Nerliny Caruci / Guillermo Barreto
“Mis soledades
no pertenecen a mi memoria,
sino a mis antepasados
que vieron volar
un gavilán
alrededor del día
en el cielo
de las montañas.
[…]
Me alegro al amanecer
porque descubro el mundo
en los ojos de un pájaro”.
Vicente Gerbasi, en Edades perdidas
Los indígenas ye’kuanas cuando van a fundar un conuco hacen una fiesta para agradecer, para pedir permiso a la naturaleza extrahumana y bendecir el sitio donde van a cultivar el alimento comunitario. En este ritual, los ye’kuanas beben yarake, un exquisito trago hecho a base de yuca fermentada. Mientras el ye’kuana está consumiendo esa bebida, agradece a la tierra y pide su consentimiento para entrar en ella, como en el vientre de una madre. Beben y beben, y hay un momento en que empiezan a devolver el trago. Lo devuelven a su origen de barro. La yuca fermentada que retorna a la tierra que nos hace lleva semillas de rápido crecimiento. Los indígenas ebrios de alegría y gratitud comienzan a pisar esa semilla. Así, la semilla que está allí va quedando en el suelo y pasa por un proceso de fermentación hasta que empieza a crecer. Ese es uno de los primeros pasos que tiene el conuco para regenerar el bosque. En las profundas miradas del conuco, palpita una relación de armonía con la vida.
Todo conuco indígena —aunque, en cada comunidad, este tiene una estructura y un funcionamiento distintos— comprende una estrategia de regeneración del bosque, que preserva la biodiversidad y garantiza el sustento del pueblo. Es un tejido donde fluye la energía. En los conucos, puede haber hasta 40 especies de semillas, y dentro de esas especies pueden haber 20 especies de yuca que no conocemos y que forman parte del legado agrícola de nuestros antepasados. El conuco ye’kuana, por ejemplo, garantiza un borde de regeneración desde el inicio; el conuco de los uwǫttüjas (conocidos comúnmente como piaroas) implica, en cambio, todo un proceso donde, desde el principio, se introducen especies de los conucos que se encuentran en las distintas etapas sucesionales, y esas especies garantizan la regeneración del bosque donde se instaura ese conuco. Incluso, en las comunidades uwǫttüjas manejan una red de semillas con gobernanza de la mujer y los ancianos, bien compleja, para proteger toda la trama de la vida.
El conuco, en los pueblos indígenas, es un lugar que conecta cosmovisiones de vida con las formas de relación y acción, e incluye todos sus sistemas de conocimientos y sus modos de existencia. De allí, la diversidad. Abordar el conuco comprende abrazar el aspecto principal de las culturas ancestrales: una espiritualidad que contrasta con la separación ontológica de la modernidad ser humano-naturaleza. Así lo ha entendido la investigadora venezolana Noemí Chacón, quien lleva más de 25 años trabajando de la mano con pueblos indígenas.
Noemí creció en la parroquia 23 de Enero. Estudió en el Liceo Jesús Obrero, en Catia, y empezó una relación cercana con los pueblos aborígenes, desde programas de extensión y voluntariado. Esta caraqueña, de profundos ojos azules y un frondoso cabello rizado, hizo su licenciatura en Química en la Universidad Central de Venezuela y, cuando egresó, cursó un doctorado en Ciencias, mención Ecología. Ya convertida en científica, empezó a trabajar en la Universidad Indígena del Tauca (institución educativa creada en tiempos de revolución), y en proyectos de investigación-acción-participativa desde el Laboratorio de Ecosistema y Cambio Global del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Esta investigadora hija del 23 de Enero reconoce haber aprendido mucho con los agricultores indígenas. Su mirada de la investigación se ha transformado desde una visión menos colonial, porque, a su juicio, a “uno nunca se le quita del todo lo colonial”. A diferencia del enfoque de la ciencia moderna/colonial y su concepto indígenas-objetos, en estos procesos de investigación, la participación indígena es arte y parte de todas las etapas de la metodología, incluso hay una participación exclusiva del pueblo indígena donde las comunidades o los participantes se llevan la información a su comunidades la validan con sus métodos y vuelven con los académicos a discutir (“la justicia cognitiva”, diría Noemí), para entender la siembra desde lo espiritual hasta la práctica.
¡No es improvisación!, aclara la investigadora. Después de conocer la experiencia del conuco, esta caraqueña concluye que, detrás de cada ritual en los conucos, hay un conjunto de conocimientos milenarios de una relación sacra con toda la trama de la vida que pueden darnos respuestas para enfrentar la actual crisis ambiental global. El amor, la diversidad, el conocimiento y la espiritualidad son esenciales en el conuco. Por lo mismo, cuando Noemí cuenta que los ancianos de una comunidad yekuana le dijeron a un tesista —también yekuana—, que investigó años sobre el conuco, que sabía “un poquito” de lo que es el conuco, uno puede imaginarse la complejidad de lo que ocurre en este espacio de producción de vida. Todo eso seguirá siendo parte de la materia y la magia de quien investiga.
Justamente, hace un par de semanas, el Consejo Científico Presidencial notificó dar su respaldo (financiero y técnico) al proyecto “Fortalecimiento del cultivo arroz de secano en el conuco indígena e’ñepá, a través de buenas prácticas agrícolas tradicionales que protegen la biodiversidad y generan seguridad y soberanía alimentarias”. Una iniciativa presentada por Noemí —en el marco de la Red de Mujeres en la Ciencia— con la coautoría de integrantes de una comunidad indígena e’ñepá (panare), ubicada entre Caicara del Orinoco y Maripa, en el estado Bolívar. Este proyecto, en particular, conjuga varios elementos: diálogo intercultural, soberanía de la semilla, agroecologías en los territorios, acciones para enfrentar la crisis climática. El pueblo e’ñepá ha incorporado este cultivo dentro de su conuco, sin erosionar su propia biodiversidad, y lo ha introducido como un alimento alternativo, culturalmente apropiado para su grupo indígena. El arroz de secano se trata de un cultivo que no necesita inundación para su producción, como el arroz que, normalmente, conocemos: satisface sus necesidades hídricas con el agua de lluvia y crece en ciclos cortos.
Los e’ñepá han incluido el arroz de secano como una opción en su dieta, en momentos cuando la sequía les retrasó un poco la cosecha de sus alimentos. Esta es una estrategia de adaptación bien importante ante la crisis climática, considerando que, en esta zona, hay una proyección sobre el incremento de la intensidad y la frecuencia de la sequía como consecuencia del desequilibrio en los sistemas ecológicos provocado por el modelo capitalista. Por lo tanto, hace falta que los pobladores comiencen a trabajar especies que les permitan soportar estas sequías y asegurar alternativas de alimentación.
Un componente que tiene el proyecto referido es que el pueblo indígena e’ñepá se ha comprometido a facilitar talleres a otros pueblos indígenas asentados en la zona (ye’kuanas, jiwis, pemones). En tal transferencia-apropiación de conocimientos, está presente una visión de interculturalidad más amplia. Porque, tradicionalmente, se suele entender la interculturalidad como la relación entre los occidentales y los pueblos indígenas, y a estos últimos se les mete en una sola caja, cuando existe una diversidad cultural muy alta y el conocimiento fluye a través de todos esos diferentes sistemas de conocimientos, los cuales son bien complejos.
Investigaciones que se hacen en Venezuela para sembrar soberanía, desde una relación más respetuosa con el tejido de la vida toda y que, hoy, compartimos en nuestra primera edición de Date con la ciencia por Últimas Noticias.
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