamados "pulpos" que reunieron colosales fortunas pagando a sus propios paisanos sueldos miserables, pues adheridos como sanguijuelas al gobierno perezjimenista, del cual lograban prebendas y concesiones de terrenos, podían aprovecharse impunemente de los trabajadores. No había día que no se registrara la caída de algunos de ellos de las edificaciones. Las cifras de víctimas, en aquellas monumentales obras fue enorme, los italianos han realmente teñido con sangre el auge de la construcción durante la dictadura".
Apreciados lectores, como podemos entender, se trató solamente de un breve período, suficientemente explicado.
Lo cierto es que, aquí en Venezuela se reciben con los brazos abiertos a los que llegan de otras tierras, pues el venezolano es cordial, es curioso, es empático. Es solidario por naturaleza.
Y yo puedo dar fe de ello, soy testigo fiel de lo que afirmo. Nada fue fácil para mis padres, pero con gran voluntad, capacidad de trabajo y de muchos sacrificios, abonados por tantas oportunidades brindadas, en un clima cordial y solidario, lograron conseguir esa América que buscaron años atrás, saliendo de una Europa derrotada, destruida y hambrienta.
Tan es así, que mis hermanos y yo pudimos estudiar, cosa que no fue posible para mis progenitores. Y mis hijos, ya en la era Chávez, recibieron la enorme oportunidad de prepararse, gratuitamente, en las dos mejores universidades públicas, la Universidad Central de Venezuela, que en diciembre cumplirá notables trescientos años, siendo la más antigua de Venezuela, y en la hermosa Universidad Simón Bolívar. Por cierto, fundada por Ernesto Mayz Vallenilla quien, como investigó mi amigo secreto Diogenes, es catalogado como el más destacado filósofo latinoamericano del siglo XX.
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