lunes, 8 de diciembre de 2025

Venezuela: Dignidad, Resiliencia y el Fracaso de la Coerción Externa

 Por: Soc. Kelly J. Pottella G.

La postura dominante en la política exterior estadounidense sobre Venezuela, si bien parece académicamente aguda en su análisis de la geopolítica de poder, es fundamentalmente ciega a la dignidad, la extracción social y la cultura de nuestro pueblo. Es hora de reexaminar la narrativa actual desde la perspectiva de la realidad venezolana.
El masivo despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe, lejos de ser un «giro significativo» que aumente la probabilidad de quiebres internos, constituye una flagrante violación de nuestra soberanía y del espíritu del derecho internacional. Esta presencia naval, equiparable a la capacidad de un grupo de ataque de portaaviones, es percibida en Caracas como una guerra de cuarta generación conducida por medios coercitivos.
La historia demuestra que la «diplomacia de cañoneras» no provoca deserciones; genera solidaridad defensiva. Los venezolanos, tras un largo y complejo proceso de agresión económica y política externa, han forjado una unidad inquebrantable en torno a la paz. Nuestra lealtad no es ciega a una figura, sino a la dignidad de no ser doblegados por una potencia extranjera. Cuando EE. UU. amenaza, no ve un régimen, ve una Nación. La única respuesta cultural y política posible es la resistencia unificada. Observamos con profunda preocupación el destino de otras naciones «liberadas» por la fuerza, y conocemos que el «atolladero prolongado» sería nuestro inevitable destino.
Atribuir la lealtad popular y militar únicamente a «redes de clientelismo» o al «miedo a represalias» es un análisis superficial que ignora la profunda conexión entre el liderazgo actual y las masas históricamente excluidas. El concepto de clientelismo es una etiqueta simplista y ajena a nuestra realidad social.
La verdad es que los sectores pobres y excluidos se identifican con el liderazgo actual porque lo perciben como un reflejo de su propia extracción social y de su lucha histórica. El apoyo no es solo una transacción; es dignificación. La población observa la fragmentación y la lucha interna por el poder en los sectores de la oposición, lo que los despoja de credibilidad popular.
Para que las masas populares se sientan representadas por la oposición, esta debe articular un proyecto nacional que garantice acceso real a oportunidades y a la educación, opciones que paradójicamente han sido bloqueadas por las mismas sanciones externas que supuestamente buscan su «liberación». La unidad popular se mantiene por una profunda indignación ante la agresión que intenta despojarlos del poder y la voz que sienten haber conquistado.
La visión de Venezuela como un mero peón geopolítico ignora nuestra profunda capacidad de adaptación cultural y resiliencia económica. A pesar del bloqueo y las sanciones que estrangulan el acceso al financiamiento internacional, el país ha entrado en un proceso de diversificación económica de facto. El sector privado nacional y la producción interna han sido forzados a crecer para contrarrestar el control externo. El problema central no es nuestra capacidad productiva, sino la estrategia estadounidense de controlar dónde y cómo consumimos globalmente.
La obsesión por controlar la vida y la economía de otros países es un reflejo de una sociedad que, en su propio territorio, ha perdido su centro ético. La «felicidad implícita en ser venezolano», nuestra capacidad de buscar siempre lo mejor en las situaciones, es un factor cultural subestimado. Venezuela, un país que abrió sus puertas a migrantes europeos que huían de la guerra, siente una profunda traición histórica ante el maltrato actual de sus ciudadanos en el mundo.
La agresión contra Venezuela no es la opción. El camino a seguir exige que la oposición logre capitalizar las lealtades que hoy le faltan a través de un proyecto nacional que dignifique al pueblo. La ruta hacia el futuro es la paz y el diálogo, no la bota militar.


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