
Teresa Ovalles Márquez | Aquelarre
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En una fiesta comunal se destacaba Maritza Ramos Guacuto engalanada con piezas étnicas desde su cabello a los pies. Coincidimos en un alcor de la urbanización Santa Mónica de Caracas, donde una ceiba bicentenaria, que despliega su ramaje al firmamento y al viento, frondosa, fue espectadora muda y cómplice de la conversa. Al fondo, un Waraira Repano desnudaba su belleza, enardecido por la luz de una tarde crepuscular de enmudecidas nubes. Y en el arrebato de almas femeninas nos conocimos y narramos nuestras vidas.
Contó Maritza que es “una mujer de éste y de muchos tiempos”. Actualmente vive en Santa Mónica, Caracas, desde 1973. Ha viajado por el mundo como actriz, bailarina, chamana, médium (está dotada de facultades paranormales), defensora de derechos humanos, es también orfebre, esmaltista, ceramista y trabaja el batik. Vive atrapando la alegría, disfrutando a plenitud sus 75 años.
Pasó parte de su vida en un caserío donde el río Caris, que desemboca en el Orinoco, le alegró sus días de muchacha adolescente.
En medio de este planeta que perdió el rumbo, Maritza se rebela y se emancipa. El despliegue de sus labios y su danza la hacen ver más joven y más hermosa.
Descubrimos que el misterio y la sabiduría del pueblo indígena kariña se encuentra atrapado en esta bella mujer. Maritza Ramos Guacuto, le imprime trazos indígenas a una obra plástica que revela su nacimiento en las tierras de El Tigre, al sur del estado Anzoátegui donde la Mesa de Guanipa resguarda las tradiciones de su pueblo. Esta muchacha lleva los genes sedientos de un pasado ancestral.

Narra su devenir sin resentimientos ni tristezas. Más bien con alegría. A esta mujer de hábitos nocturnos como los búhos, la conocimos cuando andaba ocupada en un encuentro poético-teatral, un performance que realizaría en Los Teques con el director Elis Kalcurian. Siempre inquieta, histriónica. Se anda la vida como si estuviera siempre en un escenario.
Ella disfruta su existencia plena de arte, música y teatro. Estudió danza moderna y folclórica; pintura, en la Escuela Armando Reverón de Barcelona, estado Anzoátegui; hizo performances con el afamado grupo teatral caraqueño Rajatabla; en Caracas, en la escuela Cristóbal Rojas estudio Arte puro; tiene más de una veintena de exposiciones de su obra pictórica. Parte de sus pinturas llevan nombres asociados a su antepasado selvático, salvaje, de raíces, jungla y ríos, desde que era una niña hasta su adolescencia estuvo rodeada de una naturaleza virgen. Se ha desempeñado también en la docencia enseñando folklore a las niñas y niños y pasó varios años en la escuela de Derechos Humanos de la Defensoría del Pueblo como Delegada Especial Indígena (2000).
Los kariñas encuentran el sentido de la vida y su origen remoto en el baile. Esta mujer tiene la misma esencia de su pueblo y nunca ha dejado de bailar y estudiar. Tiene una amplia trayectoria docente en danza tradicional que imparte a niñas y niños, y en teatro se ha lucido en escenarios de todo el país y en el exterior. La Bigott fue una de sus escuelas.
Ella fue amiga predilecta del escritor venezolano José Balza, quien al escribir la presentación de su catálogo “Entre sombras” plasmó que ella “es esa figura constante que atraviesa, apurada, las arboladas calles de Santa Mónica”. Maritza es cautivadora y feliz.
Del pasado ancestral

“Mi madre es como una chamana de origen, con sus más de 98 años. Yo llegué a sembrar y cosechar en el conuco de Cerro Blanco donde había grupos de kariñas y cumanagotos. Mi progenitora hablaba la lengua de sus antepasados, pero de niña estaba más pendiente de la comida que se acostumbraba comer en el campo que en su idioma ancestral. Maritza recuerda con añoranza que siendo niña asaba “potoquitas (potocas, tortolitas) y chaco (batata) sancochado o asado.”
En su búsqueda por reconectar con su tejido social y su espiritualidad Maritza cuenta:
–Mi familia es de poco hablar y lo que sé del pasado es porque lo he escudriñado. Quizás había mucho dolor y por eso hablaban poco. Mi mamá canta muy bello composiciones españolas que quizás tengan que ver con las personas que la criaron y donde luego trabajó. Pilar, Isabel, Laura, Cruz, Rafael y Salomón eran mis tías y tíos. Fuimos correcaminos. De mi padre se presume que era kariña, aunque unos creen que tenía un origen pemón. Mi papá venía de El Pao, donde hay kariñas, pero no lo conocí porque murió cuando yo tenía apenas dos años.
Chamana kariña
“Lo de chamana abarca muchas cosas y esa condición está vinculada a lo que me fue revelado en sueños” –asegura.
Los sueños, algunas veces son premonitorios y la vida de Maritza ha estado marcada por lo onírico:
–Son los sueños los que me llevan a pensar que estaba sumergida en el mundo de los chamanes. Me veía en sitios amplios, con mucha gente que vestía atuendos indígenas donde ellos querían que yo fuera su guía. Otras veces soñaba que querían sacrificarme, por eso desde niña tenía pesadillas y me veía en un mundo que me daba miedo. Veía animales fantásticos, por ejemplo, una gallina que de golpe se convertía en mujer que me decía que yo pertenecía a su mundo y que tenía que seguirla. Cuando despertaba no entendía ese tipo de sueños. También soñaba con un mar inmenso en el que moría ahogada. Y luego aparecía en un manantial de mi pueblo bañándome con una taparita. Hasta que un día en ese manantial, cercano al caserío donde residía, una serpiente rabo amarilla persiguió a mi tía mientras batuqueaba su cabeza y el resto de su alargado cuerpo que era como un látigo. Se creía que esa serpiente atacaba a mujeres embarazadas o con el periodo. Yo vi la serpiente entre la hojarasca cuando iba detrás de mi tía que corría desesperada.
“Me preguntaba por qué siempre me persiguen las serpientes. Con frecuencia se me atravesaba una “lora” verdecita cuando iba de una casa a otra a buscar manteca. Y cuando agarraba el camino a la quebrada se deslizaba la serpiente delante de mí y yo me llenaba de pánico. Una vez se me apareció una especie de coral que vi como si fuera un hermoso collar. En otra ocasión iba a agarrar un bejuco, pero era una serpiente que mi tío mató al instante de un machetazo, igual que la coral. Laberintos y cuevas también eran sueños recurrentes”.
–Después me meto a estudiar chamanismo y veo la transformación de esos seres a través del consumo de preparados de hierbas. Antes de pasar a ese estado chamánico atraviesan por ese proceso de consumir plantas que los hacen alucinar transformándose en jaguares.

Piensa Maritza que los sueños pueden revelar como curar, “así como me revelaron mi pasado indígena. Soy una indígena moderna y también me puedes ver de rockera en un concierto. Me apasiona el reggae. Dos de mis hijos son músicos profesionales”.
“Esa parte de conocer empíricamente el chamanismo la he obtenido en muchos de mis viajes, trato de aprender de otros pueblos, como el mexicano, el conocimiento de las plantas sagradas. De los wayú conozco sus hermosos rituales. He compartido mucho con ellos, he andado por muchos caminos. Con mi hermana wayú Gladys Hernández he intercambiado conocimientos de las plantas y de los alimentos”.
Maritza es una persona muy humana, “siempre quiero servir a los otros y de ayudar como sea”. De repente evoca los años de la década del 60 y manifiesta que tiene recuerdos muy tristes. “Me tocó triste porque fui testigo de la desaparición y muerte de amigos y amigas”.
Maritza Ramos Guacuto es muchísimas cosas. “Es un pájaro que vuela, es una paloma que se detiene, es el agua que corre, es una piedra detenida en un río…”
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