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Las personas mayores supervivientes han plantado cara al hambre, a la grave escasez de atención médica y a desplazamientos forzados constantes.
En una pequeña y desgastada tienda improvisada en Deir el-Balah, Om Tamer al-Nimnim se sienta junto a sus tres hijas y tres nietos. Este frágil refugio ha sido su único hogar durante más de un año, desde que fueron desplazados forzosamente de su casa en Jabalia, en el norte de Gaza, en medio de intensos bombardeos israelíes.
Tras 14 meses de ofensiva implacable y desplazamiento, Nimnim ha pasado de pesar 78 kilos a menos de 50. A sus 65 años lamenta haber sobrevivido a los ataques contra el norte de Gaza y seguir sufriendo las consecuencias de la violencia. “Cada mañana me despierto y digo: ‘Ojalá nos hubieran matado en el norte en lugar de pasar por lo que estamos viviendo ahora’. ¿Ves cómo estoy? No era así. Todos los que me ven ahora se sorprenden porque he cambiado mucho en los últimos meses”, explica Nimnim.
“No es solo la falta de comida lo que causa esto. Además de la escasez de alimentos, está vivir en esta tienda, soportar el calor y el frío, la preocupación constante, la ansiedad y la falta de atención médica. Solía vivir en una casa de tres pisos. Hoy, vivo en este lugar que ni siquiera es apto para que vivan los perros”, lamenta la gazatí que describe la muerte lenta que supone vivir en Gaza más allá de las bombas.
Durante meses, el campamento de desplazados donde ella y su familia buscaron refugio carecía de baños, por lo que tenían que hacer sus necesidades en cubos.
“Cuando llegamos aquí, y durante varios meses, ni siquiera había un baño disponible en el campamento. Teníamos que usar un cubo. ¿Te imaginas eso? Pasé dos semanas sin saber cómo manejarme usando un cubo. Tengo 65 años; nunca imaginé ni vi algo como lo que estamos viviendo hoy”.
“La situación es mala para todos, jóvenes y ancianos, pero para los mayores es mucho peor. ¿Dónde está Occidente que presume de defender los derechos de los ancianos? Estamos siendo castigados por algo que no hicimos”.
La viuda desplazada, que perdió a una hija y a su yerno en un bombardeo israelí en el norte de Gaza, explicó que a veces tienen que regañar a su nieta de un año cuando se despierta llorando por comida. “No podemos hacer nada al respecto. Ella se despierta y llora durante horas, hasta que los vecinos en las tiendas cercanas se quejan por el ruido. Y como no tenemos ni un pedazo de pan para darle, dolorosamente recurrimos a regañarle para que deje de llorar”, contó Nimnim.
Las frías noches de invierno y, anteriormente, el calor del verano impide que pueda dormir con normalidad. “Llevo viviendo en tiendas más de un año y todavía no me he acostumbrado. Tengo 65 años y lo único que quería a esta edad era vivir en un hogar cálido, sintiéndome segura. Nunca imaginé que, a esta edad, estaría viviendo en una tienda, rezando por solo un pedazo de pan”.
A mediados de 2023, las personas mayores constituían alrededor del 3% de la población de la franja de Gaza, según la Oficina Central de Estadísticas de Palestina. En medio de la ofensiva estos ancianos supervivientes han soportado la peor parte de la crisis, enfrentándose al hambre, a la grave escasez de atención médica y a desplazamientos forzados constantes.
El tratamiento médico es un ‘lujo’
Junto a la tienda de Nimnim vive la familia Eyadah, también desplazada forzosamente del norte de Gaza. Su abuelo, Husni Muhammed Eyadah, ha sufrido trombosis venosa profunda en sus piernas desde que comenzó la ofensiva, uno de los cuales ocurrió después de que su hijo fuera asesinado en un bombardeo israelí en el norte.
“Estoy notando cómo mi salud se deteriora día tras día y no puedo hacer nada al respecto. La última vez que me dio el trombo, me llevaron al hospital al-Aqsa en Deir al-Balah, y tuvimos que esperar dos horas hasta que me atendieron”, explica Eyadah, de 68 años. “Los hospitales ya están abrumados por el creciente número de víctimas y en esas situaciones el tratamiento médico crítico para los ancianos se convierte en un lujo”.
A 5 de noviembre, sólo 17 de los 36 hospitales de la Franja permanecían parcialmente operativos. Eyadah agregó que, durante más de un año, solo ha comido alimentos enlatados, lo que ha agravado su hipertensión y deteriorado su salud en general.
“La ayuda internacional que recibimos consiste principalmente en alimentos enlatados, mientras que los comedores populares, de los que dependemos principalmente para el almuerzo, sirven sobre todo arroz o frijoles cocidos enlatados. Por supuesto, no hemos comido carne en más de un año, lo que nos deja sin fuentes esenciales para mantener nuestra salud”.
“Mi mayor miedo es verme obligado a huir de este refugio nuevamente. He cambiado mucho desde que huí de mi casa en octubre de 2023. En aquel entonces, estaba sano y era más capaz de correr o caminar largas distancias buscando refugio. Pero ahora apenas puedo caminar de una tienda a otra en este campamento; mi salud ha empeorado drásticamente. Soy demasiado mayor para todo esto”.
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